11/01/2018, 04:06
(Última modificación: 11/01/2018, 04:23 por Uchiha Datsue.)
Yume se quedó atónita.
—Entonces… —Una parte de sí seguía sin creérselo—, lo reconoces. Todo fue por tus propios propósitos.
Silencio.
—Nos engañaste a todos prometiéndonos un retiro dorado. Un botín que ni en cien vidas podríamos gastar. Pero era todo una mentira —masculló, con toda la rabia que pudo imprimir a su voz—. Lo único que querías era sacar a Kingu de su zona de confort. De su zona segura. Querías provocarle, humillarle como nunca nadie lo había hecho para que saliera a tu encuentro y tener una oportunidad de matarle.
Silencio.
—Y el resto… el resto te importaba una mierda.
No sabía qué odiaba más: si al fin descubrir una verdad que sospechaba desde hacía mucho tiempo; o aquel silencio mudo en la que Zaide se había envuelto. Le agarró del cuello y levantó un puño. Quería estampárselo en la cara. Destrozársela hasta que no quedase ni rastro de su estúpida sonrisa. Cuánto la odiaba…
… cuánto la había amado una vez.
—No mereces que ni te pegue —le soltó—. Lo dejo, Zaide. Arréglate tú solo con esta mierda.
Yume le entregó un pantalón militar —de corte pesquero, ajustándose a la altura de la pantorrilla— con numerosos bolsillos y un cinturón que no necesitaría apretar. Luego una camisa de algodón, negra y bastante básica, de manga corta, con la que Koko tendría que ingeniárselas para vestirla, teniendo en cuenta las esposas. La exkunoichi de Uzu iba a entregarle también una chaqueta, de un azul oscuro, pero entonces llegó la pregunta.
—Por cierto… ¿Podrías decirme para qué quiere el dinero Zaide? Digo, lo más probable es que le dejen el dinero que pide y luego media villa se lance a matarle.
No, Yume tampoco sabía para qué coño quería el dinero. Tenía muchas sospechas, pero ninguna idea clara. Utilizarlo para contratar a mercenarios de medio pelo y enfrentarse a Dragón Rojo era una utopía. Les habían diezmado en sus mejores tiempos, cuando el grupo estaba compuesto por más de una docena de sanguinarios guerreros. Ahora que eran solo tres… no tenían ninguna oportunidad. El problema era que Zaide siempre había sido un hombre soñador. Demasiado.
—No te preocupes por él —dijo, pese a que sabía perfectamente que a Koko le importaba menos que una mierda—, sabrá arreglárselas. Todos lo haremos. Llevamos huyendo mucho tiempo. Zaide, toda una vida. Desde que a los quince años se le ocurriese la genial idea de atentar contra el Señor Feudal de País de la Tormenta. Fracasó, pero está en el Libro Bingo de Amegakure desde entonces. Y yo en el de Uzu, y aquí estamos, vivos.
»Además —agregó—, ¿cómo iba a revelarte eso? Sabes perfectamente que no puedo. Sería la mejor pista que tendríais para rastrearnos.
—Entonces… —Una parte de sí seguía sin creérselo—, lo reconoces. Todo fue por tus propios propósitos.
Silencio.
—Nos engañaste a todos prometiéndonos un retiro dorado. Un botín que ni en cien vidas podríamos gastar. Pero era todo una mentira —masculló, con toda la rabia que pudo imprimir a su voz—. Lo único que querías era sacar a Kingu de su zona de confort. De su zona segura. Querías provocarle, humillarle como nunca nadie lo había hecho para que saliera a tu encuentro y tener una oportunidad de matarle.
Silencio.
—Y el resto… el resto te importaba una mierda.
No sabía qué odiaba más: si al fin descubrir una verdad que sospechaba desde hacía mucho tiempo; o aquel silencio mudo en la que Zaide se había envuelto. Le agarró del cuello y levantó un puño. Quería estampárselo en la cara. Destrozársela hasta que no quedase ni rastro de su estúpida sonrisa. Cuánto la odiaba…
… cuánto la había amado una vez.
—No mereces que ni te pegue —le soltó—. Lo dejo, Zaide. Arréglate tú solo con esta mierda.
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Yume le entregó un pantalón militar —de corte pesquero, ajustándose a la altura de la pantorrilla— con numerosos bolsillos y un cinturón que no necesitaría apretar. Luego una camisa de algodón, negra y bastante básica, de manga corta, con la que Koko tendría que ingeniárselas para vestirla, teniendo en cuenta las esposas. La exkunoichi de Uzu iba a entregarle también una chaqueta, de un azul oscuro, pero entonces llegó la pregunta.
—Por cierto… ¿Podrías decirme para qué quiere el dinero Zaide? Digo, lo más probable es que le dejen el dinero que pide y luego media villa se lance a matarle.
No, Yume tampoco sabía para qué coño quería el dinero. Tenía muchas sospechas, pero ninguna idea clara. Utilizarlo para contratar a mercenarios de medio pelo y enfrentarse a Dragón Rojo era una utopía. Les habían diezmado en sus mejores tiempos, cuando el grupo estaba compuesto por más de una docena de sanguinarios guerreros. Ahora que eran solo tres… no tenían ninguna oportunidad. El problema era que Zaide siempre había sido un hombre soñador. Demasiado.
—No te preocupes por él —dijo, pese a que sabía perfectamente que a Koko le importaba menos que una mierda—, sabrá arreglárselas. Todos lo haremos. Llevamos huyendo mucho tiempo. Zaide, toda una vida. Desde que a los quince años se le ocurriese la genial idea de atentar contra el Señor Feudal de País de la Tormenta. Fracasó, pero está en el Libro Bingo de Amegakure desde entonces. Y yo en el de Uzu, y aquí estamos, vivos.
»Además —agregó—, ¿cómo iba a revelarte eso? Sabes perfectamente que no puedo. Sería la mejor pista que tendríais para rastrearnos.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado