6/01/2018, 02:02
(Última modificación: 6/01/2018, 02:02 por Uchiha Akame.)
«"¿Pasó que se iban?" ¡Se han largado porque habéis puesto el maldito bar patas arriba! ¡Los teníais besándose hace sólo cinco minutos!, por las tetas de Amaterasu...»
Akame reprimió aquellos pensamientos. Reprender a sus compañeros no iba a resultar en absoluto productivo, y tampoco tenían lugar para lamentaciones. Vista la fotografía, estaba claro que necesitarían algo mejor. Mucho mejor. Al ser cuestionado, el Uchiha echó la mirada atrás para distinguir las ya lejanas figuras del profesor y su amante. Luego volvió a mirar a Juro y Keisuke y les señaló calle abajo con un gesto de su afilado mentón.
—Todavía no están lejos. Esperemos que nuestro estimado académico se haya quedado con ganas de juerga —terció, recuperando el semblante sereno y calmo que le caracterizaba.
«Si se han marchado juntos es probable que no vayan a separarse todavía. ¿Qué sentido tendría? En el momento en el que cada uno tome su camino, lo harán con más discreción...»
Sea como fuere, el uzujin no pensaba darse por vencido.
—Sigámoslos y crucemos los dedos.
Akame echó a andar calle abajo, caminando pegado a los edificios de la parte derecha por si en algún momento debía abrazar un portal para evitar ser visto. Si Juro y Keisuke le seguían, los tres genin caminarían durante cinco minutos más tras el infiel y su amante.
Acabarían dando con sus pasos en un callejón sin salida, mucho más pequeño y discreto que la concurrida intersección donde se ubicaba El Cruce. Desde una esquina, los shinobi podrían ver cómo el profesor Rōshi y aquella jovencita de cabellos negros entraban en un edificio de dos plantas, al fondo de la callejuela. Tanto la fachada como el tejado se asemejaban al resto de los bloques de alrededor, y no había nada reseñable a simple vista. No obstante, al fijarse mejor se podía leer un sencillo cartel colgado junto a la entrada. Era de madera y lucía una inscripción realizada con gruesos trazos de tinta negra.
—Es nuestro maldito día de suerte —masculló Akame, todavía desde la esquina del principio del callejón—. Necesitamos localizar su habitación, llegar hasta ahí y hacerles una fotografía con las manos en la maldita masa. No podemos cagarla ahora.
Akame reprimió aquellos pensamientos. Reprender a sus compañeros no iba a resultar en absoluto productivo, y tampoco tenían lugar para lamentaciones. Vista la fotografía, estaba claro que necesitarían algo mejor. Mucho mejor. Al ser cuestionado, el Uchiha echó la mirada atrás para distinguir las ya lejanas figuras del profesor y su amante. Luego volvió a mirar a Juro y Keisuke y les señaló calle abajo con un gesto de su afilado mentón.
—Todavía no están lejos. Esperemos que nuestro estimado académico se haya quedado con ganas de juerga —terció, recuperando el semblante sereno y calmo que le caracterizaba.
«Si se han marchado juntos es probable que no vayan a separarse todavía. ¿Qué sentido tendría? En el momento en el que cada uno tome su camino, lo harán con más discreción...»
Sea como fuere, el uzujin no pensaba darse por vencido.
—Sigámoslos y crucemos los dedos.
Akame echó a andar calle abajo, caminando pegado a los edificios de la parte derecha por si en algún momento debía abrazar un portal para evitar ser visto. Si Juro y Keisuke le seguían, los tres genin caminarían durante cinco minutos más tras el infiel y su amante.
Acabarían dando con sus pasos en un callejón sin salida, mucho más pequeño y discreto que la concurrida intersección donde se ubicaba El Cruce. Desde una esquina, los shinobi podrían ver cómo el profesor Rōshi y aquella jovencita de cabellos negros entraban en un edificio de dos plantas, al fondo de la callejuela. Tanto la fachada como el tejado se asemejaban al resto de los bloques de alrededor, y no había nada reseñable a simple vista. No obstante, al fijarse mejor se podía leer un sencillo cartel colgado junto a la entrada. Era de madera y lucía una inscripción realizada con gruesos trazos de tinta negra.
«Hostal Yamazuki»
—Es nuestro maldito día de suerte —masculló Akame, todavía desde la esquina del principio del callejón—. Necesitamos localizar su habitación, llegar hasta ahí y hacerles una fotografía con las manos en la maldita masa. No podemos cagarla ahora.