19/02/2018, 20:39
Cuando el kusajin terminase de increpar a su araña y terminase de alistarse, tendría que abandonar la habitación y caminar hasta la recepción para dejar la llave. Fuera, justo frente al hostal, un carruaje de tamaño considerable aguardaba estacionado frente a ellos, donde Hibana yacía cargando todas las pertenencias que querría llevar consigo. Valijas, rollos de mapas, artículos de medición, entre otras cosas como provisiones para el viaje, comida y medicinas. En la parte superior del carruaje yacía una especie de banco con una cubierta para el sol, y un peldaño más adelante, se encontraba el cubil del conductor; donde un hombre de edad avanzada aguardaba pacientemente mientras sostenía las riendas que unían a las bisagras del vehículo con las monturas del par de caballos que halaban de ellos.
Eran sendas bestias, de los ejemplares más curtidos y fuertes que hubiera visto nunca. Patas anchas y musculosas, pelaje pulcro. De lomo plano cuadriles poderosos, de esos que podían cargar con pesos durante días, y días.
El meteorólogo le hizo señas a Yota, y le instó a acercarse.
—Yota, él es Pachan. Nuestro guía. Nos hará de transporte a través de Kaminari, al menos hasta que nos topemos con la entrada al Valle. Pachan, él es el shinobi que contraté.
Eran sendas bestias, de los ejemplares más curtidos y fuertes que hubiera visto nunca. Patas anchas y musculosas, pelaje pulcro. De lomo plano cuadriles poderosos, de esos que podían cargar con pesos durante días, y días.
El meteorólogo le hizo señas a Yota, y le instó a acercarse.
—Yota, él es Pachan. Nuestro guía. Nos hará de transporte a través de Kaminari, al menos hasta que nos topemos con la entrada al Valle. Pachan, él es el shinobi que contraté.