24/12/2017, 03:21
El par de jóvenes se encontraba sumergido en la ardua tarea de inspeccionar el contenido de cada cajón, en la búsqueda por algo que pudiese serles útil. En un principio se mantuvieron en un calmo silencio, menos el lejano sonido de las manos de la muerte y del frio viento que afuera soplaba. ¡Venditas fuesen las paredes que los mantenían relativamente cálidos y a salvo!, al menos por un tiempo. El anciano Sarutobi y la jovencita Seltkalt también se mantenían en silencio, y no porque estuviesen ocupados, sino que eran sus pensamientos que les mantenían en profunda e interna inquietud.
—Ya estoy viendo algunas cosas que podrían sernos de utilidad —declaro el peliblanco en cuanto su búsqueda comenzó a dar resultados.
La primera parte de la búsqueda les llevaría a encontrar cosas como viejos insumos médicos, pieles gruesas y equipo para la nieve, elementos salvavidas en otras circunstancias… La segunda ronda de reconocimiento fue mucho más fructífera: hallaron muchas botellas pequeñas de queroseno, variedad de barriles con brea, vasijas con aceite y unas cuantas latas rellenas con pólvora. Todo a su entera disposición, excepto por el hecho de que estaban tan fríos que era difícil saber si funcionarían correctamente.
—Bueno, hay lo suficiente como para considerarse un pequeño arsenal. —Se permitió sonreír por el irónico hecho de que si aquel lugar no fuese tan frio, todas aquellas sustancias combinadas podrían hacerlos volar hasta las nubes con la más pequeña de las flamas.
El joven peliblanco se hizo con un par de enormes ollas y procedió a despejar un área cercana. En sus días de campo había aprendido que la brea y el aceite deben de estar bien calientes antes de poder utilizarlos, con el fin de evitar la típica viscosidad de cuando estaban fríos y viejos. Lleno ambos recipientes, encendió un par de pequeños mecheros a gas y dejo que aquella “esperanza liquida” hirviera lentamente.
El anciano se le quedo observando en silencio… y luego desvió la mirada.
—Debo admitir que es el primer sitio donde la plenitud de sus leyendas locales resulta ser cierta —dijo, como buscando un tema de conversación que no tuviese que ver con una muerte inminente—. Bueno, excepto por el hecho de que los “Seltkalt” no estaban tan extintos como creían.
La muchachita de ojos azules dirigió una reprobatoria mirada hacia el sabio, y este se doblego ante lo frio de la misma.
—No tiene caso andar con discreciones ahora que ya están al fondo de la grieta —refunfuño el anciano—. Además, puede que dentro de poco estemos muertos, así que el secreto bien podría quedar a salvo… ¡Escúchenme bien!
El Hakagurē miro a Keisuke, como preguntandole que bicho de las nieves le pudo haber picado al anciano.
—Los Seltkalt jamás estuvieron extintos, esa es la verdad: durante la primera guerra de fuego y hielo —hace cientos de años—, los Sarutobi tuvieron… tuvimos la oportunidad de aniquilarlos, pero los colonos nos daban tanto prestigio y poder por aquella miserable tarea… que si aquellos nativos desaparecían, perderíamos toda nuestra influencia.
»Veníamos de una enorme guerra en donde dábamos la vida por señores que prometían pagarnos cuando todo terminara, y luego morían antes cumplir su parte del contrato. De pronto, no encontramos con esta tierra donde se nos alababa como héroes y salvadores, todo a cambio de deshacernos de unos cuantos nativos que, la verdad sea dicha, eran un hueso duro de roer.
»La gente de aquel entonces eran solo un montón de refugiados, pobres e ignorantes. Lo único con lo que podían pagar nuestros servicios era con cargos públicos y títulos de propiedad. Aquello resulto ser suficiente para nosotros, y poco nos importaba estar en la congelada tierra sagrada de un montón de fríos y hostiles pseudóninjas.
»Se desarrolló la guerra y todo siguió su curso… Pero resulto que el plan de nuestro líder era seguir haciendo de héroes hasta ser dueños de todo el pueblo, tanto administrativa como cultural y políticamente… Y aquello no era posible si no teníamos un enemigo al cual derrotar y que nos diera el prestigio necesario. Así que la decisión fue desarrollar un plan de control de vida sobre la tribu Seltkalt: se dejarían con vida los suficientes como para buscar pelea cuando nuestras intenciones o posiciones estuvieran en juego, para el teatro; pero no los suficientes como para representar una amenaza real para el pueblo; muerte a los más fuertes y rebeldes, vida a los mas débiles y sumisos.
Sapayauitl se mostró perturbada pero no sorprendida ante la terrible revelación del conocimiento que aquel hombre guardaba.
—Sí, esa es la grotescamente épica historia de cómo mi familia se convirtió en un grupo de héroes, que a su vez son dueños del pueblo y de lo que este cree saber —dijo, con una risa lamentable—. Ese es el conocimiento del cual soy guardián… Ya ven: el lado más terrible de la historia es el que no se cuenta a las masas… siempre es el que no se cuenta a las masas.
—Ya estoy viendo algunas cosas que podrían sernos de utilidad —declaro el peliblanco en cuanto su búsqueda comenzó a dar resultados.
La primera parte de la búsqueda les llevaría a encontrar cosas como viejos insumos médicos, pieles gruesas y equipo para la nieve, elementos salvavidas en otras circunstancias… La segunda ronda de reconocimiento fue mucho más fructífera: hallaron muchas botellas pequeñas de queroseno, variedad de barriles con brea, vasijas con aceite y unas cuantas latas rellenas con pólvora. Todo a su entera disposición, excepto por el hecho de que estaban tan fríos que era difícil saber si funcionarían correctamente.
—Bueno, hay lo suficiente como para considerarse un pequeño arsenal. —Se permitió sonreír por el irónico hecho de que si aquel lugar no fuese tan frio, todas aquellas sustancias combinadas podrían hacerlos volar hasta las nubes con la más pequeña de las flamas.
El joven peliblanco se hizo con un par de enormes ollas y procedió a despejar un área cercana. En sus días de campo había aprendido que la brea y el aceite deben de estar bien calientes antes de poder utilizarlos, con el fin de evitar la típica viscosidad de cuando estaban fríos y viejos. Lleno ambos recipientes, encendió un par de pequeños mecheros a gas y dejo que aquella “esperanza liquida” hirviera lentamente.
El anciano se le quedo observando en silencio… y luego desvió la mirada.
—Debo admitir que es el primer sitio donde la plenitud de sus leyendas locales resulta ser cierta —dijo, como buscando un tema de conversación que no tuviese que ver con una muerte inminente—. Bueno, excepto por el hecho de que los “Seltkalt” no estaban tan extintos como creían.
La muchachita de ojos azules dirigió una reprobatoria mirada hacia el sabio, y este se doblego ante lo frio de la misma.
—No tiene caso andar con discreciones ahora que ya están al fondo de la grieta —refunfuño el anciano—. Además, puede que dentro de poco estemos muertos, así que el secreto bien podría quedar a salvo… ¡Escúchenme bien!
El Hakagurē miro a Keisuke, como preguntandole que bicho de las nieves le pudo haber picado al anciano.
—Los Seltkalt jamás estuvieron extintos, esa es la verdad: durante la primera guerra de fuego y hielo —hace cientos de años—, los Sarutobi tuvieron… tuvimos la oportunidad de aniquilarlos, pero los colonos nos daban tanto prestigio y poder por aquella miserable tarea… que si aquellos nativos desaparecían, perderíamos toda nuestra influencia.
»Veníamos de una enorme guerra en donde dábamos la vida por señores que prometían pagarnos cuando todo terminara, y luego morían antes cumplir su parte del contrato. De pronto, no encontramos con esta tierra donde se nos alababa como héroes y salvadores, todo a cambio de deshacernos de unos cuantos nativos que, la verdad sea dicha, eran un hueso duro de roer.
»La gente de aquel entonces eran solo un montón de refugiados, pobres e ignorantes. Lo único con lo que podían pagar nuestros servicios era con cargos públicos y títulos de propiedad. Aquello resulto ser suficiente para nosotros, y poco nos importaba estar en la congelada tierra sagrada de un montón de fríos y hostiles pseudóninjas.
»Se desarrolló la guerra y todo siguió su curso… Pero resulto que el plan de nuestro líder era seguir haciendo de héroes hasta ser dueños de todo el pueblo, tanto administrativa como cultural y políticamente… Y aquello no era posible si no teníamos un enemigo al cual derrotar y que nos diera el prestigio necesario. Así que la decisión fue desarrollar un plan de control de vida sobre la tribu Seltkalt: se dejarían con vida los suficientes como para buscar pelea cuando nuestras intenciones o posiciones estuvieran en juego, para el teatro; pero no los suficientes como para representar una amenaza real para el pueblo; muerte a los más fuertes y rebeldes, vida a los mas débiles y sumisos.
Sapayauitl se mostró perturbada pero no sorprendida ante la terrible revelación del conocimiento que aquel hombre guardaba.
—Sí, esa es la grotescamente épica historia de cómo mi familia se convirtió en un grupo de héroes, que a su vez son dueños del pueblo y de lo que este cree saber —dijo, con una risa lamentable—. Ese es el conocimiento del cual soy guardián… Ya ven: el lado más terrible de la historia es el que no se cuenta a las masas… siempre es el que no se cuenta a las masas.