27/10/2017, 03:11
—Antes de nada, señor Yogaru, Señor Mirogata, necesito saber dos cosas. La primera es: ¿Dónde estaba escrita la receta? ¿Era una libreta?¿Un pergamino?¿Que era? —pero antes de que el regordete gruñón pudiera siquiera pensar en contestar, el joven erudito continuó como el parlanchín que era, tratando de explayar sus ideas de un sólo golpe. Mientras más hablaba, no dejaría pasar por alto que tanto Mirogata como Yogaru lucían un tanto extenuados, como si les pesara el culo para procesar tanta información. De hecho, estuvo a dos palabras de mandar todo a la mierda, pero se contuvo—. ¿Podríamos llamar a todos sus empleados, organizar el restaurante, y volver a abrirlo como si nada de esto hubiera pasado y decir que ya ha encontrado lo que le robaron, que simplemente lo olvido en otro sitio? Sé que suena como una locura, pero piénsenlo, si el que hizo esto quería hacerle daño, quería que cerrara su restaurante y ve que ustedes siguen con su vida como si nada hubiera pasado, eventualmente dará la cara, voy a revisar otra vez la cocina, piénselo mientras.
Entonces, ellos cuchichearon. Conversaron acerca de las posibilidades planteadas, y trataron de cogerle un poco de sentido a todas las insinuaciones de Reiji. El Karasukage, no obstante, se había encaminado hacia las habitaciones posteriores para dar un vistazo más a todo, incluyendo la cocina. Lamentablemente, no obtuvo nada concreto. Todo lucía igual, y su mente prodigiosa no le señalaría nada nuevo.
Pero cuando volvió al despacho, y se fijó de nuevo en la llave; pudo notar una cosa: y es que la llave que pertenecía a Mirogata tenía un indiscutible aunque minúsculo cambio en uno de sus tallados. Parecía ligeramente gastada, como si... como si le hubiesen hecho una copia.
—A ver, chaval. De que podemos abrir, pues claro que podemos. Pero la gente va a hablar, de todas formas. Lo podemos hacer si crees que es buena idea, pero yo estimaba que pudieras resolver ésta mierda rápido, y yo para poder poner la máquina a funcionar; necesito al menos dos días, como mínimo. Y si en dos días no hemos recuperado mi jodida receta, estamos más fritos que pato rebosado.
—Y hablando de la receta, Reiji-san; está escrita en un pergamino antiguo. Verás, realmente es un rollo simbólico que ha pasado de generación en generación. No nos afecta no tenerla, como bien has insinuado. El problema está en que si la persona que lo robó, o a quien ésta se lo venda; logra replicarla nuestro plato insignia, perderemos todo lo que nos hace especial. Ese es para Tokaro-sama el mayor inconveniente.
El ave vigiló, así como bien se lo había propuesto. Pero no fue cinco minutos más tarde cuando aquel hombre se empezó a mover, luego de haber observado el restaurante durante todo ese tiempo. Luego tomó la avenida principal, y bajó dos cuadras hasta el cruce de un callejón. Ahí, al fondo, abrió una puerta de metal y se adentró en ella, a donde el cuervo probablemente no podría llegar.
Lo que sí había podido ver, no obstante, fue algo de sus facciones. Era un tipo algo moreno, de rostro cuadrado y una de las narices más torcidas que había visto el joven cuervo alguna vez. Y también vio que el acceso al edificio tenía un par de ductos de ventilación por donde, quizás, podría entrar. De todas formas, era un riesgo que tendría que considerar, sobre todo sin haber consultado aquella misión de cuervo-espía en la que se había enfrascado.
Entonces, ellos cuchichearon. Conversaron acerca de las posibilidades planteadas, y trataron de cogerle un poco de sentido a todas las insinuaciones de Reiji. El Karasukage, no obstante, se había encaminado hacia las habitaciones posteriores para dar un vistazo más a todo, incluyendo la cocina. Lamentablemente, no obtuvo nada concreto. Todo lucía igual, y su mente prodigiosa no le señalaría nada nuevo.
Pero cuando volvió al despacho, y se fijó de nuevo en la llave; pudo notar una cosa: y es que la llave que pertenecía a Mirogata tenía un indiscutible aunque minúsculo cambio en uno de sus tallados. Parecía ligeramente gastada, como si... como si le hubiesen hecho una copia.
—A ver, chaval. De que podemos abrir, pues claro que podemos. Pero la gente va a hablar, de todas formas. Lo podemos hacer si crees que es buena idea, pero yo estimaba que pudieras resolver ésta mierda rápido, y yo para poder poner la máquina a funcionar; necesito al menos dos días, como mínimo. Y si en dos días no hemos recuperado mi jodida receta, estamos más fritos que pato rebosado.
—Y hablando de la receta, Reiji-san; está escrita en un pergamino antiguo. Verás, realmente es un rollo simbólico que ha pasado de generación en generación. No nos afecta no tenerla, como bien has insinuado. El problema está en que si la persona que lo robó, o a quien ésta se lo venda; logra replicarla nuestro plato insignia, perderemos todo lo que nos hace especial. Ese es para Tokaro-sama el mayor inconveniente.
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El ave vigiló, así como bien se lo había propuesto. Pero no fue cinco minutos más tarde cuando aquel hombre se empezó a mover, luego de haber observado el restaurante durante todo ese tiempo. Luego tomó la avenida principal, y bajó dos cuadras hasta el cruce de un callejón. Ahí, al fondo, abrió una puerta de metal y se adentró en ella, a donde el cuervo probablemente no podría llegar.
Lo que sí había podido ver, no obstante, fue algo de sus facciones. Era un tipo algo moreno, de rostro cuadrado y una de las narices más torcidas que había visto el joven cuervo alguna vez. Y también vio que el acceso al edificio tenía un par de ductos de ventilación por donde, quizás, podría entrar. De todas formas, era un riesgo que tendría que considerar, sobre todo sin haber consultado aquella misión de cuervo-espía en la que se había enfrascado.