26/11/2017, 07:05
Mirogata, ya no tan calmo y educado como al principio, tuvo que buscar la mirada de Yogaru. El gordo habló.
—Tranquilo, colega. Sé que no tienes nada que ver con toda ésta mierda, aún y cuando el jovencito no vaya a descartarlo hasta el final. Venga, yo voy a quedarme a limpiar un poco el desastre, vosotros, bueno... ¡encargaos de encontrar el puto papel de mierda para yo poder echar una siesta tranquilo!
—Vale, Yogaru-sama.
Luego, Reiji hizo uso de sus facultades y trajo al mundo a otro animal alado.
Mientras éste le explicaba todo a su mascota, Mirogata recogía un par de cosas de un casillero y trataba de ordenar un poco la cocina. Pero en realidad estaba tratando de recobrar un poco la compostura y no caer en el juego de tentaciones a las que el muchacho quería atraerle. Si él no era el culpable, ¿por qué temer de un reticente crío, que sólo es un poco más inteligente que el resto?
Acomodó su frondosa cabellera, y practicó frente al reflejo de una olla. Sonrió, carismático y grácil como siempre lo fue.
Finalmente, volteó a ver a Reiji. Y a sus cuerpos.
—Estoy listo.
Mirogata había quedado con Naoki, la mujer ahora sospechosa, para tomar algo y luego ir a cenar. El lugar en cuestión fue prácticamente al otro lado de la Aldea, en uno de los barrios vecinos; en donde los locales más sociales hacían mayor vida.
El hombre tomó asiento, siendo el primero en llegar, teniendo en cuenta que quería que Reiji pudiera echarle un ojo al lugar y poder, además, encontrar sitio para pasar desapercibido.
El cómo, dependía de él y sólo de él.
El local estaba ubicado en un espacio abierto, como una especie de terraza por fuera del local. Sombrillas cubrían las mesas y las barras, y meseros iban y venían del interior. No estaba demasiado atiborrado de gente, quizás unas cuatro mesas a medio ocupar, pero por suerte la calle era bastante concurrida.
—Tranquilo, colega. Sé que no tienes nada que ver con toda ésta mierda, aún y cuando el jovencito no vaya a descartarlo hasta el final. Venga, yo voy a quedarme a limpiar un poco el desastre, vosotros, bueno... ¡encargaos de encontrar el puto papel de mierda para yo poder echar una siesta tranquilo!
—Vale, Yogaru-sama.
Luego, Reiji hizo uso de sus facultades y trajo al mundo a otro animal alado.
Mientras éste le explicaba todo a su mascota, Mirogata recogía un par de cosas de un casillero y trataba de ordenar un poco la cocina. Pero en realidad estaba tratando de recobrar un poco la compostura y no caer en el juego de tentaciones a las que el muchacho quería atraerle. Si él no era el culpable, ¿por qué temer de un reticente crío, que sólo es un poco más inteligente que el resto?
Acomodó su frondosa cabellera, y practicó frente al reflejo de una olla. Sonrió, carismático y grácil como siempre lo fue.
Finalmente, volteó a ver a Reiji. Y a sus cuerpos.
—Estoy listo.
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Mirogata había quedado con Naoki, la mujer ahora sospechosa, para tomar algo y luego ir a cenar. El lugar en cuestión fue prácticamente al otro lado de la Aldea, en uno de los barrios vecinos; en donde los locales más sociales hacían mayor vida.
El hombre tomó asiento, siendo el primero en llegar, teniendo en cuenta que quería que Reiji pudiera echarle un ojo al lugar y poder, además, encontrar sitio para pasar desapercibido.
El cómo, dependía de él y sólo de él.
El local estaba ubicado en un espacio abierto, como una especie de terraza por fuera del local. Sombrillas cubrían las mesas y las barras, y meseros iban y venían del interior. No estaba demasiado atiborrado de gente, quizás unas cuatro mesas a medio ocupar, pero por suerte la calle era bastante concurrida.