17/01/2018, 05:56
Las flechas encendidas se alojaban con fiereza en los cuerpos corrompidos; mientras que las botellas de queroseno estallaban sobre los mismos, provocando que fuesen envueltos por las llamas. Desde la ventana, la horda enemiga comenzaba a tener el aspecto de una procesión de calurosas antorchas.
Aquellas criaturas no vivientes estaban lejos de dar señales de miedo o dolor; sin embargo, su asalto se estaba viendo ralentizado debido a la debilidad natural de su putrefacta carne: el calor de las llamas que les abrazaban los hacia torpes, y lentos al momento de responder a las directrices de su líder. El calor les debilitaba, y el olor a ropa chamuscada y carne quemada inundaban los fríos alrededores de la edificación.
—Sigue así, Keisuke-san —animo Kōtetsu—, estamos acabando con ellos.
Se permitió el vislumbrar un leve y engañoso rayo de esperanza atreves de la tormenta; y no se le podría culpar por ello, era joven y su defensa estaba siendo inesperadamente exitosa. Pero como suele suceder, las grandes alegrías espontaneas suelen venir seguidas por un terror y una desesperación atenazadoras.
—¡Espera, algo extraño sucede! —comento, al ver como cesaba el avance de los no muertos.
Detuvo su trabajo de tirador en cuanto vio como las criaturas comenzaban a retroceder, antes de sufrir más bajas innecesarias en sus filas. La situación era critica: resultaba obvio que en aquel sitio alto los no muertos serian casi incapaces de alcanzarles; aquello sumado a que enfrentar un ataque desde una posición elevada era cosa difícil y poco efectiva. La cuestión era que semejantes cadáveres andantes serían incapaces de llegar a tal razonamiento, mas no así quien debía de dirigirlos.
—Se están replegando, ¿cierto? —pregunto el anciano, como si ya conociese la respuesta a aquella pregunta—. Significa que no quieren sufrir más bajas; también significa que ahora se aproxima el verdadero peligro.
Los no muertos retrocedieron obedientemente hasta desaparecer en la densa neblina que cercaba la edificación. Sus escalofriantes ojos azules fueron lo último en perderse de vista mientras suspendían el asedio. De pronto se volvió a asentar un silencio sepulcral, interrumpido por los ocasionales rechinidos que el viento provocaba en la vieja casa. La tensión era tan densa y palpable como el terrible frio que le rodeaba; pues todos estaban a la espera de que algo ocurriese o de que alguien se manifestase. El joven de Uzushio se mantuvo calmado y en constante alerta, con el arco tensado y el cuerpo parcialmente oculto tras la pared, observando con cuidado, a la espera de algún movimiento. El tiempo seguía pasando, y ocasionalmente intercambiaba algunas miradas expectantes con su compañero; la espera comenzaba a tornarse insoportable. Y para su desgracia, no fue mucho lo que tuvieron que esperar: desde el sobrenatural límite de la nívea nube, una figura humanoide comenzó a hacerse cada vez más visible. El joven se atrevió a dar un vistazo, y su corazón casi se detiene al apreciar aquellos ojos de un ardiente color azulado; ojos que no eran como el par de los no muertos, sino que rebosaban de una furiosa y helada fuerza vital. Su corazón casi se detuvo, mientras hacia una seña a su compañero para que observase el lento y confiado avance del enemigo.
—Tenía razón —dijo dirigiéndose al anciano—, parece que ha decidido no perder más vasallos y encargarse de nosotros el mismo.
Su acercamiento era inexorable, y a su paso las llamas residuales se extinguían en un lamentable murmullo; pues tan frio como la muerte era el abyecto viento que le seguía. Su aspecto, a rasgos simples, era idéntico al de Sepayauitl: cabello largo y blanco, piel albina y ojos azules. Pero le diferenciaban un par de cosas: la primera eran sus atavíos y pinturas corporales, que sin duda eran las de un guerrero en labores; y la segunda, un rostro frio, duro y despiadado, como un trozo de hielo extraído desde lo más profundo y oscuro de un infierno congelado.
—Se ve… fuerte —alcanzo a decir el muchacho, en un eufemismo con que indicaba que se creía incapaz de poder contra él, solo.
Pero resultaba que no estaba en solitario para tan difícil tarea, otro ninja le hacía compañía; y sin embargo, y puede que fuese por algún instinto de quienes practicaban su oficio, sentía que quizás no fuesen suficiente, que sus fuerzas combinadas no alcanzasen para ganar. Y aun así, no les quedaba otra opción que enfrentarle, enfrentarle y ganar: el instinto de supervivencia bien podía empujarlos a huir y a luchar, pero como era cruelmente claro que no les dejaría irse con vida, solo les quedaba combatir.
El Hakagurē trago con fuerza y tomo tanto aire como pudo. Embadurno una flecha en brea y le prendió fuego; y le hizo una señal a su compañero para que atacase en cuanto él lo hiciera. Se asomó en la ventana y arrojo el proyectil… Con un leve gesto de la mano, la flecha se vio congelada y desintegrada en pleno vuelo, convertida en nieve instantáneamente. La reacción inmediata ante aquello habría sido la de continuar con el ataque, pero antes de que alguno pudiese reaccionar, una larga y delgada estaca de hielo salió disparada hacia la ventana.
A final de cuentas, resulto ser un mero lanzamiento sin un blanco preciso; y aun así basto para destrozar parte de la ventana y pared. Kōtetsu alcanzo a arrojarse al suelo y cubrirse, pero pese a su rostro calmado el susto le había pasado factura; su corazón daba tumbos cual caballo desbocado.
—¿Te encuentras bien, Keisuke-san? —se atrevió a preguntar, mientras se mantenía agazapado.
Aquellas criaturas no vivientes estaban lejos de dar señales de miedo o dolor; sin embargo, su asalto se estaba viendo ralentizado debido a la debilidad natural de su putrefacta carne: el calor de las llamas que les abrazaban los hacia torpes, y lentos al momento de responder a las directrices de su líder. El calor les debilitaba, y el olor a ropa chamuscada y carne quemada inundaban los fríos alrededores de la edificación.
—Sigue así, Keisuke-san —animo Kōtetsu—, estamos acabando con ellos.
Se permitió el vislumbrar un leve y engañoso rayo de esperanza atreves de la tormenta; y no se le podría culpar por ello, era joven y su defensa estaba siendo inesperadamente exitosa. Pero como suele suceder, las grandes alegrías espontaneas suelen venir seguidas por un terror y una desesperación atenazadoras.
—¡Espera, algo extraño sucede! —comento, al ver como cesaba el avance de los no muertos.
Detuvo su trabajo de tirador en cuanto vio como las criaturas comenzaban a retroceder, antes de sufrir más bajas innecesarias en sus filas. La situación era critica: resultaba obvio que en aquel sitio alto los no muertos serian casi incapaces de alcanzarles; aquello sumado a que enfrentar un ataque desde una posición elevada era cosa difícil y poco efectiva. La cuestión era que semejantes cadáveres andantes serían incapaces de llegar a tal razonamiento, mas no así quien debía de dirigirlos.
—Se están replegando, ¿cierto? —pregunto el anciano, como si ya conociese la respuesta a aquella pregunta—. Significa que no quieren sufrir más bajas; también significa que ahora se aproxima el verdadero peligro.
Los no muertos retrocedieron obedientemente hasta desaparecer en la densa neblina que cercaba la edificación. Sus escalofriantes ojos azules fueron lo último en perderse de vista mientras suspendían el asedio. De pronto se volvió a asentar un silencio sepulcral, interrumpido por los ocasionales rechinidos que el viento provocaba en la vieja casa. La tensión era tan densa y palpable como el terrible frio que le rodeaba; pues todos estaban a la espera de que algo ocurriese o de que alguien se manifestase. El joven de Uzushio se mantuvo calmado y en constante alerta, con el arco tensado y el cuerpo parcialmente oculto tras la pared, observando con cuidado, a la espera de algún movimiento. El tiempo seguía pasando, y ocasionalmente intercambiaba algunas miradas expectantes con su compañero; la espera comenzaba a tornarse insoportable. Y para su desgracia, no fue mucho lo que tuvieron que esperar: desde el sobrenatural límite de la nívea nube, una figura humanoide comenzó a hacerse cada vez más visible. El joven se atrevió a dar un vistazo, y su corazón casi se detiene al apreciar aquellos ojos de un ardiente color azulado; ojos que no eran como el par de los no muertos, sino que rebosaban de una furiosa y helada fuerza vital. Su corazón casi se detuvo, mientras hacia una seña a su compañero para que observase el lento y confiado avance del enemigo.
—Tenía razón —dijo dirigiéndose al anciano—, parece que ha decidido no perder más vasallos y encargarse de nosotros el mismo.
Su acercamiento era inexorable, y a su paso las llamas residuales se extinguían en un lamentable murmullo; pues tan frio como la muerte era el abyecto viento que le seguía. Su aspecto, a rasgos simples, era idéntico al de Sepayauitl: cabello largo y blanco, piel albina y ojos azules. Pero le diferenciaban un par de cosas: la primera eran sus atavíos y pinturas corporales, que sin duda eran las de un guerrero en labores; y la segunda, un rostro frio, duro y despiadado, como un trozo de hielo extraído desde lo más profundo y oscuro de un infierno congelado.
—Se ve… fuerte —alcanzo a decir el muchacho, en un eufemismo con que indicaba que se creía incapaz de poder contra él, solo.
Pero resultaba que no estaba en solitario para tan difícil tarea, otro ninja le hacía compañía; y sin embargo, y puede que fuese por algún instinto de quienes practicaban su oficio, sentía que quizás no fuesen suficiente, que sus fuerzas combinadas no alcanzasen para ganar. Y aun así, no les quedaba otra opción que enfrentarle, enfrentarle y ganar: el instinto de supervivencia bien podía empujarlos a huir y a luchar, pero como era cruelmente claro que no les dejaría irse con vida, solo les quedaba combatir.
El Hakagurē trago con fuerza y tomo tanto aire como pudo. Embadurno una flecha en brea y le prendió fuego; y le hizo una señal a su compañero para que atacase en cuanto él lo hiciera. Se asomó en la ventana y arrojo el proyectil… Con un leve gesto de la mano, la flecha se vio congelada y desintegrada en pleno vuelo, convertida en nieve instantáneamente. La reacción inmediata ante aquello habría sido la de continuar con el ataque, pero antes de que alguno pudiese reaccionar, una larga y delgada estaca de hielo salió disparada hacia la ventana.
A final de cuentas, resulto ser un mero lanzamiento sin un blanco preciso; y aun así basto para destrozar parte de la ventana y pared. Kōtetsu alcanzo a arrojarse al suelo y cubrirse, pero pese a su rostro calmado el susto le había pasado factura; su corazón daba tumbos cual caballo desbocado.
—¿Te encuentras bien, Keisuke-san? —se atrevió a preguntar, mientras se mantenía agazapado.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)