30/12/2017, 16:45
(Última modificación: 30/12/2017, 16:46 por Umikiba Kaido.)
Reiji se debatía en sus tribulaciones. Era demasiada información, demasiadas sospechas, demasiadas conjeturas. Y nada concreto. Nada.
Frente a él, aún tenía a aquella mujer que se resignaba a mostrarse inocente. Estaba claro que, de una u otra manera, aunque el cuervo creyese fervientemente que ella estaría implicada, que sus métodos o sus renuentes intentos de amedrentarla no iban a funcionar, ni hoy ni mañana. Ella se mantendría impoluta en su versión, mostrándose encarecidamente en contra de las acusaciones de un genin que probablemente habría estado viendo series detectivescas de más.
Y ahora lejos, desaparecido, tenía a Mirogata. Mirogata fue un tipo que desde el principio no lució sospechoso, nunca dio las razones necesarias. Reiji, sin embargo, no confiaba en nadie y siempre lo tuvo en su lista. ¿Pero a quién no tenía en su lista?; a sus cuervos, quizás. ¿Pero cómo iba él a culpar a alguien si a la misma vez culpaba a todos?
El tiempo se le agotaba, a él y también a sus cuervos. Porque mientras Yuki sobrevolaba, sin éxito encontrando a Mirogata, sí que se percató de alguien muy familiar. Y ese era Yoru, quien por alguna razón había abandonado su misión y ahora se encontraba frente a los anaqueles que, tras el vidrio, tenían un par de pantallas por las cuales transmitían una novela. Yoru yacía perplejo observando los dramas meridianos mientras Yuki comprobó lo que estaba haciendo.
Y a su vez, vio a un hombre parecido a Mirogata —tenía que ser él— a unos ciento cincuenta metros de su posición, a la derecha. Caminaba a prisa y, por alguna razón, ahora iba acompañado. De un hombre de nariz torcida.
Pero eso Yuki no lo sabía.
Frente a él, aún tenía a aquella mujer que se resignaba a mostrarse inocente. Estaba claro que, de una u otra manera, aunque el cuervo creyese fervientemente que ella estaría implicada, que sus métodos o sus renuentes intentos de amedrentarla no iban a funcionar, ni hoy ni mañana. Ella se mantendría impoluta en su versión, mostrándose encarecidamente en contra de las acusaciones de un genin que probablemente habría estado viendo series detectivescas de más.
Y ahora lejos, desaparecido, tenía a Mirogata. Mirogata fue un tipo que desde el principio no lució sospechoso, nunca dio las razones necesarias. Reiji, sin embargo, no confiaba en nadie y siempre lo tuvo en su lista. ¿Pero a quién no tenía en su lista?; a sus cuervos, quizás. ¿Pero cómo iba él a culpar a alguien si a la misma vez culpaba a todos?
El tiempo se le agotaba, a él y también a sus cuervos. Porque mientras Yuki sobrevolaba, sin éxito encontrando a Mirogata, sí que se percató de alguien muy familiar. Y ese era Yoru, quien por alguna razón había abandonado su misión y ahora se encontraba frente a los anaqueles que, tras el vidrio, tenían un par de pantallas por las cuales transmitían una novela. Yoru yacía perplejo observando los dramas meridianos mientras Yuki comprobó lo que estaba haciendo.
Y a su vez, vio a un hombre parecido a Mirogata —tenía que ser él— a unos ciento cincuenta metros de su posición, a la derecha. Caminaba a prisa y, por alguna razón, ahora iba acompañado. De un hombre de nariz torcida.
Pero eso Yuki no lo sabía.