18/08/2015, 18:19
De pronto, entre el continuo pesar lloroso de la lluvia rompió el silencio que dejaba su canción una dulce vocecilla que conocía. Al mismo tiempo, su canción cesó, revelando otro tipo de silencio. Daruu dio un respingo al tiempo que dejaba de silbar, y abrió los ojos, sorprendido. No esperaba encontrarse alguien allí. Mucho menos a alguien conocido. Mucho menos a su vecina y antigua compañera de clase. ¿Habría aprobado el examen? ¿Qué tal le habría ido? De pronto, Daruu se había dado cuenta de muchas cosas.
De pronto, se había dado cuenta de que no había intercambiado más que un par de palabras con ella. De pronto, se había dado cuenta de que quizás eso había sido algo grosero, ¡si ni siquiera se sabía su nombre! De pronto, se había dado cuenta de que había estado tan concentrado en honrar a su padre que no había hecho amigos. De pronto, se había dado cuenta de que la jinchuriki de la aldea no le parecía un guardián, si no una persona agradable, simpática, y, por qué no, bonita.
De pronto, algo en su interior se había dado cuenta de que aquella muchacha le gustaba. Pero él no lo sabía.
Se dio la vuelta, curioso, y se apoyó esta vez con la espalda en la barandilla. Le dedicó una sonrisa amable a Ayame.
—Me llamo Daruu, Ayame-san —corrigió—. Lo siento, hemos hablado muy poco durante el curso. No me caes mal, lo digo por si acaso. Es que estaba intentando aprobar por todos los medios.
Se encogió de hombros, y algo se iluminó en su rostro cuando vio que Ayame tenía la bandana de Amegakure también atada a la frente.
—¡Tú también has aprobado! —Señaló la placa metálica desde su posición—. Felicidades.
Como ya he dicho, Ayame era la vecina de Daruu. Era una muchacha bajita y delgada, de piel pálida y el pelo negro como el carbón. Tenía dos ojos muy grandes y de un precioso color avellana. Siempre tímida, caminaba como un cervatillo inquieto, y a veces había que esforzarse para oír su vocecilla infantil. Con todo esto, ahora que la miraba con detenimiento, era hermosa.
De pronto, se había dado cuenta de que no había intercambiado más que un par de palabras con ella. De pronto, se había dado cuenta de que quizás eso había sido algo grosero, ¡si ni siquiera se sabía su nombre! De pronto, se había dado cuenta de que había estado tan concentrado en honrar a su padre que no había hecho amigos. De pronto, se había dado cuenta de que la jinchuriki de la aldea no le parecía un guardián, si no una persona agradable, simpática, y, por qué no, bonita.
De pronto, algo en su interior se había dado cuenta de que aquella muchacha le gustaba. Pero él no lo sabía.
Se dio la vuelta, curioso, y se apoyó esta vez con la espalda en la barandilla. Le dedicó una sonrisa amable a Ayame.
—Me llamo Daruu, Ayame-san —corrigió—. Lo siento, hemos hablado muy poco durante el curso. No me caes mal, lo digo por si acaso. Es que estaba intentando aprobar por todos los medios.
Se encogió de hombros, y algo se iluminó en su rostro cuando vio que Ayame tenía la bandana de Amegakure también atada a la frente.
—¡Tú también has aprobado! —Señaló la placa metálica desde su posición—. Felicidades.
Como ya he dicho, Ayame era la vecina de Daruu. Era una muchacha bajita y delgada, de piel pálida y el pelo negro como el carbón. Tenía dos ojos muy grandes y de un precioso color avellana. Siempre tímida, caminaba como un cervatillo inquieto, y a veces había que esforzarse para oír su vocecilla infantil. Con todo esto, ahora que la miraba con detenimiento, era hermosa.