12/02/2018, 15:46
—¿Creen que ya terminó la batalla? ¿O este era solo el inicio?
—Esta sobrenatural tormenta de nieve aun cubre el pueblo; así que, en algún otro lugar, la batalla aun continua… Lo incierto es si la estamos ganando o la estamos perdiendo.
Aquel clima seco, cálido y artificial comenzó a desvanecerse a medida que la nieve comenzaba a tapar aquella herida con un vendaje blanco y suave. La asistente del Sarutobi se encontraba razonablemente bien, un poco insolada debido a lo sensible de su piel, pero sin daños mayores. El anciano parecía un tanto cansado y nada alterado, acaso por la experiencia de aquello antiguos y formidables combates que libro en su época de guerrero. Cuando la temperatura comenzó a descender nuevamente, la muchachita nativa recobro el conocimiento, mostrándose un tanto aturdida.
Pasarían unos minutos hasta que el joven peliblanco pudiese reincorporarse al mundo de los vivos y despiertos.
—¿Cómo estar? —pregunto curiosa la chica de ojos azules, alternando la mirada entre ambos genin.
—Pues yo estoy hecho polvo… —admitió con serena honestidad—. Los guerreros de tu tribu son de verdad algo formidable.
Kōtetsu se sentó y se tomó unos minutos para orientarse en aquel tiempo y espacio. De pronto se dio cuenta que algo le faltaba, algo importante: su espada, su preciada espada había quedado abandonada en el ático cuando dejaron atrás al Seltkalt. Sintió la necesidad de ir a buscarle, pese a que ya no había un ático, sino un cráter humeante. Se asomó en el negro borde y el calor le golpeo el rostro, pese a que la nieve recién caída ya había enfriado bastante aquel agujero. Busco con la vista y, entre los restos de suelo derretido y vulcanizado, reconoció el blanco y opaco brillar de Bohimei. Se arrojó al enorme cráter, corriendo debido a aquel suelo que quemaba sus pies. Tomo su katana, que ni siquiera yacía caliente o dañada, y la enfundo en su respectiva vaina.
Al salir, no pudo evitar que la curiosidad lo empujase a preguntarle algo al anciano:
—Eso… Eso, ¿Qué era? Al principio era un incendio normal, y luego fue como si un volcán entrase en erupción, para finalmente ser como un sol que desciende a tocar la tierra.
—Es una vieja receta familiar —aseguro, sin poder disimular cierto grado de orgullo—. Se trata de un químico inflamable que contiene una cantidad considerable de chakra, sellado en un fuerte contenedor metálico. Esta hecho de forma que luego de calentarse (como con el incendio), si se enfría muy rápidamente, se produzca una reacción en cadena como la que vieron.
—Fuego, peligroso… —resalto Sepayauitl.
—Siendo más concreto, no era fuego como tal; en su última etapa, era un estado de la materia conocido como plasma.
—Lo que fuese, nos ha salvado la vida —asevero el Hakagurē.
—La verdad sea dicha, a pesar de ser unos chiquillos, ustedes también merecen un poco de crédito: enfrentaron a un oponente que se les mostraba monstruoso con mucho valor, desafiantes hasta el final… Pero que no se les suba a la cabeza —cambio de repente—; aquel solo pudo haber sido un guerrero de rango medio entre las fuerzas de los Seltkalt, y ya no tengo más trucos con fuego.
El joven de ojos grises dejo escapar una ligera risilla ante tal forma de hablar y de cambiar de una alabanza a una advertencia. Ante aquello solo le resto decir una cosa:
—Pronto nos tendremos que poner en movimiento, así que por ahora descansemos y ocupémonos de nuestras heridas.
—Esta sobrenatural tormenta de nieve aun cubre el pueblo; así que, en algún otro lugar, la batalla aun continua… Lo incierto es si la estamos ganando o la estamos perdiendo.
Aquel clima seco, cálido y artificial comenzó a desvanecerse a medida que la nieve comenzaba a tapar aquella herida con un vendaje blanco y suave. La asistente del Sarutobi se encontraba razonablemente bien, un poco insolada debido a lo sensible de su piel, pero sin daños mayores. El anciano parecía un tanto cansado y nada alterado, acaso por la experiencia de aquello antiguos y formidables combates que libro en su época de guerrero. Cuando la temperatura comenzó a descender nuevamente, la muchachita nativa recobro el conocimiento, mostrándose un tanto aturdida.
Pasarían unos minutos hasta que el joven peliblanco pudiese reincorporarse al mundo de los vivos y despiertos.
—¿Cómo estar? —pregunto curiosa la chica de ojos azules, alternando la mirada entre ambos genin.
—Pues yo estoy hecho polvo… —admitió con serena honestidad—. Los guerreros de tu tribu son de verdad algo formidable.
Kōtetsu se sentó y se tomó unos minutos para orientarse en aquel tiempo y espacio. De pronto se dio cuenta que algo le faltaba, algo importante: su espada, su preciada espada había quedado abandonada en el ático cuando dejaron atrás al Seltkalt. Sintió la necesidad de ir a buscarle, pese a que ya no había un ático, sino un cráter humeante. Se asomó en el negro borde y el calor le golpeo el rostro, pese a que la nieve recién caída ya había enfriado bastante aquel agujero. Busco con la vista y, entre los restos de suelo derretido y vulcanizado, reconoció el blanco y opaco brillar de Bohimei. Se arrojó al enorme cráter, corriendo debido a aquel suelo que quemaba sus pies. Tomo su katana, que ni siquiera yacía caliente o dañada, y la enfundo en su respectiva vaina.
Al salir, no pudo evitar que la curiosidad lo empujase a preguntarle algo al anciano:
—Eso… Eso, ¿Qué era? Al principio era un incendio normal, y luego fue como si un volcán entrase en erupción, para finalmente ser como un sol que desciende a tocar la tierra.
—Es una vieja receta familiar —aseguro, sin poder disimular cierto grado de orgullo—. Se trata de un químico inflamable que contiene una cantidad considerable de chakra, sellado en un fuerte contenedor metálico. Esta hecho de forma que luego de calentarse (como con el incendio), si se enfría muy rápidamente, se produzca una reacción en cadena como la que vieron.
—Fuego, peligroso… —resalto Sepayauitl.
—Siendo más concreto, no era fuego como tal; en su última etapa, era un estado de la materia conocido como plasma.
—Lo que fuese, nos ha salvado la vida —asevero el Hakagurē.
—La verdad sea dicha, a pesar de ser unos chiquillos, ustedes también merecen un poco de crédito: enfrentaron a un oponente que se les mostraba monstruoso con mucho valor, desafiantes hasta el final… Pero que no se les suba a la cabeza —cambio de repente—; aquel solo pudo haber sido un guerrero de rango medio entre las fuerzas de los Seltkalt, y ya no tengo más trucos con fuego.
El joven de ojos grises dejo escapar una ligera risilla ante tal forma de hablar y de cambiar de una alabanza a una advertencia. Ante aquello solo le resto decir una cosa:
—Pronto nos tendremos que poner en movimiento, así que por ahora descansemos y ocupémonos de nuestras heridas.