20/12/2017, 17:21
Los muchachos realizaron sendos Henge no Jutsu y, vestidos con su nueva piel, cruzaron la calle en dirección al bar. Keisuke llevaba la cámara fotográfica escondida bajo sus ropajes, pero aun así un bulto cuadrado de cierto tamaño podía intuirse si un observador se fijaba detenidamente. Juro, por el contrario, ofrecía una apariencia tan anodina como la del vecino de Kusagakure al que había suplantado.
Cuando ambos se acercaron a la puerta del bar, pasando junto a las mesas de la entrada, pudieron ver como Akame les dirigía una mirada de color rojo brillante. Fue tan solo un momento, un instante en el que el Uchiha despegó los ojos de su libro para luego volver a fijarlos en él.
—Está dentro con la chica —les dijo el Uchiha, lo suficientemente alto para que pudieran enterarse al pasar junto a él pero no lo bastante como para llamar la atención—. Esperad al momento justo, el sitio no es tan amplio y una cámara llamará la atención con total seguridad. Debemos ser discretos —agregó, bebiendo un sorbo de su té pero sin girarse hacia los ninjas.
Una vez dentro, los muchachos tendrían una visual más clara del lugar. El bar era bastante típico, un local razonablemente pequeño —cabrían unas cuarenta personas, quizá algunas más— con una barra a la derecha de la entrada, un pequeño espacio despejado junto a ésta y varias mesas con sillas situadas en la parte izquierda, junto a las paredes acristaladas.
En una de estas mesas se sentaba el profesor, que había dejado su sombrero y su capa sobre el respaldo de la silla. Frente a él una muchacha que no sobrepasaría los veinte años, de cabellos negros y ojos castaños. Sus facciones eran delicadas y bellas, y vestía con un kimono femenino de color rosa pálido con motivos florales. Estaban cogidos de las manos, y de tanto en tanto se daban un tímido beso en los labios.
Conforme pasaban los minutos, más y más trabajadores del puerto ingresaban al local. Lo hacían jubilosos, celebrando en voz alta el fin de la jornada laboral y pidiendo botellas de sake al camarero rechoncho que les atendía tras la barra. Era de preveer que, a no mucho tardar, un buen jaleo se formaría en el bar.
Cuando ambos se acercaron a la puerta del bar, pasando junto a las mesas de la entrada, pudieron ver como Akame les dirigía una mirada de color rojo brillante. Fue tan solo un momento, un instante en el que el Uchiha despegó los ojos de su libro para luego volver a fijarlos en él.
—Está dentro con la chica —les dijo el Uchiha, lo suficientemente alto para que pudieran enterarse al pasar junto a él pero no lo bastante como para llamar la atención—. Esperad al momento justo, el sitio no es tan amplio y una cámara llamará la atención con total seguridad. Debemos ser discretos —agregó, bebiendo un sorbo de su té pero sin girarse hacia los ninjas.
Una vez dentro, los muchachos tendrían una visual más clara del lugar. El bar era bastante típico, un local razonablemente pequeño —cabrían unas cuarenta personas, quizá algunas más— con una barra a la derecha de la entrada, un pequeño espacio despejado junto a ésta y varias mesas con sillas situadas en la parte izquierda, junto a las paredes acristaladas.
En una de estas mesas se sentaba el profesor, que había dejado su sombrero y su capa sobre el respaldo de la silla. Frente a él una muchacha que no sobrepasaría los veinte años, de cabellos negros y ojos castaños. Sus facciones eran delicadas y bellas, y vestía con un kimono femenino de color rosa pálido con motivos florales. Estaban cogidos de las manos, y de tanto en tanto se daban un tímido beso en los labios.
Conforme pasaban los minutos, más y más trabajadores del puerto ingresaban al local. Lo hacían jubilosos, celebrando en voz alta el fin de la jornada laboral y pidiendo botellas de sake al camarero rechoncho que les atendía tras la barra. Era de preveer que, a no mucho tardar, un buen jaleo se formaría en el bar.