24/01/2018, 23:21
(Última modificación: 24/01/2018, 23:50 por Uchiha Akame.)
Desde su posición en el suelo, el Uchiha observó —todavía con el rostro encogido por los efectos leves de la parálisis— cómo Keisuke se le acercaba y sacaba una jeringuilla de entre sus posesiones. El muchacho de Amegakure la pinchó en un frasco, extrajo parte del contenido y luego se lo pinchó con una mecanicidad que dejó poco lugar a dudas sobre sus habilidades. «Así que Keisuke-san es un ninja médico...»
Tal y como el amejin había predicho, a los pocos instantes Akame era capaz de moverse de nuevo. Todavía se notaba entumecido, como si tuviera todo el cuerpo agarrotado —no sabía si por el veneno de Juro o por aquella extraña técnica de la kunoichi renegada, que le había arrebatado el control de su cuerpo—, y le costó un gran esfuerzo ponerse en pie.
Mientras tanto, el profesor Rōshi no podía parar de rascarse. Se había incorporado de la cama y trataba de abrocharse su camisa con palpable vergüenza, pero era incapaz debido a los intensos picores. La disculpa de Juro no pareció mejorarlo mucho, y el profesor se limitó a dirigirle una mirada cargada de resentimiento.
—Gracias, Juro-san. Gran trabajo controlando la situación —Akame puso su mano derecha sobre el hombro del kusajin. Luego hizo una inclinación de cabeza para mostrarle su respeto—. El enemigo me cogió por sorpresa. Si no hubiese sido por ti, quizás ahora todos estaríamos muertos.
Pese a que el agradecimiento era sincero, Akame dudaba que aquella última parte fuese verdad. Sumire había demostrado dominar unas técnicas peligrosísimas, era poderosa y diestra. Más que ellos. «¿Por qué huyó entonces?»
Sea como fuere, el Uchiha sacó de uno de sus portaobjetos un frasquito de color verde y se lo tendió a Keisuke.
—Aquí tienes, Keisuke-san. Yo tengo un antídoto, creo que rociarlo sobre la zona afectada debería ser suficiente.
El peligro había pasado, pero los muchachos habían fallado estrepitosamente su misión; por una buena causa, claro. Las fotos y la discreción no habrían servido de nada si el académico hubiese sido torturado y asesinado en una habitación de motel. «Lo que me recuerda a...»
—Muten Rōshi-sensei —Akame llamó la atención del profesor—. ¿A qué libro se refería la atacante?
Akame había omitido intencionadamente preguntas como "¿quién era?" o "¿cómo llegó aquí?", cuyas respuestas ya conocía. Su interlocutor se colocó bien las gafas, se alisó el haori turquesa con ambas manos y trató de recuperar la compostura. Todavía parecía extremadamente afectado.
—No... No lo sé. Sumire-chan nunca me había preguntado por nada parecido, ni había mostrado interés alguno en mis lecturas. Yo... —de repente, Rōshi pareció caer en la cuenta de algo—. ¡Pero bueno! ¿Y cómo es que tres shinobi estaban escuchando con la oreja pegada a mi puerta? ¿O... ventana?
Tal y como el amejin había predicho, a los pocos instantes Akame era capaz de moverse de nuevo. Todavía se notaba entumecido, como si tuviera todo el cuerpo agarrotado —no sabía si por el veneno de Juro o por aquella extraña técnica de la kunoichi renegada, que le había arrebatado el control de su cuerpo—, y le costó un gran esfuerzo ponerse en pie.
Mientras tanto, el profesor Rōshi no podía parar de rascarse. Se había incorporado de la cama y trataba de abrocharse su camisa con palpable vergüenza, pero era incapaz debido a los intensos picores. La disculpa de Juro no pareció mejorarlo mucho, y el profesor se limitó a dirigirle una mirada cargada de resentimiento.
—Gracias, Juro-san. Gran trabajo controlando la situación —Akame puso su mano derecha sobre el hombro del kusajin. Luego hizo una inclinación de cabeza para mostrarle su respeto—. El enemigo me cogió por sorpresa. Si no hubiese sido por ti, quizás ahora todos estaríamos muertos.
Pese a que el agradecimiento era sincero, Akame dudaba que aquella última parte fuese verdad. Sumire había demostrado dominar unas técnicas peligrosísimas, era poderosa y diestra. Más que ellos. «¿Por qué huyó entonces?»
Sea como fuere, el Uchiha sacó de uno de sus portaobjetos un frasquito de color verde y se lo tendió a Keisuke.
—Aquí tienes, Keisuke-san. Yo tengo un antídoto, creo que rociarlo sobre la zona afectada debería ser suficiente.
El peligro había pasado, pero los muchachos habían fallado estrepitosamente su misión; por una buena causa, claro. Las fotos y la discreción no habrían servido de nada si el académico hubiese sido torturado y asesinado en una habitación de motel. «Lo que me recuerda a...»
—Muten Rōshi-sensei —Akame llamó la atención del profesor—. ¿A qué libro se refería la atacante?
Akame había omitido intencionadamente preguntas como "¿quién era?" o "¿cómo llegó aquí?", cuyas respuestas ya conocía. Su interlocutor se colocó bien las gafas, se alisó el haori turquesa con ambas manos y trató de recuperar la compostura. Todavía parecía extremadamente afectado.
—No... No lo sé. Sumire-chan nunca me había preguntado por nada parecido, ni había mostrado interés alguno en mis lecturas. Yo... —de repente, Rōshi pareció caer en la cuenta de algo—. ¡Pero bueno! ¿Y cómo es que tres shinobi estaban escuchando con la oreja pegada a mi puerta? ¿O... ventana?