20/02/2018, 17:59
El Uchiha ni siquiera se inmutó cuando su compañero pidió una jarra de agua. Sí, en otras circunstancias él también habría considerado que beber cerveza antes de una misión era una temeridad y debía ser castigada. Pero ahora era diferente, y la razón por la que Akame quería empuntarse antes de ir a dormir era sumamente simple.
Había descubierto que el alcohol le ayudaba a conciliar el sueño más fácilmente, y a que éste fuese más profundo. Las pesadillas seguían estando ahí, claro, pero se sentían menos reales. Como una bruma espesa en una fría mañana de Invierno.
Luego Datsue se propuso como candidato, y al otro Hermano del Desierto no pudo parecerle mejor. Al fin y al cabo, Akame sabía que su compadre era tan astuto como él, o más, y además se le daba mejor eso de liderar. Él tenía poca paciencia y tendía a querer hacerlo todo de forma demasiado mecánica.
En ese momento el mesero depositó sobre la mesa una jarra de madera repleta de cerveza fresca y sabrosa, dorada, con dos dedos de espuma. Junto a ella, otra más pequeña, de agua de la fuente. Akame tomó la primera jarra con ambas manos y vertió su contenido en tres vasos del mismo material que el camarero les había puesto a cada uno frente a sí.
—Por Datsue-kun, el capitán más astuto de su casa —dijo, jocoso, mientras alzaba el vaso de madera.
Luego del brindis —que él haría, le acompañasen o no— Akame le pegaría un buen trago a la cerveza. Le rascó al pasar por su garganta y el sabor amargo de aquella bebida le invadió la boca, pero lo aguantó sin poner cara de asco. Pese a todo, estaba empezando a cogerle el gustillo.
La comida llegó poco después. El mesero dejó en el centro de la mesa una gran cazuela humeante colmada de estofado, tres cuencos y tres cucharas, todo de madera.
—Buen provecho —dijo el Uchiha antes de servirse un cuenco hasta los topes. Estaba hambriento.
Mientras cenaban, los muchachos pudieron escuchar los comentarios de otros parroquianos que poblaban la taberna; en especial los de la mesa que tenían detrás, donde tres hombres de aspecto desharrapado y ceño fruncido —propio de los campesinos— discutían animadamente en torno a una jarra de cerveza. Al parecer el señor Iekatsu era considerado un gobernante débil e ineficiente, que últimamente desatendía sus obligaciones y pasaba largo rato recluído en su cámara sin querer atender a nadie.
—Es cuestión de tiempo que estire la pata —terció uno—. Y dicen que sus tres hijos están, cada uno, más decidido que el otro a sucederle.
—¡Pero ahí no hay discusión! —repuso otro—. El señorío recaerá sobre Ichiro-dono, por ser el primogénito.
El conversador restante dio un buen trago a su vaso de birra.
—Yo no estaría tan seguro, a fe mía que en política no hay nada imposible —agregó finalmente.
Había descubierto que el alcohol le ayudaba a conciliar el sueño más fácilmente, y a que éste fuese más profundo. Las pesadillas seguían estando ahí, claro, pero se sentían menos reales. Como una bruma espesa en una fría mañana de Invierno.
Luego Datsue se propuso como candidato, y al otro Hermano del Desierto no pudo parecerle mejor. Al fin y al cabo, Akame sabía que su compadre era tan astuto como él, o más, y además se le daba mejor eso de liderar. Él tenía poca paciencia y tendía a querer hacerlo todo de forma demasiado mecánica.
En ese momento el mesero depositó sobre la mesa una jarra de madera repleta de cerveza fresca y sabrosa, dorada, con dos dedos de espuma. Junto a ella, otra más pequeña, de agua de la fuente. Akame tomó la primera jarra con ambas manos y vertió su contenido en tres vasos del mismo material que el camarero les había puesto a cada uno frente a sí.
—Por Datsue-kun, el capitán más astuto de su casa —dijo, jocoso, mientras alzaba el vaso de madera.
Luego del brindis —que él haría, le acompañasen o no— Akame le pegaría un buen trago a la cerveza. Le rascó al pasar por su garganta y el sabor amargo de aquella bebida le invadió la boca, pero lo aguantó sin poner cara de asco. Pese a todo, estaba empezando a cogerle el gustillo.
La comida llegó poco después. El mesero dejó en el centro de la mesa una gran cazuela humeante colmada de estofado, tres cuencos y tres cucharas, todo de madera.
—Buen provecho —dijo el Uchiha antes de servirse un cuenco hasta los topes. Estaba hambriento.
Mientras cenaban, los muchachos pudieron escuchar los comentarios de otros parroquianos que poblaban la taberna; en especial los de la mesa que tenían detrás, donde tres hombres de aspecto desharrapado y ceño fruncido —propio de los campesinos— discutían animadamente en torno a una jarra de cerveza. Al parecer el señor Iekatsu era considerado un gobernante débil e ineficiente, que últimamente desatendía sus obligaciones y pasaba largo rato recluído en su cámara sin querer atender a nadie.
—Es cuestión de tiempo que estire la pata —terció uno—. Y dicen que sus tres hijos están, cada uno, más decidido que el otro a sucederle.
—¡Pero ahí no hay discusión! —repuso otro—. El señorío recaerá sobre Ichiro-dono, por ser el primogénito.
El conversador restante dio un buen trago a su vaso de birra.
—Yo no estaría tan seguro, a fe mía que en política no hay nada imposible —agregó finalmente.