14/02/2018, 01:15
(Última modificación: 14/02/2018, 01:17 por Uchiha Datsue.)
Shenfu Kano rio atronadoramente. No había cosa que no hiciese de forma exageradamente ruidosa.
—¡Y yo que pensé que estaba contigo! —estampó la mano contra la mesa, de suerte que no se partió por la mitad—. ¡Joder, de puta madre! ¡Nos vendrá bien para el restaurante! —se levantó—. ¡Ven!
Se acercó hasta la barra, y extrajo una botella de ron y dos vasos. Llenó ambos por encima de la mitad, y le ofreció uno a Kaido. Luego, entrechocó los vasos con él y le dio un buen trago. Ya no sabía ni cuántos llevaba, pero el alcohol no parecía hacer mella en él. Y eso, que aquel vaso estaba cargado. No lo había mezclado con ningún tipo de bebida para rebajarlo.
—Seré franco contigo, Shirosame —pese a que ahora no gritaba, su voz seguía sonando mucho más alta de lo que una conversación normal requería—. Tanto mi esposa como mi sobrina odian a los shinobis —se inclinó hacia él, y trató de bajar la voz. Fracasó—. Si se enterasen de que he contratado a uno, ¡me cortarían los huevos! ¡Has de llevar esto con la máxima discreción, Shirosame! ¡La máxima discreción!
El aliento a alcohol inundó el olfato del amejin. Ahora que estaban tan cerca, y sin distracciones, Kaido pudo fijarse en algo más. Shenfu Kano sufría de psoriasis. Tanto en los codos, como los antebrazos, como tras las orejas tenía unas manchas rojas muy características de aquella enfermedad.
—¡Y yo que pensé que estaba contigo! —estampó la mano contra la mesa, de suerte que no se partió por la mitad—. ¡Joder, de puta madre! ¡Nos vendrá bien para el restaurante! —se levantó—. ¡Ven!
Se acercó hasta la barra, y extrajo una botella de ron y dos vasos. Llenó ambos por encima de la mitad, y le ofreció uno a Kaido. Luego, entrechocó los vasos con él y le dio un buen trago. Ya no sabía ni cuántos llevaba, pero el alcohol no parecía hacer mella en él. Y eso, que aquel vaso estaba cargado. No lo había mezclado con ningún tipo de bebida para rebajarlo.
—Seré franco contigo, Shirosame —pese a que ahora no gritaba, su voz seguía sonando mucho más alta de lo que una conversación normal requería—. Tanto mi esposa como mi sobrina odian a los shinobis —se inclinó hacia él, y trató de bajar la voz. Fracasó—. Si se enterasen de que he contratado a uno, ¡me cortarían los huevos! ¡Has de llevar esto con la máxima discreción, Shirosame! ¡La máxima discreción!
El aliento a alcohol inundó el olfato del amejin. Ahora que estaban tan cerca, y sin distracciones, Kaido pudo fijarse en algo más. Shenfu Kano sufría de psoriasis. Tanto en los codos, como los antebrazos, como tras las orejas tenía unas manchas rojas muy características de aquella enfermedad.