27/10/2017, 22:08
(Última modificación: 27/10/2017, 22:10 por Hanamura Kazuma.)
El tiempo transcurría con una casi insoportable carga de ansiedad, manteniendo en vilo a todos los presentes. Algunos se permitían ser más notorios que otros: El jorobado caminaba, inquieto, de un lado para otro, pensando en que posible excusa o explicación podía dar al dueño del hotel si algo llegase a salir mal —nada más y nada menos que la muerte de uno de sus preciados turistas—. Tanto el doctor como Keisuke se mantenían concentrados en su trabajo, repasando mentalmente los procedimientos como si fuesen mantras que ahuyentaban las ideas pesimistas de sus mentes, pese a que sus rostros denotaban severa tensión. Por su parte, Kōtetsu no estaba seguro sobre que esperar, pues prefería que la muchacha se salvara, mas no tenía gran preocupación por si llegaba a morir… Para él, mientras hiciera todo lo que fuera posible, las cosas estaban bien; el resto dependería de ella y de su voluntad de vivir.
“Resulte como resulte, será de la forma en que debe ser” dijo para sí mismo, deseoso de tener un pronto desenlace.
Los minutos siguieron escurriéndose con hastió y los signos de la muchacha parecían no querer mejorar.
Hasta que de pronto unas cuantas contracciones musculares se manifestaron, pequeños espasmos que recorrieron aquel pálido cuerpo. Los signos de la muchacha comenzaban a elevarse rápidamente, pero no de forma errática sino acompasada y natural. Su rostro comenzó a torcerse en variados gestos, como si estuviera en una especie de pesadilla… Y de pronto sus ojos se abrieron, permitiendo que el Inoue apreciara aquellos orbes que ardían en un fuego azulado. Su cuerpo se tensiono y de su boca emergió un gruñido de dolor, como si algo le estuviese quemando.
Antes de que alguien pudiese decir algo, la muchacha se levantó violentamente, convertida en una fiera recién despertada. Menuda como era, se movió rápida y ágilmente, desorientada y en alerta a causa de aquel caluroso sitio sobre el cual no tenía memoria.
Debió de ver algún gesto de intención indefinida en el rostro del pelirrojo, por qué inmediatamente se abalanzo sobre su cuerpo. La chica le derribo y, ante la perpleja mirada de los presentes, en su mano se formó una extensión de hielo cristalino y afilado que apuntaba hacia la garganta del shinobi.
—Respónder, desconocido, ¿qué lugar este, que hacer a cuerpo? —gruño, con un acento considerablemente inusual y difícil de entender.
El de ojos grises ni siquiera había tenido tiempo de decidirse reaccionar, a diferencia del tuerto, quien ya tenía en sus manos un machete que parecía haber salido de la nada. En cambio, el veterinario yacía sentado en el suelo, a punto de sufrir un paro cardiaco. En un instante habían pasado de estar concentrados en salvar una vida a estar todos ellos en aparente riesgo mortal.
“Resulte como resulte, será de la forma en que debe ser” dijo para sí mismo, deseoso de tener un pronto desenlace.
Los minutos siguieron escurriéndose con hastió y los signos de la muchacha parecían no querer mejorar.
Hasta que de pronto unas cuantas contracciones musculares se manifestaron, pequeños espasmos que recorrieron aquel pálido cuerpo. Los signos de la muchacha comenzaban a elevarse rápidamente, pero no de forma errática sino acompasada y natural. Su rostro comenzó a torcerse en variados gestos, como si estuviera en una especie de pesadilla… Y de pronto sus ojos se abrieron, permitiendo que el Inoue apreciara aquellos orbes que ardían en un fuego azulado. Su cuerpo se tensiono y de su boca emergió un gruñido de dolor, como si algo le estuviese quemando.
Antes de que alguien pudiese decir algo, la muchacha se levantó violentamente, convertida en una fiera recién despertada. Menuda como era, se movió rápida y ágilmente, desorientada y en alerta a causa de aquel caluroso sitio sobre el cual no tenía memoria.
Debió de ver algún gesto de intención indefinida en el rostro del pelirrojo, por qué inmediatamente se abalanzo sobre su cuerpo. La chica le derribo y, ante la perpleja mirada de los presentes, en su mano se formó una extensión de hielo cristalino y afilado que apuntaba hacia la garganta del shinobi.
—Respónder, desconocido, ¿qué lugar este, que hacer a cuerpo? —gruño, con un acento considerablemente inusual y difícil de entender.
El de ojos grises ni siquiera había tenido tiempo de decidirse reaccionar, a diferencia del tuerto, quien ya tenía en sus manos un machete que parecía haber salido de la nada. En cambio, el veterinario yacía sentado en el suelo, a punto de sufrir un paro cardiaco. En un instante habían pasado de estar concentrados en salvar una vida a estar todos ellos en aparente riesgo mortal.