16/10/2017, 18:22
Akame asintió. En general le daban mejor espina los shinobi de Ame que los de Kusa, no en vano dos de la Lluvia habían llegado a las últimas rondas del reciente Torneo cuando sólo uno de la Hierba lo consiguiera. Luego volvió a asentir cuando el llamado Keisuke les expuso sus teorías, con las que el Uchiha concordó bastante.
—No sé si nos habrá investigado hasta ese punto, pero de todos modos espero no tener que usar ninguna en este trabajo —replicó Akame, recordando la advertencia de Sensei. Luego el Inoue mencionó que quizás quisieran corroborar aquel rumor para chantajear al profesor. Akame se quedó pensativo—. Podría ser, sí... Aunque, por cómo hablaba ese tal Sensei acerca del profesor, me da la sensación de que le tiene un profundo... Respeto.
La conversación fluía bien entre ambos shinobi, mientras que el de Kusa se mantenía callado todo el rato. No dio buena espina a Akame, que había aprendido que los que más callan son los que más ocultan. Sus sospechas se vieron acrecentadas cuando el tal Daigo se levantó sin mediar palabra y abandonó la taberna. «Supongo que debemos tomarlo como una renuncia».
—Espero que nuestro cliente nos deje repartirnos los dos mil ryos del kusajin —comentó distraídamente Akame.
Las preguntas de Keisuke le hicieron alzar una ceja. «¿Realmente estuvo escuchando?»; al Uchiha le hubiera gustado reprender a su reciente compañero de trabajo por semejante falta de atención, pero valoró que quizás crearía una desconfianza poco productiva en el amejin.
—Profesor de la Escuela de Historia de Taikarune. Supongo que no será difícil dar con él si vigilamos el lugar, tal vez por la mañana cuando empiecen las clases.
Poco más quedaba por hablar. Akame contuvo un bostezo, se levantó y recogió su mochila.
—Mañana habrá que levantarse temprano si queremos llegar a la Escuela antes que el profesor Muten. Nos vemos a las siete aquí.
Ni corto ni perezoso, el Uchiha tomó sus pertenencias y subió las escaleras hacia su habitación.
—
Akame retiró la silla de madera y tomó asiento frente a la mesa justo cuando el reloj que había colgado en la pared marcó las siete en punto. El Uchiha iba vestido con ropas similares a las del día anterior; camisa de manga larga y cuello alto de color negro, pantalones azules y largos, botas ninja negras. Al cinto llevaba su portaobjetos, pero había dejado su viejo ninjatō en la habitación junto con el resto de sus pertenencias —incluída su bandana—. Al fin y al cabo, aquel era un trabajo de lo más extraoficial.
La pequeña taberna estaba poco concurrida a aquellas horas de la mañana. El dueño, con la misma expresión insondable y molesta de la noche anterior, servía tostadas y bocadillos a los pocos clientes que tenía tan temprano; un puñado de operarios del puerto y dos mujeres que iban sumamente arregladas.
El Uchiha contempló el plato que tenía ante si con una mirada de ansia antes de empezar a devorarlo. Dos tostadas con aceite, cerdo curado y tomate triturado. De vez en cuando bebía sorbos cortos de un vaso con zumo de naranja que tenía a mano, mientras sus ojos largaban rápidos vistazos al lugar buscando a Keisuke.