14/10/2017, 21:47
Mirogata se levantó de su cómodo sofá, extendiendo su mano. Estrechó la de Reiji mientras éste se presentaba, y luego volvió a tomar asiento, con una sonrisa hastía y cansada. Asintió entre tanto respecto a lo de la verdulería de su madre, afable; y luego respondió sin ningún reparo ante la querencia de su interlocutor.
—Puedes preguntar lo que quieras, joven Reiji. Para ti, y sólo por ésta vez... soy un libro abierto —le dijo, no sin antes otorgarle una sonrisa. ¿Y qué le podían decir aquellos gestos a Reiji? que Mirogata no lucía demasiado preocupado en tener que contestar nada. Sería sólo cuestión de juzgar a partir de eso, y en adelante.
—vera… Ahora mismo tengo una pequeña teoría. Quien quiera que entrase aquí a este despacho, sabía a por lo que venía, no hay nada por los suelos como en la cocina o el comedor, lo que me lleva a pensar que el desorden que hay fuere fue provocado a propósito.
—Claro, claro. No parece muy alocado. Sí, continúa.
—¿Alguien más aparte de ustedes dos tiene acceso a este despacho? Otros miembros del restaurante como los camareros, por ejemplo. Intuyo que solo ustedes dos conocían la ubicación de la receta, pero necesito preguntarlo. Usted Mirogata ¿sospecha de alguien? Y… ¿Puedo coger un poco de maíz de la cocina? He visto que había en una de las neveras abiertas, tercer cajón, junto a los tomates y las lechugas.
—Pues, no, Reiji-san. Tan sólo Yogaru-sama y éste humilde servidor tenemos las llaves que dan acceso al despacho. Señor, muéstresela, por favor —Mirogata dejó que de su blanquecino y pulcro conjunto de cocinero saliera una llave de color dorado muy similar al bronce, la cual colocó sobre una pequeña mesa de estantería. El jefe también hizo lo propio, muy a regañadientes, y dejó su llave al lado de la de su mano derecha. Desde ahí, Reiji pudo ver que ambas llaves eran de acero. De unos siete centímetros de largo, recta y con acanaladuras idénticas, lo que resultaba obvio dado que ambas daban acceso a una misma cerradura—. Y la verdad es que no, no sospecho de nadie en especial. Apenas contamos con siete empleados, tres de cocina y cuatro que trabajan en el salón. Todos seleccionados minuciosamente por ambos después de largas jornadas de reclutamiento y de los que creemos haber elegido bien. No sé, yo no desconfiaría de ninguno de ellos, pero supongo que ese no es mi trabajo sino el suyo.
—Puedes preguntar lo que quieras, joven Reiji. Para ti, y sólo por ésta vez... soy un libro abierto —le dijo, no sin antes otorgarle una sonrisa. ¿Y qué le podían decir aquellos gestos a Reiji? que Mirogata no lucía demasiado preocupado en tener que contestar nada. Sería sólo cuestión de juzgar a partir de eso, y en adelante.
—vera… Ahora mismo tengo una pequeña teoría. Quien quiera que entrase aquí a este despacho, sabía a por lo que venía, no hay nada por los suelos como en la cocina o el comedor, lo que me lleva a pensar que el desorden que hay fuere fue provocado a propósito.
—Claro, claro. No parece muy alocado. Sí, continúa.
—¿Alguien más aparte de ustedes dos tiene acceso a este despacho? Otros miembros del restaurante como los camareros, por ejemplo. Intuyo que solo ustedes dos conocían la ubicación de la receta, pero necesito preguntarlo. Usted Mirogata ¿sospecha de alguien? Y… ¿Puedo coger un poco de maíz de la cocina? He visto que había en una de las neveras abiertas, tercer cajón, junto a los tomates y las lechugas.
—Pues, no, Reiji-san. Tan sólo Yogaru-sama y éste humilde servidor tenemos las llaves que dan acceso al despacho. Señor, muéstresela, por favor —Mirogata dejó que de su blanquecino y pulcro conjunto de cocinero saliera una llave de color dorado muy similar al bronce, la cual colocó sobre una pequeña mesa de estantería. El jefe también hizo lo propio, muy a regañadientes, y dejó su llave al lado de la de su mano derecha. Desde ahí, Reiji pudo ver que ambas llaves eran de acero. De unos siete centímetros de largo, recta y con acanaladuras idénticas, lo que resultaba obvio dado que ambas daban acceso a una misma cerradura—. Y la verdad es que no, no sospecho de nadie en especial. Apenas contamos con siete empleados, tres de cocina y cuatro que trabajan en el salón. Todos seleccionados minuciosamente por ambos después de largas jornadas de reclutamiento y de los que creemos haber elegido bien. No sé, yo no desconfiaría de ninguno de ellos, pero supongo que ese no es mi trabajo sino el suyo.