4/02/2018, 21:39
—Esto no pinta nada bien… —le confió Kōtetsu a Keisuke.
Era la verdad de la situación: el encajar un golpe por cada tres que recibían era un camino que conducía a una derrota segura, allí y en cualquier parte del mundo. Tampoco era como si tuvieran un abanico de opciones, pues estaban luchando por su vida como mejor podían. La proximidad de su derrota era un asunto desagradable, pero no era algo que pudiesen evitar pensar.
De pronto, desde la ventana destrozada, la vos de la rabiosa mujer les alcanzo:
—El señor Shinda tiene un plan, pero necesitan que aguanten hasta que estén listos los preparativos.
—¿Qué te parece? —pregunto, dejando escapar una leve y serena risilla—. Lo dice como si fuera fácil. Bueno, no es que tengamos otra opción.
El Hakagurē afirmo con fuerza su espada y se preparó para acercarse y atacar. Si resultaba cierto que Bohimei no se congelaría —y estaba bastante seguro de ello—, tendría cierta oportunidad en un combate cuerpo a cuerpo: aquel ser no debía de estar acostumbrado a pelear contra un oponente armado, pues siempre destruía los filos enemigos; sin duda, aquello le obligaría a estar bastante atento, fuera de su área de comodidad, al lidiar contra la katana del joven. Y aun así… estaba el factor de su agarre helado; si aquellas manos lograban aferrarle aunque sea un segundo seria el fin del combate.
—Pero no hay más opciones —se dijo a sí mismo en voz baja y gélida—. Ahora, mi misión es el conseguir todo el tiempo que haga falta, y para ello tengo que resistir lo que sea necesario.
Tomo aire con fuerza y se abalanzo contra el pálido ser, esgrimiendo su espada con letales intenciones; pero sin exponerse demasiado, manteniendo prudencial distancia de aquellas armas letales que tenía por manos. Su enemigo era rápido, y el aire que yacía a su alrededor ardía como el infierno en los pulmones de quien lo respirase; pero la mayoría de su atención estaba en la indestructible arma que blandían contra él, y él estaba a la espera de una brecha, un poco de cansancio, en los movimientos del peliblanco.
El combate se mantenía cerrado con esquives y envites, pero el tiempo jugaba contra el joven. Solo la pronta asistencia de su compañero en un cuerpo a cuerpo podría nivelar el campo de batalla.
Era la verdad de la situación: el encajar un golpe por cada tres que recibían era un camino que conducía a una derrota segura, allí y en cualquier parte del mundo. Tampoco era como si tuvieran un abanico de opciones, pues estaban luchando por su vida como mejor podían. La proximidad de su derrota era un asunto desagradable, pero no era algo que pudiesen evitar pensar.
De pronto, desde la ventana destrozada, la vos de la rabiosa mujer les alcanzo:
—El señor Shinda tiene un plan, pero necesitan que aguanten hasta que estén listos los preparativos.
—¿Qué te parece? —pregunto, dejando escapar una leve y serena risilla—. Lo dice como si fuera fácil. Bueno, no es que tengamos otra opción.
El Hakagurē afirmo con fuerza su espada y se preparó para acercarse y atacar. Si resultaba cierto que Bohimei no se congelaría —y estaba bastante seguro de ello—, tendría cierta oportunidad en un combate cuerpo a cuerpo: aquel ser no debía de estar acostumbrado a pelear contra un oponente armado, pues siempre destruía los filos enemigos; sin duda, aquello le obligaría a estar bastante atento, fuera de su área de comodidad, al lidiar contra la katana del joven. Y aun así… estaba el factor de su agarre helado; si aquellas manos lograban aferrarle aunque sea un segundo seria el fin del combate.
—Pero no hay más opciones —se dijo a sí mismo en voz baja y gélida—. Ahora, mi misión es el conseguir todo el tiempo que haga falta, y para ello tengo que resistir lo que sea necesario.
Tomo aire con fuerza y se abalanzo contra el pálido ser, esgrimiendo su espada con letales intenciones; pero sin exponerse demasiado, manteniendo prudencial distancia de aquellas armas letales que tenía por manos. Su enemigo era rápido, y el aire que yacía a su alrededor ardía como el infierno en los pulmones de quien lo respirase; pero la mayoría de su atención estaba en la indestructible arma que blandían contra él, y él estaba a la espera de una brecha, un poco de cansancio, en los movimientos del peliblanco.
El combate se mantenía cerrado con esquives y envites, pero el tiempo jugaba contra el joven. Solo la pronta asistencia de su compañero en un cuerpo a cuerpo podría nivelar el campo de batalla.