29/01/2018, 00:02
—. Somos los shinobi que pidió que acudieran a su recinto para ayudarle, mi nombre es Uzumaki Eri, y mi compañero es Inuzuka Nabi
El vacío más frio y desolador. Eso era lo que sentía Stuffy en su corazón, apuñalado repetidas veces durante el breve transcurso de esa conversación. Sin embargo, sacó un temple que ni siquiera yo sabía que tenía y simplemente, se sentó mientras una lagrima se escapaba de su único ojo, pero sin hacer sonido alguno, aguantando la completa ignoración que le profesaba la pelirroja.
Por suerte, el dueño pilló las directas de Eri y no tardó en cambiar la cara a una más serie y menos sonriente y explicarnos su misión.
— Bien, bien. Pasad por aquí y os daré algo para que repartáis en nombre del restaurante. — empezó a caminar desplazándose hasta la zona entre las mesas y la barra sin dejar de hablar — Abrimos hace realmente poco, y no es que seamos nuevos, solo que nos tuvimos que cambiar de local y de nombre y de temática. Es la maldición de las modas, van y vienen, por eso decidimos coger una temática más firme y segura, pero claro, ahora no nos conoce ni el Tato. Por eso necesitamos una pequeña campaña publicitaria.
Abrió una puerta que había entre que se acababa la barra y donde estaba colocado el biombo, parecía ser un almacén. Entró y sacó a rastras una caja. Abrió la caja y el olor penetró mi nariz como si fuera la primera vez, a pesar de ser la numero un millón. Entre esas cinco superficies de cartón se encontraba una cantidad anormal de cebollas. Antes de que pudiesemos preguntarle qué coño se suponía que teníamos que hacer con una jodida caja llena de cebollas y viendo que yo me había tapado la nariz, empezó a explicarse.
— A ver, que no somos un restaurante innovador de cinco estrellas ni va a venir el mismo Hanabi-sama aquí a desayunar todos los días. Así que buscamos una campaña de impacto. De que la gente tenga nuestro nombre en mente aunque sea por aquella vez que le dieron una cebolla con nuestra etiqueta en la calle. Además, mi hijo la ha liado haciendo el pedido y tenemos cien más de las que deberíamos.
Le pasó a Eri una bolsa con un montón de papeles con pegatinas con el nombre del restaurante y un fideo con bigote por logo.
— Ya sabéis, una etiqueta por cebolla y a repartirlas por toda la villa, podéis usar las mesas de detrás de los biombos pero daros prisa, eh, la clave es que hayáis acabado antes de comer.
Mi rostro era la incomprensión y el desconcierto máximo que podía expresar con mi nula expresividad, lo cual tenía que ser muy parecido a la cara de un perro cuando intenta comerse algo sin entender que solo es un dibujo. ¿En qué clase de mundo alternativo me había metido? Para hacer publicidad de un local de fideos, ¿íbamos a repartir cebollas?
El vacío más frio y desolador. Eso era lo que sentía Stuffy en su corazón, apuñalado repetidas veces durante el breve transcurso de esa conversación. Sin embargo, sacó un temple que ni siquiera yo sabía que tenía y simplemente, se sentó mientras una lagrima se escapaba de su único ojo, pero sin hacer sonido alguno, aguantando la completa ignoración que le profesaba la pelirroja.
Por suerte, el dueño pilló las directas de Eri y no tardó en cambiar la cara a una más serie y menos sonriente y explicarnos su misión.
— Bien, bien. Pasad por aquí y os daré algo para que repartáis en nombre del restaurante. — empezó a caminar desplazándose hasta la zona entre las mesas y la barra sin dejar de hablar — Abrimos hace realmente poco, y no es que seamos nuevos, solo que nos tuvimos que cambiar de local y de nombre y de temática. Es la maldición de las modas, van y vienen, por eso decidimos coger una temática más firme y segura, pero claro, ahora no nos conoce ni el Tato. Por eso necesitamos una pequeña campaña publicitaria.
Abrió una puerta que había entre que se acababa la barra y donde estaba colocado el biombo, parecía ser un almacén. Entró y sacó a rastras una caja. Abrió la caja y el olor penetró mi nariz como si fuera la primera vez, a pesar de ser la numero un millón. Entre esas cinco superficies de cartón se encontraba una cantidad anormal de cebollas. Antes de que pudiesemos preguntarle qué coño se suponía que teníamos que hacer con una jodida caja llena de cebollas y viendo que yo me había tapado la nariz, empezó a explicarse.
— A ver, que no somos un restaurante innovador de cinco estrellas ni va a venir el mismo Hanabi-sama aquí a desayunar todos los días. Así que buscamos una campaña de impacto. De que la gente tenga nuestro nombre en mente aunque sea por aquella vez que le dieron una cebolla con nuestra etiqueta en la calle. Además, mi hijo la ha liado haciendo el pedido y tenemos cien más de las que deberíamos.
Le pasó a Eri una bolsa con un montón de papeles con pegatinas con el nombre del restaurante y un fideo con bigote por logo.
— Ya sabéis, una etiqueta por cebolla y a repartirlas por toda la villa, podéis usar las mesas de detrás de los biombos pero daros prisa, eh, la clave es que hayáis acabado antes de comer.
Mi rostro era la incomprensión y el desconcierto máximo que podía expresar con mi nula expresividad, lo cual tenía que ser muy parecido a la cara de un perro cuando intenta comerse algo sin entender que solo es un dibujo. ¿En qué clase de mundo alternativo me había metido? Para hacer publicidad de un local de fideos, ¿íbamos a repartir cebollas?
—Nabi—