13/02/2018, 01:57
Datsue se mostró como un tipo jovial, algo que haría que las relaciones entre los muchachos fuesen como la seda. El apodo del "Intrépido" hizo reír a Ralexion. No estaba seguro de si el uzujin lo dijo en serio o si era una broma para romper el hielo, pero en cualquiera de los casos, al de la Hierba le gustó ese salero. Antes de que el trío se pusiese en marcha el ya referido soltó otra broma respecto a los de Kusa, similar a la que había hecho Akame en Tane-Shigai. El rapaz hizo rodar sus ojos, pero no articuló una sola pega. «Otra vez con estas bromitas... ¿será costumbre en Uzugakure?».
Fue una travesía monótona y drenante, más pesada de lo que el muchacho había esperado en un primer momento. Ralexion mató el tiempo durante la caminata lo mejor que pudo, ya fuese observando el paisaje o interviniendo en las esporádicas conversaciones de sus compañeros cuando consideró que procedía.
No fue hasta la puesta del sol —tal y como Akame había indicado al principio del viaje— que los orbes del kusajin captaron Rōkoku. Para Ralexion fue como toparse con un oasis tras perderse en el desierto y casi morir de sed.
—¡Ah, por Amaterasu! —Ralexion rió.
—La verdad es que vaya paseo nos hemos pegado —remató su afirmación estirando los brazos y el torso hacia arriba.
Las calles de Rōkoku le asaltaron con impasibles andanadas de nostalgia. El ambiente, el aspecto y los olores del lugar le recordaban a una versión más grande de Uji. Se sentía como si hubiese vuelto a casa, un sentimiento que no supo muy bien cómo capear. Sus ojos se humedecieron un poco, pero el joven logró parar ese carro antes de que saliese disparado cuesta abajo sin frenos.
Los shinobi pasaron junto a una posada, tan típica de aldeas así. Akame sugirió hacerle una visita al local. Parecía un lugar en el que comer algo y pasar la noche tan bueno como cualquier otro, desde luego.
—A mí tampoco me importaría, sería de mala educación presentarnos en la fortaleza del noble a estas horas —apuntó—. Podríamos dormir aquí, si tienen camas libres.
Fue una travesía monótona y drenante, más pesada de lo que el muchacho había esperado en un primer momento. Ralexion mató el tiempo durante la caminata lo mejor que pudo, ya fuese observando el paisaje o interviniendo en las esporádicas conversaciones de sus compañeros cuando consideró que procedía.
No fue hasta la puesta del sol —tal y como Akame había indicado al principio del viaje— que los orbes del kusajin captaron Rōkoku. Para Ralexion fue como toparse con un oasis tras perderse en el desierto y casi morir de sed.
—¡Ah, por Amaterasu! —Ralexion rió.
—La verdad es que vaya paseo nos hemos pegado —remató su afirmación estirando los brazos y el torso hacia arriba.
Las calles de Rōkoku le asaltaron con impasibles andanadas de nostalgia. El ambiente, el aspecto y los olores del lugar le recordaban a una versión más grande de Uji. Se sentía como si hubiese vuelto a casa, un sentimiento que no supo muy bien cómo capear. Sus ojos se humedecieron un poco, pero el joven logró parar ese carro antes de que saliese disparado cuesta abajo sin frenos.
Los shinobi pasaron junto a una posada, tan típica de aldeas así. Akame sugirió hacerle una visita al local. Parecía un lugar en el que comer algo y pasar la noche tan bueno como cualquier otro, desde luego.
—A mí tampoco me importaría, sería de mala educación presentarnos en la fortaleza del noble a estas horas —apuntó—. Podríamos dormir aquí, si tienen camas libres.