8/02/2018, 23:51
(Última modificación: 4/04/2018, 22:36 por Uchiha Akame.)
Caída del Pétalo, Primavera del año 218.
—Datsue-kun, este es Uchiha Ralexion-san. Genin de Kusagakure no Sato —dijo Akame al tiempo que pasaba su mirada del chico que tenía a la derecha al que ocupaba un lugar a su izquierda—. Ralexion-san, Uchiha Datsue, de Uzushiogakure no Sato.
El más escuálido y anciano de los tres Uchiha se erguía entre los otros dos, como una columna divisoria, como un juez salomónico a punto de tomar su decisión final. Le correspondía aquel sitio, ni más ni menos, porque él conocía a ambos. Con los dos había vivido alguna que otra alocada aventura y, aunque —evidentemente— los lazos que le unían a uno y a otro eran bien distintos en forma y modo, el sentimiento de pertenencia al mismo glorioso linaje era más que suficiente para despertar en él la chispa de la camaradería.
—Bien muchachos, según este mapa Rōkoku queda como a medio día de viaje al Sur de aquí —explicó Akame, extendiendo un plano de Hi no Kuni—. Si salimos ya deberíamos llegar al atardecer, con suficiente margen para asentarnos antes de visitar a nuestro distinguido cliente.
Se podía notar el tono efusivo y jovial de Akame en cada palabra que pronunciaba; no era para menos. Los tres Uchiha —dos del Remolino y uno de la Hierba— estaban allí reunidos, ni más ni menos, que para llevar a cabo la primera misión cooperativa entre sus Aldeas que los muchachos habían hecho jamás. Para Akame era un hito, un signo de que el Uzukage, Satorubi Hanabi, confiaba plenamente en los Hermanos del Desierto. Además, el encargo no era moco de pavo, como sabían a aquellas alturas los tres muchachos, que ya habían leído el pergamino de misión...
Akame alzó la vista al cielo. Estaba completamente despejado, de color azul celeste, y el Sol brillaba con fuerza. «Un perfecto día de Primavera», se dijo el Uchiha. Vestía como siempre, con sencillez y practicidad, una camisa de manga larga y cuello alto, de color azul marino. Pantalones largos de color marrón arena, botas negras altas y ceñidas a las pantorrillas, y su bandana del Remolino en la frente. En el muslo derecho un portaobjetos y en la cintura otro. A la espalda su mochila con provisiones para ese día, un mapa de Oonindo y otro de Hi no Kuni, el pergamino de misión y algunas otras cosas. También su espada, atada a la mochila.
Todo estaba preparado. Akame miró a sus dos compañeros y luego echó la vista atrás, hacia el gigantesco arco de piedra que daba entrada —y salida— a la bulliciosa capital del País del Fuego. Entonces echó a andar por el sendero de tierra empedrada.
—¡Vamos allá!