18/08/2015, 18:33
En una de sus fugaces visitas, Seremaru le había confesado que la mejor forma de crecer y dejar de ser un cachorro, como el guerrero lupino le llamaba cariñosamente dando a entender su falta de instrucción, era viajar y ver mundo, meter el hocico en lugares desconocidos, hacerse a la aventura y volverse experto en la inexperiencia. Esto venía a significar, simplemente, que uno debe estar preparado para afrontar un peligro en un terreno en el que se es inexperto, que no se conoce.
De modo que eso había hecho, había cargado una mochila con provisiones y se había dirigido dirección País de la Tierra, quizás guiado por la nostalgia y los recuerdos de su padre y el Valle Aodori, donde había despertado por primera vez el poder de su Kekkei Genkai.
Pero escoger el mismo camino que el que tomaba con papá habría sido improductivo, pues al fin y al cabo se trataba de explorar lugares diferentes. De modo que, tratando de llevar una cuenta de por dónde había pasado para volver y no perderse, decidió vagabundear entre los árboles del bosque, a ver a dónde le llevaba el destino. Pronto el destino le hizo abandonar terreno seguro, y los árboles y la hierba fresca fueron sustituídos por una superficie más yerma que otra cosa, pequeñas rocas y gigantescos riscos.
Observó un curioso objeto en la lejanía. Parecía una torre de madera enorme, hecha con planchas, bloques de roble, pino y otros árboles, amontonada de mala manera y con una plataforma arriba del todo. Curioso, avanzó creyendo que estaba más cerca de lo que estaba, pero le costó llegar, sobretodo por lo accidentado del terreno.
Caminaba entre las rocas porque no se fiaba y no quería quedar expuesto a otros ninjas. Aquél era un terreno que no estaba dentro de los bordes de los países que habían firmado el Pacto. De todo lo que le podría pasar, un encontronazo con unos bandidos expertos o un shinobi exiliado eran las situaciones más peligrosas.
Pero aparentemente no hubo nada de eso, y pronto, Daruu se encontraba acariciando la superficie de aquella figura de madera. Emitía una extraña energía, como si... no fuese simplemente una torre.
De modo que eso había hecho, había cargado una mochila con provisiones y se había dirigido dirección País de la Tierra, quizás guiado por la nostalgia y los recuerdos de su padre y el Valle Aodori, donde había despertado por primera vez el poder de su Kekkei Genkai.
Pero escoger el mismo camino que el que tomaba con papá habría sido improductivo, pues al fin y al cabo se trataba de explorar lugares diferentes. De modo que, tratando de llevar una cuenta de por dónde había pasado para volver y no perderse, decidió vagabundear entre los árboles del bosque, a ver a dónde le llevaba el destino. Pronto el destino le hizo abandonar terreno seguro, y los árboles y la hierba fresca fueron sustituídos por una superficie más yerma que otra cosa, pequeñas rocas y gigantescos riscos.
Observó un curioso objeto en la lejanía. Parecía una torre de madera enorme, hecha con planchas, bloques de roble, pino y otros árboles, amontonada de mala manera y con una plataforma arriba del todo. Curioso, avanzó creyendo que estaba más cerca de lo que estaba, pero le costó llegar, sobretodo por lo accidentado del terreno.
Caminaba entre las rocas porque no se fiaba y no quería quedar expuesto a otros ninjas. Aquél era un terreno que no estaba dentro de los bordes de los países que habían firmado el Pacto. De todo lo que le podría pasar, un encontronazo con unos bandidos expertos o un shinobi exiliado eran las situaciones más peligrosas.
Pero aparentemente no hubo nada de eso, y pronto, Daruu se encontraba acariciando la superficie de aquella figura de madera. Emitía una extraña energía, como si... no fuese simplemente una torre.