31/01/2018, 18:13
(Última modificación: 1/02/2018, 17:46 por Uchiha Akame.)
Desde un rato antes de llegar, el majestuoso Dojo de Jade ya es visible, alzándose sobre las escarpadas paredes de acantilados de las Costa de las Olas Rompientes. No se trata sólo de un simple edificio a la vieja usanza, sino que su arquitectura tradicional —todo está construído utilizando, mayormente, madera— abarca toda una serie de edificios y lugares al aire libre que ocupan un buen tramo del golfo en el que está situado.
Lo primero que se puede ver mientras uno se aproxima por el sendero que bordea los acantilados de la costa es el muro de madera que delimita el recinto. El primer detalle llamativo, para los observadores avispados, es que la empalizada no parece haber sido construída colocando largos tablones —el muro mide más de tres metros de alto— unos junto a otros, sino que está conformado por lo que parece ser un único bloque de madera. El segundo; que no hay ni un sólo árbol en varios kilómetros a la redonda, como corresponde al paraje árido y seco de Kaminari no Kuni.
Este muro, que rodea todo el Dojo, tiene dos entradas, una al Oeste y otra en el Este. Cuando se atraviesa alguno de los dos arcos de madera tallada que delimitan estas entradas, se puede ver el interior del Dojo. Por el Oeste se encuentran, primero, el edificio residencial donde vive Hisui-sensei y donde habitan, también, quienes trabajan para él; fundamentalmente personal de mantenimiento, cocineros y también sus alumnos internos. En este edificio se ubican, también, las habitaciones para invitados. Se trata de una construcción de estilo tradicional que levanta unos asombrosos tres pisos sobre el borde de los pedregosos riscos de la costa. En el primero se alojan los invitados y alumnos externos del Dojo, en el segundo el personal de servicio y en el tercero el maestro con sus discípulos.
El edificio residencial es sencillo y humilde, pero elegante y acogedor al mismo tiempo. Dispone de cómodas habitaciones para los invitados y alumnos —consisten fundamentalmente en un cama, una mesa con una silla, una pequeña estantería, un armario ropero, una ventana que da al exterior del recinto o al patio interior de la residencia y un cuarto de baño individual—, una sala común muy amplia donde hay varias estanterías repletas de libros de diversos temas —historia de Oonindo y de los países, de las Aldeas, del Ninjutsu...— varias mesas y sillas para sentarse y leer, y demás. En el centro, además, hay un pequeño jardín interior con un estanque de agua corriente salpicado de coloridas carpas. A los lados, escaleras por las cuales se sube a los pisos superiores.
Frente al edificio residencial hay un descampado vallado, especialmente preparado para el entrenamiento al aire libre. Dispone de varias pistas para practicar con diverso material; muñecos de madera, un circuito de obstáculos y demás.
Hacia el Este del recinto se alza el imponente Dojo de Jade, propiamente dicho. Se trata de un dojo tradicional de un sólo piso construído en madera y ribeteado con detalles de color verde aguamarina, el mismo que lucen las brillantes tejas de su techo. El inmenso edificio está dividido en varias áreas y habitaciones separadas por tabiques y puertas de papel de arroz sumamente conservadoras.
Frente a la cara Sur del Dojo, alzándose imponentes sobre el risco del acantilado y sobre las olas que golpean con fuerza las columnas de madera que las sostienen, hay varias plataformas de entrenamiento. El viento y el agua castigan de forma inclemente esta zona, por lo que el combatir y practicar en este lugar añade un considerable extra de riesgo y fatiga para cualquier alumno.
Primera Flor, Primavera del año 218
Ya era casi mediodía cuando el anciano maestro descendió los escalones de madera de la entrada del edificio residencial con la mirada fija en el horizonte. El viento de Primavera —que en aquel lugar no solía ser cálido, sino más bien frío y desagradable—, amortiguado por las altas murallas de madera que rodeaban su hogar, le alborotó las rastras gises y blancas que le caían, largas, por los hombros y la espalda. Llevaba un kimono color marrón caoba, adornado con motivos florales de colores verdes y ribeteados de hilo dorado. En la cintura, un obi amarillo claro y en sus pies, unas viejas getas de madera.
Aquella mañana de Primavera lucía soleada, algo común en aquella época del año, cuando ya dejaban atrás el mal tiempo del Invierno. Incluso allí, en mitad de la Costa de las Olas Rompientes, la llegada de épocas más cálidas era recibida con buen grado.
Hisui-sensei, el respetado Maestro del Dojo de Jade escrutó el sendero a Este y Oeste con sus ojos verdes, siempre tan llenos de serenidad y la sabiduría que sólo una vida larga y llena de experiencia puede conferir. Estaba esperando a una nueva hornada de jóvenes y prometedores alumnos que deseaban buscar en él los conocimientos que en sus respectivas Aldeas no podían obtener. Para Hisui no era algo excepcional; cada año recibía muchos estudiantes con el mismo propósito. A algunos los entrenaba, a otros no. Pero siempre aprendía algo.
«Estos, de momento, llegan algo tarde. Y ya he limpiado el dojo cuatro veces. Ah, así es imposible dejar de fumar», pensó el viejo sensei mientras metía una mano dentro de su kimono. Sacó una pipa con algo de tabaco chamuscado y una caja de cerillas. Se puso el artilugio entre los labios, saboreando la inconfundible sequedad de la madera; encendió un fósforo y lo arrimó a la boca de la pipa.
Entonces pipó con fuerza, expulsando el humo por las comisuras de sus labios.