8/02/2018, 19:15
La asistencia de Keisuke fue tanto necesaria como oportuna: el enemigo se encontraba lidiando con el acero que mordía su brazo, indiferente al frio capas de desintegrar el metal, dueño de un titilante brillo blanco que comenzaba a parecerle inquietantemente mortuorio. La oportunidad permitió que el pelirrojo se acercara lo suficiente como para atacar. El primero de sus golpes fue evadido con un quebradizo escudo de hielo, más el segundo encontró carne y hueso que malograr en un brazo atravesado a modo de improvisada defensa.
El nativo no pudo evitar que su pétrea mascara se rompiera con un gesto de dolor, y no pudo evitar que su sepulcral silencio se desvaneciera con un aullido de aflicción. Se apartó con un salto, refugiándose tras algunas de las columnas de cristal. Su brazo derecho había quedado con una profunda cortada que vertía sangre sin pudor alguno; su brazo izquierdo dejaba asomar un pequeño hueso que sobresalía de la piel de una mano maltrecha.
Aquello bien podía considerarse como una pequeña victoria, tenue y pasajera.
—¡Es momento! —grito una voz desgastada que llego hasta el centro de aquel frio bosque—. ¡Deben de atraerlo hacia la casa, hasta donde estaban ustedes cuando llego!
Los jóvenes escucharían aquello, pero la tarea se les antojaría difícil, si no es que imposible por naturaleza: hacia ellos, totalmente descubierto, caminaba el Seltkalt. Sus heridas estaban cubiertas por una nievecilla sanguinolenta, acaso una especie de cataplasma improvisada. Su mirada mostraba una cruel resolución, obvia en el sentido de anunciar lo pronto que tenía planeado terminar con aquel combate. Puede que fuera odio o respeto, lo cierto es que planeaba acabar con ellos con su próximo ataque; una muerte simultánea, concebida a través de un breve pero frio pensar; rápida, fría, memorable...
Sabiendo que no se les permitiría volver a siquiera rasguñarle, el joven de Uzushio comenzó a correr hacia la casa. Se movía con cierta torpeza y cansancio, como una carnada demasiado tentadora… Y sin embargo, su oponente se mantenía frio y lento, pues estaba más que seguro de lo fácil que resultaría darles alcance si trataban de refugiarse en aquel refugio de nuevo.
—Es nuestra última oportunidad. Debemos de regresar a nuestros puestos de ataque.
El nativo no pudo evitar que su pétrea mascara se rompiera con un gesto de dolor, y no pudo evitar que su sepulcral silencio se desvaneciera con un aullido de aflicción. Se apartó con un salto, refugiándose tras algunas de las columnas de cristal. Su brazo derecho había quedado con una profunda cortada que vertía sangre sin pudor alguno; su brazo izquierdo dejaba asomar un pequeño hueso que sobresalía de la piel de una mano maltrecha.
Aquello bien podía considerarse como una pequeña victoria, tenue y pasajera.
—¡Es momento! —grito una voz desgastada que llego hasta el centro de aquel frio bosque—. ¡Deben de atraerlo hacia la casa, hasta donde estaban ustedes cuando llego!
Los jóvenes escucharían aquello, pero la tarea se les antojaría difícil, si no es que imposible por naturaleza: hacia ellos, totalmente descubierto, caminaba el Seltkalt. Sus heridas estaban cubiertas por una nievecilla sanguinolenta, acaso una especie de cataplasma improvisada. Su mirada mostraba una cruel resolución, obvia en el sentido de anunciar lo pronto que tenía planeado terminar con aquel combate. Puede que fuera odio o respeto, lo cierto es que planeaba acabar con ellos con su próximo ataque; una muerte simultánea, concebida a través de un breve pero frio pensar; rápida, fría, memorable...
Sabiendo que no se les permitiría volver a siquiera rasguñarle, el joven de Uzushio comenzó a correr hacia la casa. Se movía con cierta torpeza y cansancio, como una carnada demasiado tentadora… Y sin embargo, su oponente se mantenía frio y lento, pues estaba más que seguro de lo fácil que resultaría darles alcance si trataban de refugiarse en aquel refugio de nuevo.
—Es nuestra última oportunidad. Debemos de regresar a nuestros puestos de ataque.