29/01/2018, 00:58
—A este ritmo, en media hora está acabado, como mucho cuarenta y cinco minutos...
Asentí lentamente, muy lentamente, como si la vida fuera demasiado lenta para mi cuerpo. Seguimos poniendo pegatinas a cebollas monotamente sin pensar, pensar era innecesario en una misión de rango D, cada vez quedaba más demostrado. ¡Yo no me alisté para esto! Pensaba mientras seguía etiquetando cebollas.
En algún momento del cuento, metí la mano en la caja para coger otra cebollas y solo encontré cartón. Mucho cartón, pero ninguna cebolla.
— No quedan... cebollas... somos... libres
Salté de la silla, echándola para atrás del impulso. Contemplé la caja, efectivamente, vacía. Eché todas las cebollas ya etiquetadas que había ido dejando encima de la mesa a la caja y esperé a que Eri reaccionara.
— Venga, Eri, a repartir cebollas y felicidad por el mundo.
Calle, necesitaba aire fresco, calle, hasta el pis que iba dejando Stuffy en las esquinas olería a gloria en comparación al puto hedor de las cebollas, herramienta del demonio para atormentarnos en vida. Si el cliente quería que esa campaña publicitaria fuera recordada lo iba a conseguir, pero como la más malévola de todas las que han existido y van a existir.
Porque las buenas comidas no llevan cebolla. Y no lo digo yo, lo dice el mismisimo dios de la cocina, el Kage del Bacon. He ahí una buena marca de bacon.
Asentí lentamente, muy lentamente, como si la vida fuera demasiado lenta para mi cuerpo. Seguimos poniendo pegatinas a cebollas monotamente sin pensar, pensar era innecesario en una misión de rango D, cada vez quedaba más demostrado. ¡Yo no me alisté para esto! Pensaba mientras seguía etiquetando cebollas.
En algún momento del cuento, metí la mano en la caja para coger otra cebollas y solo encontré cartón. Mucho cartón, pero ninguna cebolla.
— No quedan... cebollas... somos... libres
Salté de la silla, echándola para atrás del impulso. Contemplé la caja, efectivamente, vacía. Eché todas las cebollas ya etiquetadas que había ido dejando encima de la mesa a la caja y esperé a que Eri reaccionara.
— Venga, Eri, a repartir cebollas y felicidad por el mundo.
Calle, necesitaba aire fresco, calle, hasta el pis que iba dejando Stuffy en las esquinas olería a gloria en comparación al puto hedor de las cebollas, herramienta del demonio para atormentarnos en vida. Si el cliente quería que esa campaña publicitaria fuera recordada lo iba a conseguir, pero como la más malévola de todas las que han existido y van a existir.
Porque las buenas comidas no llevan cebolla. Y no lo digo yo, lo dice el mismisimo dios de la cocina, el Kage del Bacon. He ahí una buena marca de bacon.
—Nabi—