3/02/2018, 21:13
(Última modificación: 3/02/2018, 21:17 por Uchiha Datsue.)
—Pues yo…
¡Pam! El sonido de un fuerte tablón de madera chocando contra el muelle la interrumpió. Cuando Kaido alzó la vista, pudo ver que aquel enorme tablón servía de puente al barco, y, observando desde lo alto, un hombre.
—¡Vamos, vamos, vamos! ¡Es para hoy, grumetes! —No era excesivamente alto, pero su voz era tan atronadora como la de un león—. ¡Bam, bam, bam! —gritaba, alzando el puño al cielo con cada bam—. ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Bam, bam, bam!
Los aspirantes a camarero empezaron a correr por el portalón hasta subir al barco. La cubierta era amplísima, bastante limpia para ser un barco y con mesas cubiertas de manteles aquí y allá. El hombre les condujo hasta una enorme escotilla, ya abierta, bajando por las escaleras y accediendo a lo que parecía ser el gran comedor.
Había un montón de mesas repartidas por todo el interior, con manteles blancos y sin mayores adornos. Colgando del techo, las paredes y ciertas mesas, numerosos candelabros que iluminaban la estancia. Al final de ésta, una barra, tras la que había una puerta. El hombre les condujo hasta allí, accediendo a la cocina.
El hombre se detuvo al fin. Estaba rapado por completo, aunque se le notaban las entradas, y tenía la cara redondeada por el sobrepeso. De ojos oscuros, antebrazos exageradamente musculados y barriga todavía más grande. Era lo que se conocía como una barriga cervecera, que de tanto que abultaba, amenazaba con hacer saltar por los aires los botones de la camisa que la constreñían.
Repasó con la mirada a sus aspirantes, deteniéndose en Kila… y su muñeca derecha. Entonces asintió. Luego, se fijó en Kaido, de suerte que sus ojos resbalaron también por su muñeca derecha y abrió la boca en el acto, formando una gran “o” que hizo temblar su papada. Miró a uno y a otro de forma alterna, con expresión confusa, y pareció quedarse sin habla.
Tras un silencio eterno, alguien carraspeó. Era una mujer, que había estado aguardando en la esquina de la cocina. Caminó hasta ellos con pasos firmes y mirada dura. Tenía los cabellos negros, la nariz aguileña y se le notaba la nuez en la garganta. Entre sus manos huesudas, una libretita.
—Como alguno de vosotros ya sabréis, mi nombre es Jitsuna. Mi marido —dijo, haciendo un gesto con la mano—, Shenfu Kano. Ya sabéis porque estáis aquí, estamos buscando un camarero que nos cubra las fiestas. Algunos de vosotros ya habéis probado fortuna otras veces —miró a dos jóvenes escuchimizados—. Otros no. Para los primerizos, deciros que os vamos a poner a prueba. Lo primero de todo, será ver vuestra capacidad de memoria. En Baratie solemos estar muy ajetreados, y a veces no hay tiempo ni para escribir un pedido —explicó—. Así que simularemos que atendéis varias mesas. Yo haré de cliente, y os haré un pedido tras otro. En total, diez. Podéis decirme que os dé los pedidos de dos en dos, de tres en tres, ¡o incluso los diez de golpe, si os animáis! Tras eso, venís a la barra, esperamos un minuto de reloj y volvéis junto a mí a recitarme los pedidos. Así hasta terminar con los diez. Si falláis, hay que repetir el pedido. Cuánto menos tardéis, mejor os valoraremos.
»¿Alguna duda? —Esperó un segundo, y añadió—:. Presentaos, de uno en uno —pidió, mientras llevaba un lápiz a su libretita y clavaba la mirada en Kaido.
¡Pam! El sonido de un fuerte tablón de madera chocando contra el muelle la interrumpió. Cuando Kaido alzó la vista, pudo ver que aquel enorme tablón servía de puente al barco, y, observando desde lo alto, un hombre.
—¡Vamos, vamos, vamos! ¡Es para hoy, grumetes! —No era excesivamente alto, pero su voz era tan atronadora como la de un león—. ¡Bam, bam, bam! —gritaba, alzando el puño al cielo con cada bam—. ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Bam, bam, bam!
Los aspirantes a camarero empezaron a correr por el portalón hasta subir al barco. La cubierta era amplísima, bastante limpia para ser un barco y con mesas cubiertas de manteles aquí y allá. El hombre les condujo hasta una enorme escotilla, ya abierta, bajando por las escaleras y accediendo a lo que parecía ser el gran comedor.
Había un montón de mesas repartidas por todo el interior, con manteles blancos y sin mayores adornos. Colgando del techo, las paredes y ciertas mesas, numerosos candelabros que iluminaban la estancia. Al final de ésta, una barra, tras la que había una puerta. El hombre les condujo hasta allí, accediendo a la cocina.
El hombre se detuvo al fin. Estaba rapado por completo, aunque se le notaban las entradas, y tenía la cara redondeada por el sobrepeso. De ojos oscuros, antebrazos exageradamente musculados y barriga todavía más grande. Era lo que se conocía como una barriga cervecera, que de tanto que abultaba, amenazaba con hacer saltar por los aires los botones de la camisa que la constreñían.
Repasó con la mirada a sus aspirantes, deteniéndose en Kila… y su muñeca derecha. Entonces asintió. Luego, se fijó en Kaido, de suerte que sus ojos resbalaron también por su muñeca derecha y abrió la boca en el acto, formando una gran “o” que hizo temblar su papada. Miró a uno y a otro de forma alterna, con expresión confusa, y pareció quedarse sin habla.
Tras un silencio eterno, alguien carraspeó. Era una mujer, que había estado aguardando en la esquina de la cocina. Caminó hasta ellos con pasos firmes y mirada dura. Tenía los cabellos negros, la nariz aguileña y se le notaba la nuez en la garganta. Entre sus manos huesudas, una libretita.
—Como alguno de vosotros ya sabréis, mi nombre es Jitsuna. Mi marido —dijo, haciendo un gesto con la mano—, Shenfu Kano. Ya sabéis porque estáis aquí, estamos buscando un camarero que nos cubra las fiestas. Algunos de vosotros ya habéis probado fortuna otras veces —miró a dos jóvenes escuchimizados—. Otros no. Para los primerizos, deciros que os vamos a poner a prueba. Lo primero de todo, será ver vuestra capacidad de memoria. En Baratie solemos estar muy ajetreados, y a veces no hay tiempo ni para escribir un pedido —explicó—. Así que simularemos que atendéis varias mesas. Yo haré de cliente, y os haré un pedido tras otro. En total, diez. Podéis decirme que os dé los pedidos de dos en dos, de tres en tres, ¡o incluso los diez de golpe, si os animáis! Tras eso, venís a la barra, esperamos un minuto de reloj y volvéis junto a mí a recitarme los pedidos. Así hasta terminar con los diez. Si falláis, hay que repetir el pedido. Cuánto menos tardéis, mejor os valoraremos.
»¿Alguna duda? —Esperó un segundo, y añadió—:. Presentaos, de uno en uno —pidió, mientras llevaba un lápiz a su libretita y clavaba la mirada en Kaido.