10/12/2017, 21:43
Kōtetsu se tomó la situación con calma, pues desde antes suponía que algo de aquella naturaleza podría pasar. De hecho, se encontraba extrañado y agradecido de que no sucediera antes, frente a un mayor número de personas, como cuando caminaban por el pueblo. La mujer que les había recibido se acercó con el rostro lleno de indignación y con unas mejillas coloradas por la ira de ver lo indiferente que la fría muchacha era para con su pétrea expresión.
Se hizo un tenso silencio, interrumpido ocasionalmente por los sonido del anciano que yacía caído detrás del escritorio.
—¡Señor Shinda! —exclamo horrorizada la enojada mujer—. ¿Qué le han hecho estos vándalos? —pregunto, mientras rodeaba el mueble para socorrerle—. ¿Quiere que los eche ahora mismo? Si, seguramente lo quiere, les daré una lección de respeto y les arrojare de cara contra la nieve de la entrada.
—¡Mujer amargada, atreverse! —desafío la chiquilla de ojos azules, mientras se volvía a cubrir con los ropajes.
—Esperen, por favor; tomémonos las cosas con calma —sugirió el peliblanco, interponiéndose entre sus acompañante y la ofendida trabajadora de Shinda—. Esto es solo un malentendido.
—Pues, ¡menudo malentendido! —exclamo el anciano, al tiempo que se reincorporaba—. Jamas… Nunca creí que llegaría a visitarme un nativo de Ueytlali Setl… Es más, temía el día en que algo si llegase a suceder.
—¿Ahora ve porque necesitábamos verle? —pregunto el Hakagurē—. Si usted, que es un sabio, está sorprendido, imagínese como estamos nosotros, turistas que apenas saben algo de este lugar.
—Los echare ahora mismo si así lo quiere, mi señor —se ofreció la poco amigable señorita, luciendo tan amenazadora como le era posible.
El sabio anciano se reclino en su silla y cruzo sus manos justo frente a él, haciendo un esfuerzo por comprender la totalidad de la situación en la que ahora parecía innegablemente involucrado. Utilizo sus viejos y cansados ojos para observar al par de jovencitos: no parecían tener nada de falso o sospechoso, aunque era evidente que se trataba de un par de jóvenes e inexperimentados ninjas… Por un instante sintió envidia de su inocente ignorancia y de todo el peso que con ella podían aliviarse. Giro su vista hacia la jovencita, quien le intercepto con una mirada de aire frio y penetrante, con aquellos ojos azules y aterradores. Ella si le causaba preocupación: su pueblo eran gente solitaria y poco interesada en los asuntos del exterior, tan aislados que era fácil creer que estaban extintos… Sin embargo, lo siglos no habían quitado que siguiesen siendo guerreros inmisericordes en cuyas venas parecía correr el más puro y terrible de los hielos. La mera presencia de uno de ellos en Hakushi era evidencia de algo grande y terrible; necesitaba averiguar qué había sucedido, que razón tan poderosa había llevado a aquella chica hasta allí… Aquella chica… su mero aspecto le traía recuerdos carmesíes, recuerdos en donde el frio le había dejado profundas heridas en el espíritu.
—Está bien, Konohana, esto sin duda está dentro de mis jurisdicción —sentencio, mientras invitaba a los recién llegados a tomar asiento—. Y ustedes… no tengo problemas con los chicos, pero mantén bien vigilada a la chiquilla…, puede ser peligrosa.
Kōtetsu coloco a la vista de Sepayauitl una mirada que le recordaba la advertencia de antes de entrar en aquella casa: debía de mantenerse calmada y bien portada sin importar que pasara. Ella también noto la mirada del anciano, quien parecía estar un tanto asustado con su presencia, y la mirada de piedra de su asistente, quien parecía dispuesta a intentar noquearla si se atrevía a hacer algo sospechoso.
—Ahora, cuéntenme sin pérdida de detalles como es que terminaron aquí y con semejante compañía.
Se hizo un tenso silencio, interrumpido ocasionalmente por los sonido del anciano que yacía caído detrás del escritorio.
—¡Señor Shinda! —exclamo horrorizada la enojada mujer—. ¿Qué le han hecho estos vándalos? —pregunto, mientras rodeaba el mueble para socorrerle—. ¿Quiere que los eche ahora mismo? Si, seguramente lo quiere, les daré una lección de respeto y les arrojare de cara contra la nieve de la entrada.
—¡Mujer amargada, atreverse! —desafío la chiquilla de ojos azules, mientras se volvía a cubrir con los ropajes.
—Esperen, por favor; tomémonos las cosas con calma —sugirió el peliblanco, interponiéndose entre sus acompañante y la ofendida trabajadora de Shinda—. Esto es solo un malentendido.
—Pues, ¡menudo malentendido! —exclamo el anciano, al tiempo que se reincorporaba—. Jamas… Nunca creí que llegaría a visitarme un nativo de Ueytlali Setl… Es más, temía el día en que algo si llegase a suceder.
—¿Ahora ve porque necesitábamos verle? —pregunto el Hakagurē—. Si usted, que es un sabio, está sorprendido, imagínese como estamos nosotros, turistas que apenas saben algo de este lugar.
—Los echare ahora mismo si así lo quiere, mi señor —se ofreció la poco amigable señorita, luciendo tan amenazadora como le era posible.
El sabio anciano se reclino en su silla y cruzo sus manos justo frente a él, haciendo un esfuerzo por comprender la totalidad de la situación en la que ahora parecía innegablemente involucrado. Utilizo sus viejos y cansados ojos para observar al par de jovencitos: no parecían tener nada de falso o sospechoso, aunque era evidente que se trataba de un par de jóvenes e inexperimentados ninjas… Por un instante sintió envidia de su inocente ignorancia y de todo el peso que con ella podían aliviarse. Giro su vista hacia la jovencita, quien le intercepto con una mirada de aire frio y penetrante, con aquellos ojos azules y aterradores. Ella si le causaba preocupación: su pueblo eran gente solitaria y poco interesada en los asuntos del exterior, tan aislados que era fácil creer que estaban extintos… Sin embargo, lo siglos no habían quitado que siguiesen siendo guerreros inmisericordes en cuyas venas parecía correr el más puro y terrible de los hielos. La mera presencia de uno de ellos en Hakushi era evidencia de algo grande y terrible; necesitaba averiguar qué había sucedido, que razón tan poderosa había llevado a aquella chica hasta allí… Aquella chica… su mero aspecto le traía recuerdos carmesíes, recuerdos en donde el frio le había dejado profundas heridas en el espíritu.
—Está bien, Konohana, esto sin duda está dentro de mis jurisdicción —sentencio, mientras invitaba a los recién llegados a tomar asiento—. Y ustedes… no tengo problemas con los chicos, pero mantén bien vigilada a la chiquilla…, puede ser peligrosa.
Kōtetsu coloco a la vista de Sepayauitl una mirada que le recordaba la advertencia de antes de entrar en aquella casa: debía de mantenerse calmada y bien portada sin importar que pasara. Ella también noto la mirada del anciano, quien parecía estar un tanto asustado con su presencia, y la mirada de piedra de su asistente, quien parecía dispuesta a intentar noquearla si se atrevía a hacer algo sospechoso.
—Ahora, cuéntenme sin pérdida de detalles como es que terminaron aquí y con semejante compañía.