15/01/2018, 23:43
Los tres muchachos bajaron la discreta callejuela en dirección al motel. Al acercarse al edificio se separaron para tomar caminos distintos; Keisuke buscó encaramarse a la fachada del lugar con ayuda de su Caminata Vertical, mientras que Akame y Juro ingresaron tranquilamente en la recepción.
Si es que a aquello se le podía llamar recepción. Era más bien una habitación pequeña y cutre, de paredes blancas con varios desconchones y con un mostrador, un armario detrás del mismo, y dos sillas como único mobiliario. Olía a tabaco y la estancia a aquellas horas de la tarde estaba iluminada tenuemente por una lámpara que colgaba del techo. Tras la mesa de madera un hombre de aspecto bien entrado en años, barriga cervecera y calva incipiente fumaba cigarrillos —la velocidad con la que lo hacía le permitía hablar de ello en plural— mientras trataba de resolver el crucigrama del último número del periódico. Vestía una camisa blanca de aspecto desgastado y abierta a la altura del pecho, lo suficiente para dejar entrever un cordón de oro que el susodicho llevaba al cuello.
Al entrar los dos shinobi en la recepción, el tipo alzó la vista y se fijó un momento en ellos con sus ojos castaños. Parecía extremadamente cansado e importunado por la repentina aparición de dos —posibles— clientes, como si resolver un sudoku fuese para él más importante que ganar dinero con su establecimiento.
—¿Habitación? —preguntó con tono repetitivo.
Akame se apoyó con ambas manos sobre la mesa que hacía las veces de mostrador y miró a los ojos al dueño. Durante un momento, Juro podría intuir un destello carmesí en su mirada.
—Sólo pasábamos por aquí.
El tipo se quedó embelesado un momento, como si hubiese visto un ángel o presenciado un milagro. Sin mudar aquella expresión ausente, respondió.
—Ah... Claro, claro...
El Uchiha se giró hacia su compañero y luego señaló el estrecho pasillo ubicado al lado derecho de la habitación. Luego lo siguió hasta el final y acabó por subir las escaleras que daban acceso al segundo piso. «Espero que Keisuke-san ya esté en posición...»
Una vez en el pasillo, buscar el número de la habitación en la que se habían ajolado el profesor Rōshi y su amante no fue tarea en absoluto difícil. Akame se apostó a un lado de la puerta, afinando el oído, con Juro frente a él. El Uchiha no dijo ni hizo nada por el momento.
—Vamos, vamos querida... Quítate... Ehehe, sí, eso es, quítatelo...
Las voces en el interior de la habitación eran apenas distinguibles, pero los ninjas conseguirían cazar algunas frases a medias o palabras al vuelo.
Al otro lado, Keisuke esperaba encaramado a la fachada. Tenía junto a él la ventana de la habitación, pero claro, las cortinas estaban echadas y era imposible ver nada al otro lado. Sin embargo, sí que podía oír retazos de lo que decían el académico y la jovencita.
—Pero Rōshi-sensei... Una señorita... Es adecuado...
Hubo más risas, un instante de silencio, y luego la voz del profesor.
—Ah, oh, Sumire-chan... Tus... Tan bien...
De repente, tanto Keisuke como Juro y Akame pudieron escuchar un golpe seco y fuerte. Como si alguien hubiera dado un martillazo contra la pared. El silencio reinó durante unos instantes, y luego la voz del profesor Rōshi fue perfectamente audible.
—¿Sumire-chan... Qué significa...?
Otro golpetazo. Y, esta vez, una voz femenina. Se parecía a la de la amante del académico, solo que sonaba mucho más firme y carente de inocencia. Llena de autoridad.
—El libro de... ¿Dónde...? Sé que... Aquí... ¿Dónde está?
—¿El libro? ¿De qué... Hablando, Sumire-chan?
Un tercer golpe más fuerte que los anteriores, y esta vez los ninjas pudieron escuchar un quejido de dolor. Le sucedió otro más, y éste último provocó que Akame intercambiase una mirada nerviosa con Juro. Por primera vez en la misión se encontraba descolocado; «¿qué demonios significa todo esto?»
Entonces, los tres pudieron escuchar una última advertencia de la llamada Sumire, alta y clara.
—Dímelo o te mato.
Si es que a aquello se le podía llamar recepción. Era más bien una habitación pequeña y cutre, de paredes blancas con varios desconchones y con un mostrador, un armario detrás del mismo, y dos sillas como único mobiliario. Olía a tabaco y la estancia a aquellas horas de la tarde estaba iluminada tenuemente por una lámpara que colgaba del techo. Tras la mesa de madera un hombre de aspecto bien entrado en años, barriga cervecera y calva incipiente fumaba cigarrillos —la velocidad con la que lo hacía le permitía hablar de ello en plural— mientras trataba de resolver el crucigrama del último número del periódico. Vestía una camisa blanca de aspecto desgastado y abierta a la altura del pecho, lo suficiente para dejar entrever un cordón de oro que el susodicho llevaba al cuello.
Al entrar los dos shinobi en la recepción, el tipo alzó la vista y se fijó un momento en ellos con sus ojos castaños. Parecía extremadamente cansado e importunado por la repentina aparición de dos —posibles— clientes, como si resolver un sudoku fuese para él más importante que ganar dinero con su establecimiento.
—¿Habitación? —preguntó con tono repetitivo.
Akame se apoyó con ambas manos sobre la mesa que hacía las veces de mostrador y miró a los ojos al dueño. Durante un momento, Juro podría intuir un destello carmesí en su mirada.
—Sólo pasábamos por aquí.
El tipo se quedó embelesado un momento, como si hubiese visto un ángel o presenciado un milagro. Sin mudar aquella expresión ausente, respondió.
—Ah... Claro, claro...
El Uchiha se giró hacia su compañero y luego señaló el estrecho pasillo ubicado al lado derecho de la habitación. Luego lo siguió hasta el final y acabó por subir las escaleras que daban acceso al segundo piso. «Espero que Keisuke-san ya esté en posición...»
Una vez en el pasillo, buscar el número de la habitación en la que se habían ajolado el profesor Rōshi y su amante no fue tarea en absoluto difícil. Akame se apostó a un lado de la puerta, afinando el oído, con Juro frente a él. El Uchiha no dijo ni hizo nada por el momento.
—Vamos, vamos querida... Quítate... Ehehe, sí, eso es, quítatelo...
Las voces en el interior de la habitación eran apenas distinguibles, pero los ninjas conseguirían cazar algunas frases a medias o palabras al vuelo.
—
Al otro lado, Keisuke esperaba encaramado a la fachada. Tenía junto a él la ventana de la habitación, pero claro, las cortinas estaban echadas y era imposible ver nada al otro lado. Sin embargo, sí que podía oír retazos de lo que decían el académico y la jovencita.
—Pero Rōshi-sensei... Una señorita... Es adecuado...
Hubo más risas, un instante de silencio, y luego la voz del profesor.
—Ah, oh, Sumire-chan... Tus... Tan bien...
De repente, tanto Keisuke como Juro y Akame pudieron escuchar un golpe seco y fuerte. Como si alguien hubiera dado un martillazo contra la pared. El silencio reinó durante unos instantes, y luego la voz del profesor Rōshi fue perfectamente audible.
—¿Sumire-chan... Qué significa...?
Otro golpetazo. Y, esta vez, una voz femenina. Se parecía a la de la amante del académico, solo que sonaba mucho más firme y carente de inocencia. Llena de autoridad.
—El libro de... ¿Dónde...? Sé que... Aquí... ¿Dónde está?
—¿El libro? ¿De qué... Hablando, Sumire-chan?
Un tercer golpe más fuerte que los anteriores, y esta vez los ninjas pudieron escuchar un quejido de dolor. Le sucedió otro más, y éste último provocó que Akame intercambiase una mirada nerviosa con Juro. Por primera vez en la misión se encontraba descolocado; «¿qué demonios significa todo esto?»
Entonces, los tres pudieron escuchar una última advertencia de la llamada Sumire, alta y clara.
—Dímelo o te mato.