18/01/2018, 18:42
Akame apretó los dientes, indeciso. Su compañero de Kusa tenía razón; no cobrarían dinero alguno si el objetivo terminaba muerto. Aunque, por otra parte, era probable que de revelarse ellos tres, el cometido original de su encargo no pudiera ser cumplido en su totalidad tampoco —porque exigía discrección—. «¡Ah, por los cuernos de Susano'o!»
De nada iba a servirles que al profesor Rōshi lo acabasen acuchillando en un motel de mierda.
El Uchiha alzó tres dedos de su mano derecha en dirección a Juro, a modo de cuenta atrás. «Tres...»
Al otro lado de la habitación, Keisuke trataba de abrir la ventana con una sola mano. Sus dedos resbalaron en el cristal.
Akame escondió uno de los dedos. «Dos...»
El amejin lo intentó entonces con ambas manos, encontrando menos resistencia. Parecía que la ventana no estaba cerrada con seguro y podría abrirla desde fuera.
El de Uzushio mostró sólo un dedo restante de su mano. «Uno...»
Keisuke abrió la ventana por fin, y la hoja chirrió ligeramente al desplazarse sobre el marco de madera. Metió la mano, buscando descorrer parcialmente las cortinas para ver lo que estaba ocurriendo dentro...
¡Y vaya si lo vió!
«¡Ya!»
Justo en ese mismo momento, Akame y Juro cargaron contra la puerta de la habitación, golpeándola con toda la fuerza que fueron capaces de reunir. Para suerte de ambos —y tal vez, del profesor Rōshi—, la hoja se desencajó del marco con suma facilidad, cayendo pesadamente al suelo con un estruendo.
—¿¡Pero qué...!?
El académico estaba tumbado sobre una cama doble, con su hakama aguamarina abierto a la altura del pecho y sus gafas reposando sobre la mesita auxiliar. Sobre él, sentada a horcajadas, la chica a la que habían visto acompañándole en El Cruce; jovencita, de pelo largo y negro y piel pálida. Sus ojos no transmitían ahora aquella expresión dulce e inocente, sino la misma dureza del acero y la astucia de una auténtica víbora.
En su mano, la llamada Sumire sujetaba un kunai de aspecto extremadamente afilado apoyado sobre el gaznate de Rōshi.
—¡Alto! ¡En nombre de Uzushiogakure no Sato, te ordeno que te detengas ahora mismo! —bramó Akame, tratando de imprimir a su voz toda la autoridad de la que era capaz.
La mujer miró entonces a un lado y a otro, advirtiendo también la posición de Keisuke junto a la ventana. Estaba rodeada —mas eso no pareció importarle—. Con un movimiento extremadamente veloz, Sumire lanzó el kunai que tenía en la mano diestra a Keisuke, buscando acertarle directamente en el rostro —y consecuentemente, matarle en el acto—, mientras con su mano zurda sacaba un par de shuriken de un pliegue interior de su kimono y se lo arrojaba a los otros dos genin. Uno a Juro y otro a Akame, a la altura del cuello.
De nada iba a servirles que al profesor Rōshi lo acabasen acuchillando en un motel de mierda.
El Uchiha alzó tres dedos de su mano derecha en dirección a Juro, a modo de cuenta atrás. «Tres...»
Al otro lado de la habitación, Keisuke trataba de abrir la ventana con una sola mano. Sus dedos resbalaron en el cristal.
Akame escondió uno de los dedos. «Dos...»
El amejin lo intentó entonces con ambas manos, encontrando menos resistencia. Parecía que la ventana no estaba cerrada con seguro y podría abrirla desde fuera.
El de Uzushio mostró sólo un dedo restante de su mano. «Uno...»
Keisuke abrió la ventana por fin, y la hoja chirrió ligeramente al desplazarse sobre el marco de madera. Metió la mano, buscando descorrer parcialmente las cortinas para ver lo que estaba ocurriendo dentro...
¡Y vaya si lo vió!
«¡Ya!»
Justo en ese mismo momento, Akame y Juro cargaron contra la puerta de la habitación, golpeándola con toda la fuerza que fueron capaces de reunir. Para suerte de ambos —y tal vez, del profesor Rōshi—, la hoja se desencajó del marco con suma facilidad, cayendo pesadamente al suelo con un estruendo.
—¿¡Pero qué...!?
El académico estaba tumbado sobre una cama doble, con su hakama aguamarina abierto a la altura del pecho y sus gafas reposando sobre la mesita auxiliar. Sobre él, sentada a horcajadas, la chica a la que habían visto acompañándole en El Cruce; jovencita, de pelo largo y negro y piel pálida. Sus ojos no transmitían ahora aquella expresión dulce e inocente, sino la misma dureza del acero y la astucia de una auténtica víbora.
En su mano, la llamada Sumire sujetaba un kunai de aspecto extremadamente afilado apoyado sobre el gaznate de Rōshi.
—¡Alto! ¡En nombre de Uzushiogakure no Sato, te ordeno que te detengas ahora mismo! —bramó Akame, tratando de imprimir a su voz toda la autoridad de la que era capaz.
La mujer miró entonces a un lado y a otro, advirtiendo también la posición de Keisuke junto a la ventana. Estaba rodeada —mas eso no pareció importarle—. Con un movimiento extremadamente veloz, Sumire lanzó el kunai que tenía en la mano diestra a Keisuke, buscando acertarle directamente en el rostro —y consecuentemente, matarle en el acto—, mientras con su mano zurda sacaba un par de shuriken de un pliegue interior de su kimono y se lo arrojaba a los otros dos genin. Uno a Juro y otro a Akame, a la altura del cuello.