14/01/2018, 21:21
Como buen shinobi, Karasukage trazó su plan en el acto. Su mente dio tumbos y vuelcos y elaboró un plan de acción que le permitiría, en principio, atrapar a los que huían. Entonces corrió, corrió como buenamente pudo y alarmó a los guardias de que no advirtiesen de su presencia para él poder acercarse lo suficiente.
El carruaje, no obstante, iba mucho más a trote que su velocidad, y probablemente no iba a poder alcanzarlos. No, eso ya él lo sabía con certeza. Su única oportunidad era la de...
Arrojó el shuriken con todas sus fuerzas, y el arma viajó en dirección a las cuerdas. Pero antes de que pudiera darse cuenta, el ninja metió el pie en una zanja del camino y se fue de bocarrajo hacia la tierra, dándose una tunda contra el suelo como bien los dioses mandaban. Y perdiendo la conciencia en el acto.
La estrella metálica, sin embargo, y muy a pesar de que no había dado en el objetivo; se había acomodado muy plácidamente en el cuadril trasero de uno de los caballos, que sintió el pinchazo como si de una de esas inyecciones parasitarias se tratase.
El caballo se detuvo tan en seco que su compañero animal, que siguió corriendo, se tropezó con sus propias patas al sentir el repentino desbalance de velocidad. El otro se paró en dos patas, y de pronto aquel carruaje se dio vuelta por sobre el camino y partió su madera a medida de que rodaba a través del sendero.
Reiji, de alguna forma, había acertado, y a la vez no.
La luz blanca al final de túnel. O, al tope de la habitación.
Reiji despertó, con la cabeza cubierta por venda y lo bastante atolondrado como para no saber en dónde estaba. A medida de que recuperaba la visión, pudo ir percatándose de los claros detalles que le afirmarían que se encontraba en el hospital de Amegakure.
A su lado, una enfermera medía su pulso y le observaba con suma tranquilidad.
El carruaje, no obstante, iba mucho más a trote que su velocidad, y probablemente no iba a poder alcanzarlos. No, eso ya él lo sabía con certeza. Su única oportunidad era la de...
Arrojó el shuriken con todas sus fuerzas, y el arma viajó en dirección a las cuerdas. Pero antes de que pudiera darse cuenta, el ninja metió el pie en una zanja del camino y se fue de bocarrajo hacia la tierra, dándose una tunda contra el suelo como bien los dioses mandaban. Y perdiendo la conciencia en el acto.
La estrella metálica, sin embargo, y muy a pesar de que no había dado en el objetivo; se había acomodado muy plácidamente en el cuadril trasero de uno de los caballos, que sintió el pinchazo como si de una de esas inyecciones parasitarias se tratase.
El caballo se detuvo tan en seco que su compañero animal, que siguió corriendo, se tropezó con sus propias patas al sentir el repentino desbalance de velocidad. El otro se paró en dos patas, y de pronto aquel carruaje se dio vuelta por sobre el camino y partió su madera a medida de que rodaba a través del sendero.
Reiji, de alguna forma, había acertado, y a la vez no.
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La luz blanca al final de túnel. O, al tope de la habitación.
Reiji despertó, con la cabeza cubierta por venda y lo bastante atolondrado como para no saber en dónde estaba. A medida de que recuperaba la visión, pudo ir percatándose de los claros detalles que le afirmarían que se encontraba en el hospital de Amegakure.
A su lado, una enfermera medía su pulso y le observaba con suma tranquilidad.