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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
¿Sabio? —pregunto la muchacha, interesada por la persona de la que le estaban hablando.

Sí, creo que puedes decir que es el “Sabio” del pueblo: tengo entendido que conoce todo lo relacionado con la historia local y con los mitos y legendas de la región.

Sepayauitl parecía bastante satisfecha con aquella propuesta, pues de donde ella venia los sabios eran grandes autoridades de mucho conocimiento. Si aquella persona resultaba ser tal como la describían, bien podría resolver rápidamente todo el asunto que hasta allí le había llevado.

Procedieron a marcharse de los establos, dejando a un par de empleados que ahora lucían mucho más tranquilos, al saberse libres de cualquier problema que pudiese ocasionar aquella pálida criatura. Pese a que probablemente no le hiciese falta, a la nativa la ataviaron con una gran capa y túnica de piel de ciervo, con una cómoda capucha. La idea era ocultarla, que no llamase la atención mientras se dirigían al extremo opuesto de la ciudad, lugar en donde se supone vivía el guardián del conocimiento tradicional.

Para el par de ninjas la caminata seria lenta y dura, igual que como lo era para cualquier extranjero, pues puede que el pueblo no fuese muy grande, pero el viento, la nieve y el frio hacían de un acto cotidiano una ardua tarea. Sin embargo, la chica hallada entre el hielo andaba con completa soltura y facilidad, saltando de un sitio a otro, envuelta en pieles y pareciendo un ágil conejo color marrón. De ella emanaba un aura de insaciable curiosidad y suspicacia; se detenía a observar y a detallar cada elemento que llamara su atención, mientras mantenía una distancia y un silencio prudenciales. De vez en cuando miraba hacia el negro afloramiento rocoso sobre el que estaba emplazado el pueblo y que se elevaba bastante por encima del mismo, una colina de piedra oscura que les protegía de los feroces y predominantes vientos provenientes del este. Sus ardientemente azules ojos miraban aquel accidente geográfico con una mescla de miedo y respeto. En cambio, aquel palacio rojo y dorado que se alzaba en medio de la localidad le causaba una sincera aversión y desagrado, como si de todo el conjunto aquel fuese el elemento menos natural y más ofensivo a su gusto.

Este debe ser el sitio —dijo Kōtetsu en cuanto estuvieron en los límites del pueblo—. Imagino que debe ser allí —señalo una enorme edificación ruinosa y apartada del resto—. Debemos preguntar por un tal Shinda.

Hakagurē supuso que se trataba de una especie de ermitaño que vivía apartado del pueblo, dedicado en su totalidad al estudio y al conocimiento. Juntos, se acercaron a la puerta, y antes de entrar algo fue dejado muy en claro:

¡Escúchame con atención Sepayauitl! —su voz era serena, seria y clara a partes iguales—, sé que esto debe ser todo un choque cultural para ti, pero debes de comportarte adecuadamente. En otras palabras: sin importar que sientas, nada de violencia ni agresiones, o me veré obligado a detenerte, usando el exceso de fuerza si es necesario… ¿Entiendes?

Entender, no bárbara, respetar sabio —aseguro ella, un poco fastidiada.

Dijo aquello mientras observaba a la muchacha, con suficiente serenidad en su semblante como para que la misma entendiera que no se trataba de una amenaza, sino de una advertencia. Luego de dejar clara la situación, se acercó a la puerta y dio tres solidos golpes en la misma.

¿Qué es lo que buscan? —pregunto una voz desde el interior.


Disculpa el retraso, fue una semana dificil.
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RE: La muerte es blanca y tiene los ojos azules - por Hanamura Kazuma - 25/11/2017, 16:03


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