1/02/2018, 14:14
Datsue resopló.
—Algo así… Digamos que se cobró su venganza por una… putadita que le hice —se encogió de hombros. Daruu recordó a un Akame enfurecido agitando un panfleto de papel, y sonrió—. Nah, digamos que solo es cosa de Akame.
—Bueno, creo que puedo imaginarme qué es lo que le molestó, si mi memoria no me falla...
—Oye, ¿conoces a Kaido y Aiko? Viví un par de aventuras con ellos… ¿Qué tal les va? Hace tiempo que no sé nada de Kaido.
—¿Aiko no es la loca esa inmortal? La verdad, me produce extrema curiosidad su habilidad, a la par que me parece estúpido ir pregonándola por el Torneo de los Dojos a pleno pulmón. Digamos que sólo la conozco de vista. Sobre Kaido —dijo Daruu—... Somos amigos. Está bien, la verdad, hace poco yo también viví una aventura bastante desternillante con él. Verás, durante el Torneo...
»¡¡CUIDADO!! —alarmó, señalando detrás de Datsue. Luego, un fuerte vendaval les golpeó, y cayeron por el borde de las Cascadas del Mar, hacia el vacío infinito...
...hacia las afiladas rocas del fondo.
—¡Ja! ¡Les he dado, Roichi, les he dado! ¡Ja! Uchiha, Hyūga... ¿de qué te sirven esos nombres cuando te tiran por un acantilado con un simple jutsu de viento? —El ninja, un uzujin exiliado, se acercó hasta el lugar donde había estado Daruu tan sólo hacía unos segundos—. ¡Buah, tío! Ya ni les veo —Contempló el caudal de las cascadas, que estallaban contra el sur de las piedras. Las olas rompían contra ellas al norte.
Su compañero se adelantó y le puso la mano en el hombro. Apretó con fuerza. Sonriente, se maravilló con la vista de aquél dulce amanecer... y de la dulce venganza.
—La de dinero que nos hicieron perder los hijos de puta en aquél combate —dijo—. ¡Un empate! ¡Qué hijos de la gran puta! Ja. Todas las apuestas a la mierda.
—Pero ahora están muertos, hermano. Nosotros estamos arruinados, sí. Pero, ¿no te sientes mejor?
—Ciertamente, Kouna, ciertamente. Pero, ¿realmente están muertos? Quiero decir... Ya los viste pelear. Parecían... hábiles.
—¿Qué persona sobreviviría a esta caída, Roichi? ¡Mírala! —Señaló hacia abajo.
Kouna asintió.
—Tienes razón. Tienes razón. ¡Vámonos, Roichi! Ya no tenemos nada que hacer aquí. ¡Ja, ja, ja! Esos hijos de puta al fin... al fin han pagado por lo que hicieron.
Sólo recordaba haber visto una silueta, y luego un golpe tremendo en la cabeza. Si hubiera podido creer algo (porque es difícil creer algo mientras uno está inconsciente) habría creído, sin duda, que había muerto. Pero algún milagro, o algún Dios muy cruel, le había salvado la vida. Milagro porque no parecía haberse roto nada. Cruel sería dicho Dios, sin embargo, porque le dolía todo el cuerpo. Al menos eso era normal, pensó.
Lo que no era normal era todo lo demás.
Abrió los ojos y gimoteó al intentar levantarse y no poder hacerlo. Se conformó con darse la vuelta hacia donde venía la luz. Entonces su cerebro reaccionó y empezó a prestar atención al único sentido que podía decir que le funcionaba perfectamente: el oído. El sonido de las olas le envolvía, como allá arriba en el acantilado, pero ahora estaba acompañado de algo más, un crujir de la madera que, al ritmo de un péndulo, hacía ruidos como crieeeek y cro-cro-crocroc.
Después se dio cuenta de que delante de él había unas rejas. Joder, unas rejas. Crujir de la madera. Olas. Se dio cuenta de que el mundo no se movía porque estuviera mareado (que también), sino porque en realidad estaba dentro de un barco. Joder, estaba en la puta cárcel de un barco.
Intentó levantarse de golpe, pero volvió a caer irremediablemente.
—¡Ugh!
Tratar de activar el Byakugan en aquella situación sería condenarse a vomitar (aunque de todos modos el orinal que había en su celda ya le había dado ganas de hacerlo). Pero tenía que comprobar una cosa.
Delante de su celda sólo había una pared de madera con un farolillo, que se balanceaba con el vaivén del barco. Pero a ambos lados debían de haber otras celdas. Se acercó a la pared de la derecha y llamó:
Toc, toc, toc, toc.
—¿D-Datsue? P-por favor, dime que no estoy sólo aquí.
A Datsue le despertaron unos golpes en la pared de su prisión, a su izquierda.
—¿¡Datsue!?
—Algo así… Digamos que se cobró su venganza por una… putadita que le hice —se encogió de hombros. Daruu recordó a un Akame enfurecido agitando un panfleto de papel, y sonrió—. Nah, digamos que solo es cosa de Akame.
—Bueno, creo que puedo imaginarme qué es lo que le molestó, si mi memoria no me falla...
—Oye, ¿conoces a Kaido y Aiko? Viví un par de aventuras con ellos… ¿Qué tal les va? Hace tiempo que no sé nada de Kaido.
—¿Aiko no es la loca esa inmortal? La verdad, me produce extrema curiosidad su habilidad, a la par que me parece estúpido ir pregonándola por el Torneo de los Dojos a pleno pulmón. Digamos que sólo la conozco de vista. Sobre Kaido —dijo Daruu—... Somos amigos. Está bien, la verdad, hace poco yo también viví una aventura bastante desternillante con él. Verás, durante el Torneo...
»¡¡CUIDADO!! —alarmó, señalando detrás de Datsue. Luego, un fuerte vendaval les golpeó, y cayeron por el borde de las Cascadas del Mar, hacia el vacío infinito...
...hacia las afiladas rocas del fondo.
· · ·
—¡Ja! ¡Les he dado, Roichi, les he dado! ¡Ja! Uchiha, Hyūga... ¿de qué te sirven esos nombres cuando te tiran por un acantilado con un simple jutsu de viento? —El ninja, un uzujin exiliado, se acercó hasta el lugar donde había estado Daruu tan sólo hacía unos segundos—. ¡Buah, tío! Ya ni les veo —Contempló el caudal de las cascadas, que estallaban contra el sur de las piedras. Las olas rompían contra ellas al norte.
Su compañero se adelantó y le puso la mano en el hombro. Apretó con fuerza. Sonriente, se maravilló con la vista de aquél dulce amanecer... y de la dulce venganza.
—La de dinero que nos hicieron perder los hijos de puta en aquél combate —dijo—. ¡Un empate! ¡Qué hijos de la gran puta! Ja. Todas las apuestas a la mierda.
—Pero ahora están muertos, hermano. Nosotros estamos arruinados, sí. Pero, ¿no te sientes mejor?
—Ciertamente, Kouna, ciertamente. Pero, ¿realmente están muertos? Quiero decir... Ya los viste pelear. Parecían... hábiles.
—¿Qué persona sobreviviría a esta caída, Roichi? ¡Mírala! —Señaló hacia abajo.
Kouna asintió.
—Tienes razón. Tienes razón. ¡Vámonos, Roichi! Ya no tenemos nada que hacer aquí. ¡Ja, ja, ja! Esos hijos de puta al fin... al fin han pagado por lo que hicieron.
· · ·
Sólo recordaba haber visto una silueta, y luego un golpe tremendo en la cabeza. Si hubiera podido creer algo (porque es difícil creer algo mientras uno está inconsciente) habría creído, sin duda, que había muerto. Pero algún milagro, o algún Dios muy cruel, le había salvado la vida. Milagro porque no parecía haberse roto nada. Cruel sería dicho Dios, sin embargo, porque le dolía todo el cuerpo. Al menos eso era normal, pensó.
Lo que no era normal era todo lo demás.
Abrió los ojos y gimoteó al intentar levantarse y no poder hacerlo. Se conformó con darse la vuelta hacia donde venía la luz. Entonces su cerebro reaccionó y empezó a prestar atención al único sentido que podía decir que le funcionaba perfectamente: el oído. El sonido de las olas le envolvía, como allá arriba en el acantilado, pero ahora estaba acompañado de algo más, un crujir de la madera que, al ritmo de un péndulo, hacía ruidos como crieeeek y cro-cro-crocroc.
Después se dio cuenta de que delante de él había unas rejas. Joder, unas rejas. Crujir de la madera. Olas. Se dio cuenta de que el mundo no se movía porque estuviera mareado (que también), sino porque en realidad estaba dentro de un barco. Joder, estaba en la puta cárcel de un barco.
Intentó levantarse de golpe, pero volvió a caer irremediablemente.
—¡Ugh!
Tratar de activar el Byakugan en aquella situación sería condenarse a vomitar (aunque de todos modos el orinal que había en su celda ya le había dado ganas de hacerlo). Pero tenía que comprobar una cosa.
Delante de su celda sólo había una pared de madera con un farolillo, que se balanceaba con el vaivén del barco. Pero a ambos lados debían de haber otras celdas. Se acercó a la pared de la derecha y llamó:
Toc, toc, toc, toc.
—¿D-Datsue? P-por favor, dime que no estoy sólo aquí.
A Datsue le despertaron unos golpes en la pared de su prisión, a su izquierda.
—¿¡Datsue!?