19/08/2015, 11:31
El silbido cesó repentinamente ante su llamada y los oídos de Ayame se vieron de nuevo inundados de la propia canción de la lluvia.
Él se giró hacia ella, y por la expresión de su rostro era evidente que, como ella, no esperaba encontrarse con nadie en la terraza. Apenas habían pasado un par de días desde el examen de graduación de los genin, por lo que la Torre de la Academia estaba inusualmente vacía. Ambos debían haber pensado lo mismo, y ambos se habían llevado la misma sorpresa.
—Ah, es cierto, Daruu-san. Perdona —se disculpó ante su metedura de pata, con una sonrisa abochornada.
Su vecino era un muchacho de su misma edad. Atractivo, de cabellos oscuros como el tizón que se le erizaban en la parte derecha de su cabeza y con unos ojos del color del chocolate. El aspecto de Daruu seguía siendo el mismo de siempre. Seguía siendo el mismo chico que estaba acostumbrada a ver desde la lejanía en su clase. Pero ahora había algo más en él. Su vecino de la infancia tambirñén llevaba una placa metálica anudada en torno a la frente.
Se le aceleró el corazón, sin saber muy bien por qué.
Y entonces llegó hasta ella su voz, suave y discreta.
—S... Sí... —resondió, tímida. Al principio sus labios se curvaron en una sonrisa, ahora sincera, pero entonces se llevó las manos bruscamente hacia la frente, asegurándose de que la bandana siguiera en su sitio—. Gracias y... felicidades a ti también. Ya veo que también aprobaste el examen.
Intercambió el peso de una pierna a otra, sin saber muy bien cómo continuar. Aunque Daruu le caía bien, aunqur eran vecinos de la infancia, apenas habían intercambiado unas pocas palabras a lo largo de los años. Y ahora se encontraba con que no sabía cómo debía tratar con él.
—Y... ¿qué haces por aquí, Daruu-san? —intervino, con cierta torpeza.
Y al instante se sintió estúpida.
Él se giró hacia ella, y por la expresión de su rostro era evidente que, como ella, no esperaba encontrarse con nadie en la terraza. Apenas habían pasado un par de días desde el examen de graduación de los genin, por lo que la Torre de la Academia estaba inusualmente vacía. Ambos debían haber pensado lo mismo, y ambos se habían llevado la misma sorpresa.
—Ah, es cierto, Daruu-san. Perdona —se disculpó ante su metedura de pata, con una sonrisa abochornada.
Su vecino era un muchacho de su misma edad. Atractivo, de cabellos oscuros como el tizón que se le erizaban en la parte derecha de su cabeza y con unos ojos del color del chocolate. El aspecto de Daruu seguía siendo el mismo de siempre. Seguía siendo el mismo chico que estaba acostumbrada a ver desde la lejanía en su clase. Pero ahora había algo más en él. Su vecino de la infancia tambirñén llevaba una placa metálica anudada en torno a la frente.
Se le aceleró el corazón, sin saber muy bien por qué.
Y entonces llegó hasta ella su voz, suave y discreta.
—S... Sí... —resondió, tímida. Al principio sus labios se curvaron en una sonrisa, ahora sincera, pero entonces se llevó las manos bruscamente hacia la frente, asegurándose de que la bandana siguiera en su sitio—. Gracias y... felicidades a ti también. Ya veo que también aprobaste el examen.
Intercambió el peso de una pierna a otra, sin saber muy bien cómo continuar. Aunque Daruu le caía bien, aunqur eran vecinos de la infancia, apenas habían intercambiado unas pocas palabras a lo largo de los años. Y ahora se encontraba con que no sabía cómo debía tratar con él.
—Y... ¿qué haces por aquí, Daruu-san? —intervino, con cierta torpeza.
Y al instante se sintió estúpida.