13/10/2017, 12:18
— No sé, en clase se dijo una vez que las kunoichis usais esas cosas para acercaros al objetivo y entonces rebanarle el cuello. A mi, por ejemplo, que se me escuche a dos kilometros me ahorra tener que comprarme un comunicador.
La joven comenzó a sentirse ofendida. ¿Y ella qué sabía por qué no le habían crecido los pechos? ¿Y por qué no había heredado las curvas de su hermana? ¡No era su culpa! Era sus hormonas y su cuerpo en general, no por culpa de que ella no quisiese, ¡porque quería! Se cruzó de brazos, claramente molesta, y desvió la mirada, clavándola en las paredes de piedra que se encontraban al otro lado.
—Pues no lo sé, será porque soy defectuosa, o algo —murmuró.
Pronto llegaron al restaurante. Que más que un restaurante era un pequeño puesto con varios asientos cercanos a una barra de madera. El puestecillo era un local pequeño, accediendo a él corriendo una cortina y entrando directamente a un lugar cálido, de colores vivos y con un olor a fideos que podías reconocer a un kilómetro de allí. Cuando Eri corrió la cortina saludó al hombre que se encontraba de espaldas y a la señora que tranquilamente apuraba su bol.
—Buenas noches, Hideyoshi —saludó al dueño mientras tomaba asiento, palpando el que se encontraba a su lado para que Nabi lo ocupase —. Hoy vengo acompañada.
—¡Vaya! Hola muchacho, un placer conocerte, los amigos de Eri siempre son bien recibidos, aunque nunca trae ninguno...
La joven comenzó a sentirse ofendida. ¿Y ella qué sabía por qué no le habían crecido los pechos? ¿Y por qué no había heredado las curvas de su hermana? ¡No era su culpa! Era sus hormonas y su cuerpo en general, no por culpa de que ella no quisiese, ¡porque quería! Se cruzó de brazos, claramente molesta, y desvió la mirada, clavándola en las paredes de piedra que se encontraban al otro lado.
—Pues no lo sé, será porque soy defectuosa, o algo —murmuró.
Pronto llegaron al restaurante. Que más que un restaurante era un pequeño puesto con varios asientos cercanos a una barra de madera. El puestecillo era un local pequeño, accediendo a él corriendo una cortina y entrando directamente a un lugar cálido, de colores vivos y con un olor a fideos que podías reconocer a un kilómetro de allí. Cuando Eri corrió la cortina saludó al hombre que se encontraba de espaldas y a la señora que tranquilamente apuraba su bol.
—Buenas noches, Hideyoshi —saludó al dueño mientras tomaba asiento, palpando el que se encontraba a su lado para que Nabi lo ocupase —. Hoy vengo acompañada.
—¡Vaya! Hola muchacho, un placer conocerte, los amigos de Eri siempre son bien recibidos, aunque nunca trae ninguno...