15/01/2018, 20:48
—¡Ryuuuu! —volvió a quejarse, con aquella actitud de hermana pequeña que la caracterizaba cuando estaba con sus hermanos mayores —. ¿De verdad que queda mucho para llegar? ¡No hemos parado en todo el día! ¿Sabes cuánto hace que no salgo de la villa? —preguntó, dispuesta a exagerar la respuesta en cuanto su hermano contestase.
—¿Un mes? —contestó él, dejando caer su cabeza hacia el lado de la joven.
—¡Dos! —respondió rápidamente la kunoichi, sacando dos dedos de su mano izquierda — ¿Sabes lo que me duelen las piernas?
—¿Sabes que eres una quejica? —respondió su hermano Ryuusuke, rebatiéndola.
Aquel viaje había empezado como cualquier otro, cuando el hermano mayor de Eri había sugerido viajar con ella hasta la Villa de las Aguas Termales debido a un compromiso con un compañero que estaba de servicio en la ciudad, y ya de paso disfrutar un poco de los servicios que proporcionaba la ciudad. La pequeña pelirroja dijo que sí de inmediato, pero a medida que andaban y pasaban las horas bajo el sol aún con el viento y la temperatura a su favor, Eri no podía dejar de quejarse todo el tiempo.
Sin embargo y pese a que les quedaba un pequeño tramo del camino donde ya se veía a lo lejos la villa, un obstáculo hizo que Eri no pudiese evitar pararse y echar un vistazo a aquello.
—Ryu, adelántate tú, yo voy ahora —informó la chica con un tono más calmado y menos agudo —. Por favor.
El chico negó con la cabeza, resignado.
—Tu ganas, nos vemos allí, te esperaré cerca de la entrada —fue lo último que dijo antes de revolverle el cabello a su hermana y seguir con su camino.
Ella, por su parte, había descubierto a un animal, más concreto: una pequeña ardilla de color claro con unas extrañas manchas de colores en su espalda, y con su pata llena de sangre, herida. Eri no podía simplemente dejarla allí, a su suerte, mientras necesitaba atención médica, así que con los pocos vendajes y utensilios que había cogido de casa —acto que heredó de su hermana mayor —, se propuso a intentar curar su pequeña patita.
Esperando que no metiese la pata con el pobre animal.
—¿Un mes? —contestó él, dejando caer su cabeza hacia el lado de la joven.
—¡Dos! —respondió rápidamente la kunoichi, sacando dos dedos de su mano izquierda — ¿Sabes lo que me duelen las piernas?
—¿Sabes que eres una quejica? —respondió su hermano Ryuusuke, rebatiéndola.
Aquel viaje había empezado como cualquier otro, cuando el hermano mayor de Eri había sugerido viajar con ella hasta la Villa de las Aguas Termales debido a un compromiso con un compañero que estaba de servicio en la ciudad, y ya de paso disfrutar un poco de los servicios que proporcionaba la ciudad. La pequeña pelirroja dijo que sí de inmediato, pero a medida que andaban y pasaban las horas bajo el sol aún con el viento y la temperatura a su favor, Eri no podía dejar de quejarse todo el tiempo.
Sin embargo y pese a que les quedaba un pequeño tramo del camino donde ya se veía a lo lejos la villa, un obstáculo hizo que Eri no pudiese evitar pararse y echar un vistazo a aquello.
—Ryu, adelántate tú, yo voy ahora —informó la chica con un tono más calmado y menos agudo —. Por favor.
El chico negó con la cabeza, resignado.
—Tu ganas, nos vemos allí, te esperaré cerca de la entrada —fue lo último que dijo antes de revolverle el cabello a su hermana y seguir con su camino.
Ella, por su parte, había descubierto a un animal, más concreto: una pequeña ardilla de color claro con unas extrañas manchas de colores en su espalda, y con su pata llena de sangre, herida. Eri no podía simplemente dejarla allí, a su suerte, mientras necesitaba atención médica, así que con los pocos vendajes y utensilios que había cogido de casa —acto que heredó de su hermana mayor —, se propuso a intentar curar su pequeña patita.
Esperando que no metiese la pata con el pobre animal.