21/12/2017, 03:44
—Entiendo a dónde quieres llegar, muchacho, pero lograr que el comandante de los no muertos se muestre será difícil —aseguro el anciano, mientras tomaba asiento en su escritorio y encendida la pipa que había dejado sobre el mismo—. Sin embargo, tengo algunos materiales que les pueden ayudar a luchar contra el enemigo, mas eso no les garantizara la supervivencia.
—Una pequeña esperanza es mejor que no tener ninguna. —El peliblanco había recuperado parte de la compostura, y ahora se proponía el mantenerla y darle buen uso.
Kōtetsu trataba de pensar estratégicamente, alejando cuanto temor e inquietud pudiese entorpecer su visión del asunto. Observo a la muchachita, que lucía un tanto desolada, demasiado como para ser capaz de ayudarles con un poco de información. En cambio, el anciano lucia perturbadoramente tranquilo, como si aceptase que había llegado el fin de sus días, que ya había vivido lo suficiente y que le esperaba una muerta tan indigna como predecible.
—Ahora que lo pienso, se supone que usted es un sabio versado en todo lo referente a los elementos sobrenaturales de la historia local; ¿qué puede decirnos sobre la habilidad que están usando para controlar a los muertos?
Ese era la cuestión del asunto, partiendo de la suposición de que no se trataba de algún tipo de magia inexplicable, era casi seguro de que fuera algo relacionado con el chakra, un asunto más cercano a su campo de experiencia.
—Ustedes que son shinobis ya se habrán dado cuenta o al menos lo habrán intuido: no se trata de magia alguna, sino de un complejo uso del chakra —confeso el Sarutobi, mientras dejaba escapar una densa nube de humo—. Pese a lo que parece, en realidad no controlan los cuerpos de los muertos, controlan los cristales de hielo formados por la humedad de los mismos; el cuerpo humano está compuesto por una gran cantidad de agua, la cual se mantiene cálida mientras estamos vivos. En este clima, cuando morimos, la mayor parte de esa agua comienza a convertirse en diminutos cristales de hielo; y contralar el hielo es la principal habilidad de los Seltkalt.
—Ya veo… por eso es que solo el fuego resulta efectivo contra los no muertos —entendió, mostrándose impresionado—. ¿Entonces el controlarlos es similar a como se hace con los clones?
—Algo así: según lo que he aprendido, el grado de fuerza y control, la cantidad de cuerpos y que tanto tiempo pueden moverse, la autonomía y destreza varían de usuario a usuario. Tanto es así que algunos solo pueden reanimar unos cuantos cadáveres utilizando el máximo de su concentración, mientras que otros pueden controlar docenas durante horas, mientras que combaten y gastan chakra.
El panorama no era nada bueno, y el sonido de cientos de dedos muertos arañando las paredes externas de la casa no ayudaban a sentirse positivos. El anciano se levantó con dificultad, para luego dirigirse a los jóvenes.
—Si están determinados a sobrevivir siganme, en el ático quedaron algunos artilugios del último conflicto entre poblaciones, estoy seguro de que habrá un par de cosas que puedan ayudarles a combatir.
Shinda se dirigió hacia una delgada escalera que les llevaría hasta el segundo piso de aquella edificación.
—Algo que también nos resultaría útil es saber a cuantos enemigos no estamos enfrentando: los nativos deben tener un número finito de manipuladores de muertos, y también un número finito de muertos a los cuales manipular… al menos por ahora.
—Los miembros de la tribu capaces de luchar deberían ser muy pocos..., pero desconozco de donde han tomado tal cantidad de cadáveres. Digo, del pueblo no pueden ser: hay un control muy estricto sobre las defunciones y las correspondientes incineraciones.
—Ser, gente de fuera, ejercito enemigo —señalo la de ojos azules que se mantenía cerca de ellos.
—Eso es imposible… Aquí no tenemos ejército, solo una guardia pequeña. Además de que ningún ejército vendría a un sitio como este, donde no hay nada que conquistar.
—Sabios decir: mercenarios bajo orden, líder Sarutobi, ser muchos, veinte veces diez. Una noche, todos derrotados, Seltkalt reclamar sus cuerpos como arma, como botín.
—En otras palabras: el líder Sarutobi contrato un ejército de doscientos mercenarios que no tenían idea de en qué se metían, los arrojo a una muerte segura e instantáneamente engroso las filas enemigas, confiriéndoles las fuerzas necesarias para tomar por asalto el pueblo. —A aquellas alturas, al de ojos grises ya no le sorprendía lo incapaz que demostraba ser la gente de aquella región.
—Kazushiro siempre fue bueno en las matemáticas y en los negocios, al igual que siempre fue un guerrero y un estratega pésimo.
Llegaron al final de la escalera, y el anciano abrió una puerta que parecía tener años sin ser utilizada; se hizo a un lado y encendió una vela dejando visible una enorme habitación repleta de cajones de madera. Parecía una especie de depósito abandonado, de aquellos que no eran visitados hasta que las situaciones se tornaban urgentes.
—Busquen en las cajas y seguro hallaran algo de utilidad, mientras deberían de hacer una estrategia —declaro mientras se acomodaba con pesadez sobre un viejo banquillo—: seguramente los muertos tienen órdenes de buscar a la chica y quien los controla no se mostrara a menos que haya otra opción… Tampoco pueden acorralarlo con un rehén; esos sujetos valoran demasiado el prestigio de dar muerte al enemigo y el sacrificio por el bien de la tribu.
»Si la situación se les va de las manos, podría darse el caso de que creyese que una segundogénita es un sacrificio aceptable si de acabar con dos guerreros y un Sarutobi se trata… además, que muriese les daría un motivo más para masacrarnos a todos sin necesidad de negociar o ¿me equivoco en mi estimación, princesa?
—No, tener razón: deber, honor, gloria… por encima de vidas, bien común, ser tiempo de guerra, ser lo normal…
—Una pequeña esperanza es mejor que no tener ninguna. —El peliblanco había recuperado parte de la compostura, y ahora se proponía el mantenerla y darle buen uso.
Kōtetsu trataba de pensar estratégicamente, alejando cuanto temor e inquietud pudiese entorpecer su visión del asunto. Observo a la muchachita, que lucía un tanto desolada, demasiado como para ser capaz de ayudarles con un poco de información. En cambio, el anciano lucia perturbadoramente tranquilo, como si aceptase que había llegado el fin de sus días, que ya había vivido lo suficiente y que le esperaba una muerta tan indigna como predecible.
—Ahora que lo pienso, se supone que usted es un sabio versado en todo lo referente a los elementos sobrenaturales de la historia local; ¿qué puede decirnos sobre la habilidad que están usando para controlar a los muertos?
Ese era la cuestión del asunto, partiendo de la suposición de que no se trataba de algún tipo de magia inexplicable, era casi seguro de que fuera algo relacionado con el chakra, un asunto más cercano a su campo de experiencia.
—Ustedes que son shinobis ya se habrán dado cuenta o al menos lo habrán intuido: no se trata de magia alguna, sino de un complejo uso del chakra —confeso el Sarutobi, mientras dejaba escapar una densa nube de humo—. Pese a lo que parece, en realidad no controlan los cuerpos de los muertos, controlan los cristales de hielo formados por la humedad de los mismos; el cuerpo humano está compuesto por una gran cantidad de agua, la cual se mantiene cálida mientras estamos vivos. En este clima, cuando morimos, la mayor parte de esa agua comienza a convertirse en diminutos cristales de hielo; y contralar el hielo es la principal habilidad de los Seltkalt.
—Ya veo… por eso es que solo el fuego resulta efectivo contra los no muertos —entendió, mostrándose impresionado—. ¿Entonces el controlarlos es similar a como se hace con los clones?
—Algo así: según lo que he aprendido, el grado de fuerza y control, la cantidad de cuerpos y que tanto tiempo pueden moverse, la autonomía y destreza varían de usuario a usuario. Tanto es así que algunos solo pueden reanimar unos cuantos cadáveres utilizando el máximo de su concentración, mientras que otros pueden controlar docenas durante horas, mientras que combaten y gastan chakra.
El panorama no era nada bueno, y el sonido de cientos de dedos muertos arañando las paredes externas de la casa no ayudaban a sentirse positivos. El anciano se levantó con dificultad, para luego dirigirse a los jóvenes.
—Si están determinados a sobrevivir siganme, en el ático quedaron algunos artilugios del último conflicto entre poblaciones, estoy seguro de que habrá un par de cosas que puedan ayudarles a combatir.
Shinda se dirigió hacia una delgada escalera que les llevaría hasta el segundo piso de aquella edificación.
—Algo que también nos resultaría útil es saber a cuantos enemigos no estamos enfrentando: los nativos deben tener un número finito de manipuladores de muertos, y también un número finito de muertos a los cuales manipular… al menos por ahora.
—Los miembros de la tribu capaces de luchar deberían ser muy pocos..., pero desconozco de donde han tomado tal cantidad de cadáveres. Digo, del pueblo no pueden ser: hay un control muy estricto sobre las defunciones y las correspondientes incineraciones.
—Ser, gente de fuera, ejercito enemigo —señalo la de ojos azules que se mantenía cerca de ellos.
—Eso es imposible… Aquí no tenemos ejército, solo una guardia pequeña. Además de que ningún ejército vendría a un sitio como este, donde no hay nada que conquistar.
—Sabios decir: mercenarios bajo orden, líder Sarutobi, ser muchos, veinte veces diez. Una noche, todos derrotados, Seltkalt reclamar sus cuerpos como arma, como botín.
—En otras palabras: el líder Sarutobi contrato un ejército de doscientos mercenarios que no tenían idea de en qué se metían, los arrojo a una muerte segura e instantáneamente engroso las filas enemigas, confiriéndoles las fuerzas necesarias para tomar por asalto el pueblo. —A aquellas alturas, al de ojos grises ya no le sorprendía lo incapaz que demostraba ser la gente de aquella región.
—Kazushiro siempre fue bueno en las matemáticas y en los negocios, al igual que siempre fue un guerrero y un estratega pésimo.
Llegaron al final de la escalera, y el anciano abrió una puerta que parecía tener años sin ser utilizada; se hizo a un lado y encendió una vela dejando visible una enorme habitación repleta de cajones de madera. Parecía una especie de depósito abandonado, de aquellos que no eran visitados hasta que las situaciones se tornaban urgentes.
—Busquen en las cajas y seguro hallaran algo de utilidad, mientras deberían de hacer una estrategia —declaro mientras se acomodaba con pesadez sobre un viejo banquillo—: seguramente los muertos tienen órdenes de buscar a la chica y quien los controla no se mostrara a menos que haya otra opción… Tampoco pueden acorralarlo con un rehén; esos sujetos valoran demasiado el prestigio de dar muerte al enemigo y el sacrificio por el bien de la tribu.
»Si la situación se les va de las manos, podría darse el caso de que creyese que una segundogénita es un sacrificio aceptable si de acabar con dos guerreros y un Sarutobi se trata… además, que muriese les daría un motivo más para masacrarnos a todos sin necesidad de negociar o ¿me equivoco en mi estimación, princesa?
—No, tener razón: deber, honor, gloria… por encima de vidas, bien común, ser tiempo de guerra, ser lo normal…