9/02/2018, 01:33
Keisuke se encargó de proporcionar una cobertura para aquel acto de reagrupación, que a ojos del nativo debía parecer una especie de huida desesperada. Lo cierto es que ambos jóvenes estaban movidos por un grado considerable de desesperación, pero aquello estaba lejos de ser una simple huida, y más cerca de ser su pasaje hacia a la supervivencia, sinónimo de victoria aquel día.
Kōtetsu se acercó a la casa tan rápido como pudo, para luego recorrer la pared hasta llegar al destrozado postigo en donde se había estado resguardando hasta hacia poco.
Justo en el momento en que el pelirrojo llegase a su lado, seria cuando desde los pilares de hielo emergería un frio y determinado Seltkalt. Un viento violento se arremolino a su alrededor mientras inclinaba el cuerpo hacia adelante. Los jóvenes podrían reconocer con facilidad que planeaba usar aquella técnica de desplazamiento, la que le permitía moverse tan rápido y certero como el rayo. Al de ojos grises solo le dio tiempo de dirigir una mirada a su compañero, de comenzar una secuencia de sellos y de rezar a los dioses locales para que el Inoue entendiera su plan y se sumara al mismo.
En un instante el guerrero blanco atravesó la distancia que les separaba y se abalanzo sobre ellos. Con una velocidad de locura, sobre sus manos se formaron poderosas hojas de hielo que esgrimió sin clemencia; ante sus ojos se presentó la imagen de aquel ataque simultáneo teniendo éxito, partiendo y despedazando diagonalmente los frágiles cuerpos de aquellos dos niños.
Se inclinó sobre el suelo mientras esperaba el brotar de la sangre; pero… no hubo sangre, ni viseras derramadas: en aquel lugar, en donde había golpeado, solo había un par de viejos baúles destrozados o espacio vacío. El enemigo lo había atrapado con la vieja artimaña de la Técnica del Reemplazo de Cuerpos, un truco sencillo pero decisivo cuando era bien utilizado. Sin darle oportunidad de orientarse, el Hakagurē se abalanzo contra él, blandiendo su espada desde un extremo del desolado ático…, esperando que su compañero le asistiera en la arremetida final.
—¡Deben abandonar el ático o quedaran atrapados! —grito el anciano Sarutobi, haciendo acopio de fuerzas; y utilizando un tono que daba a entender de que pondrían en marcha su plan aunque ellos se viesen atrapados en medio
Pero aún estaba la gran cuestión: debían de inhabilitar a su oponente durante el tiempo suficiente como para retirarse sin ser perseguidos… Era cuestión de todo o nada.
Kōtetsu se acercó a la casa tan rápido como pudo, para luego recorrer la pared hasta llegar al destrozado postigo en donde se había estado resguardando hasta hacia poco.
Justo en el momento en que el pelirrojo llegase a su lado, seria cuando desde los pilares de hielo emergería un frio y determinado Seltkalt. Un viento violento se arremolino a su alrededor mientras inclinaba el cuerpo hacia adelante. Los jóvenes podrían reconocer con facilidad que planeaba usar aquella técnica de desplazamiento, la que le permitía moverse tan rápido y certero como el rayo. Al de ojos grises solo le dio tiempo de dirigir una mirada a su compañero, de comenzar una secuencia de sellos y de rezar a los dioses locales para que el Inoue entendiera su plan y se sumara al mismo.
En un instante el guerrero blanco atravesó la distancia que les separaba y se abalanzo sobre ellos. Con una velocidad de locura, sobre sus manos se formaron poderosas hojas de hielo que esgrimió sin clemencia; ante sus ojos se presentó la imagen de aquel ataque simultáneo teniendo éxito, partiendo y despedazando diagonalmente los frágiles cuerpos de aquellos dos niños.
Se inclinó sobre el suelo mientras esperaba el brotar de la sangre; pero… no hubo sangre, ni viseras derramadas: en aquel lugar, en donde había golpeado, solo había un par de viejos baúles destrozados o espacio vacío. El enemigo lo había atrapado con la vieja artimaña de la Técnica del Reemplazo de Cuerpos, un truco sencillo pero decisivo cuando era bien utilizado. Sin darle oportunidad de orientarse, el Hakagurē se abalanzo contra él, blandiendo su espada desde un extremo del desolado ático…, esperando que su compañero le asistiera en la arremetida final.
—¡Deben abandonar el ático o quedaran atrapados! —grito el anciano Sarutobi, haciendo acopio de fuerzas; y utilizando un tono que daba a entender de que pondrían en marcha su plan aunque ellos se viesen atrapados en medio
Pero aún estaba la gran cuestión: debían de inhabilitar a su oponente durante el tiempo suficiente como para retirarse sin ser perseguidos… Era cuestión de todo o nada.