12/02/2018, 19:22
Daruu podía tener razón. Quizás, un buen puñado de amigos resultaba ser más familia que aquella con la que te une un simple y a veces sobrevalorado vínculo sanguíneo, más que otra cosa. Pero lo curioso de todo aquello era que, hasta ese momento, Kaido no sabía qué era tener un amigo real, y no por obligación. Por amedrantamiento. Por háblame bien y con respeto o te arranco la carótida a mordiscos.
Lamentablemente, esa era su forma de relacionarse. Hasta que se encontró a Ayame allá en el festival de la línea de los Dioses, y a pesar de sus malos tratos, ésta le perdonó. O hasta que atravesó la senda del carámbano junto a Daruu, en donde estuvo a punto de morir congelado por querer regresar a salvarle, aún y a pesar de creerle muerto. O hasta que se arriesgó por una compañera junto a Mogura, con el desinterés de quien se siente en la necesidad de ayudar a alguien. Y ayudar desde luego que no era asiduo a lo suyo.
Daruu podía tener razón. Quizás, ellos tres podían ser su familia de ahora en adelante. Quizás.
Estaba un poco consternado. Vio la bandeja ya algo más cercana a él y tomó otro trozo, sin probarlo, mientras su interlocutor se explayaba en sus propias disyuntivas, que no dejaban de ser tan profundas como las suyas propias. Como las de haber tenido un padre traidor, por ejemplo.
Alzó el pescuezo y se mostró bastante sorprendido por aquella confesión. Sobre todo por el hecho de que, desde la eliminación de los Kajitsu, Kaido había entendido que él también tenía a sus propios traidores. Pero a diferencia de Daruu, los suyos seguían allá, en Amegakure. Cubiertos por el subterfugio y el velo de la aparente inactividad.
—A mí tampoco me da pena que no estén, nunca he padecido por su ausencia. Pero es evidente que no puedes ignorar algunas cosas, como la curiosidad, por ejemplo; de saber los por qué. De por qué alguien te abandona y te conviertes de pronto en una botella cerrada con un importante mensaje dentro, dejado a la deriva en el mar, transitando el océano. Esperando que las corrientes te lleven hasta a alguna orilla donde alguien finalmente te recoja. O del por qué decides traicionar a tu aldea y correr el riesgo de perder a tu hijo, y a tu esposa tal y como supongo que le sucedió a tu padre.
Parpadeó un par de veces, y mordió su pizza.
Lamentablemente, esa era su forma de relacionarse. Hasta que se encontró a Ayame allá en el festival de la línea de los Dioses, y a pesar de sus malos tratos, ésta le perdonó. O hasta que atravesó la senda del carámbano junto a Daruu, en donde estuvo a punto de morir congelado por querer regresar a salvarle, aún y a pesar de creerle muerto. O hasta que se arriesgó por una compañera junto a Mogura, con el desinterés de quien se siente en la necesidad de ayudar a alguien. Y ayudar desde luego que no era asiduo a lo suyo.
Daruu podía tener razón. Quizás, ellos tres podían ser su familia de ahora en adelante. Quizás.
Estaba un poco consternado. Vio la bandeja ya algo más cercana a él y tomó otro trozo, sin probarlo, mientras su interlocutor se explayaba en sus propias disyuntivas, que no dejaban de ser tan profundas como las suyas propias. Como las de haber tenido un padre traidor, por ejemplo.
Alzó el pescuezo y se mostró bastante sorprendido por aquella confesión. Sobre todo por el hecho de que, desde la eliminación de los Kajitsu, Kaido había entendido que él también tenía a sus propios traidores. Pero a diferencia de Daruu, los suyos seguían allá, en Amegakure. Cubiertos por el subterfugio y el velo de la aparente inactividad.
—A mí tampoco me da pena que no estén, nunca he padecido por su ausencia. Pero es evidente que no puedes ignorar algunas cosas, como la curiosidad, por ejemplo; de saber los por qué. De por qué alguien te abandona y te conviertes de pronto en una botella cerrada con un importante mensaje dentro, dejado a la deriva en el mar, transitando el océano. Esperando que las corrientes te lleven hasta a alguna orilla donde alguien finalmente te recoja. O del por qué decides traicionar a tu aldea y correr el riesgo de perder a tu hijo, y a tu esposa tal y como supongo que le sucedió a tu padre.
Parpadeó un par de veces, y mordió su pizza.
