5/02/2018, 01:14
Volvió a golpear el suelo, impotente. Aquella vez se hizo daño. Siseó mientras agitaba la mano en señal de dolor. En esos momentos, Daruu estaba hecho un inútil. Siempre había sido el ojo que todo lo ve, y de alguna forma el hecho de no poder ver más allá que el resto de los mortales que no eran Hyūga le convertía en un ciego. Como un atleta en los cien metros lisos con una pierna escayolada, el muchacho se sentía lesionado.
La hipótesis lanzada por Datsue le resultaba totalmente aterradora, pero tuvo que admitir que era una posibilidad difícil de descartar.
—No lo sé. El tipo del Fūton era un exiliado de Uzushiogakure —consiguió recordar, casi de milagro—. ¿Hay algún antiguo compañero tuyo que te tenga especial rencor y que creas desaparecido? ¿No? Me lo temía.
Se levantó con dificultad y se acercó a las barras de su celda. Agarrándose a ellas firmemente, pegó el cuerpo al metal como si pudiese atravesarlo, y trató de ver si había alguien en el pasillo. Se extendía hacia la izquierda lo suficiente como psra albergar otra celda, y a la derecha la vista no le llegaba.
La vista que ahora podía tener.
Datsue, en su celda, observó con detalle las pulseras que llevaban puestas. Ciertamente había una pequeña cerradura en cada una.
Daruu pateó el suelo lleno de rabia.
—¡Joder, joder, joder! —bramó—. Pues yo pienso arrancarle los ojos a bocados al que sea que nos quiera vender, ¡aunque muera en el intento!
La hipótesis lanzada por Datsue le resultaba totalmente aterradora, pero tuvo que admitir que era una posibilidad difícil de descartar.
—No lo sé. El tipo del Fūton era un exiliado de Uzushiogakure —consiguió recordar, casi de milagro—. ¿Hay algún antiguo compañero tuyo que te tenga especial rencor y que creas desaparecido? ¿No? Me lo temía.
Se levantó con dificultad y se acercó a las barras de su celda. Agarrándose a ellas firmemente, pegó el cuerpo al metal como si pudiese atravesarlo, y trató de ver si había alguien en el pasillo. Se extendía hacia la izquierda lo suficiente como psra albergar otra celda, y a la derecha la vista no le llegaba.
La vista que ahora podía tener.
Datsue, en su celda, observó con detalle las pulseras que llevaban puestas. Ciertamente había una pequeña cerradura en cada una.
Daruu pateó el suelo lleno de rabia.
—¡Joder, joder, joder! —bramó—. Pues yo pienso arrancarle los ojos a bocados al que sea que nos quiera vender, ¡aunque muera en el intento!