5/02/2018, 01:57
Aun sabiendo quien era clon y quien era real —gracias a su desarrollado sentido térmico—, el Seltkalt dejo que Keisuke continuase con su hacer, con su ostentoso acercamiento. Su atención se mantenía principalmente enfocada en el muchacho de ojos grises, a la espera de que cometiese algún error. Aquello era lo que deseaba, que su presa cometiese un error fatal por cuenta propia; deseaba no forzarlo, sino verle cuando se equivocase y preservar en hielo y muerte aquella expresión.
Su defensa se abrió mientras el de ojos melíferos se escurría en su guardia. De hecho, parecía que lo habían atrapado con las defensas desarmadas; y que incluso habían forzado tal acción… Pero en realidad solo era una cruel y voluntaria oportunidad, una actuación para darles esperanzas.
En cada mano del nativo se formó un pequeño escudo de hielo. Su izquierda intercepto el sablazo del Hakagurē, mientras que su derecha detuvo el puñetazo del Inoue. Ambos detenidos con suma facilidad. Los escudos estallaron en una dolorosa ventisca que hizo retroceder al par unos cuantos metros.
Aquel guerrero ni siquiera se estaba tomando aquel combate enserio, eso era obvio para el anciano que observaba desde el edificio… Era como un lobo de la tundra: era capaz de usar toda su fuerza para abatir a las grandes bestias astadas; pero también era capaz de jugar con las presas que consideraba insignificantes, curiosear sobre que tanto daño podía hacerle la mordida de un zorro, comprobar cuanta fuerza era necesaria para abatir a una liebre sin llegar a matarla. Eso eran para él: una liebre blanca y un zorro rojo.
Antes de que los muchachos pudiesen recomenzar su ataque, aquel ser hundió las manos en el suelo y envió su chakra a través del hielo en el mismo. El suelo se agito, y en toda el área a su alrededor se levantó un ejército de columnas de hielo, rápidas y contundentes. Kōtetsu trato de retroceder, pero uno de los pilares le golpeo desde abajo, llevándolo consigo hasta las alturas. Keisuke bien podría tratar de evadir algunas cuantas de aquellas columnas, pero eran tantas y estaban tan subordinadas a la voluntad del enemigo, que alguna terminaría por golpearle con su toda su fría dureza.
Su defensa se abrió mientras el de ojos melíferos se escurría en su guardia. De hecho, parecía que lo habían atrapado con las defensas desarmadas; y que incluso habían forzado tal acción… Pero en realidad solo era una cruel y voluntaria oportunidad, una actuación para darles esperanzas.
En cada mano del nativo se formó un pequeño escudo de hielo. Su izquierda intercepto el sablazo del Hakagurē, mientras que su derecha detuvo el puñetazo del Inoue. Ambos detenidos con suma facilidad. Los escudos estallaron en una dolorosa ventisca que hizo retroceder al par unos cuantos metros.
Aquel guerrero ni siquiera se estaba tomando aquel combate enserio, eso era obvio para el anciano que observaba desde el edificio… Era como un lobo de la tundra: era capaz de usar toda su fuerza para abatir a las grandes bestias astadas; pero también era capaz de jugar con las presas que consideraba insignificantes, curiosear sobre que tanto daño podía hacerle la mordida de un zorro, comprobar cuanta fuerza era necesaria para abatir a una liebre sin llegar a matarla. Eso eran para él: una liebre blanca y un zorro rojo.
Antes de que los muchachos pudiesen recomenzar su ataque, aquel ser hundió las manos en el suelo y envió su chakra a través del hielo en el mismo. El suelo se agito, y en toda el área a su alrededor se levantó un ejército de columnas de hielo, rápidas y contundentes. Kōtetsu trato de retroceder, pero uno de los pilares le golpeo desde abajo, llevándolo consigo hasta las alturas. Keisuke bien podría tratar de evadir algunas cuantas de aquellas columnas, pero eran tantas y estaban tan subordinadas a la voluntad del enemigo, que alguna terminaría por golpearle con su toda su fría dureza.