24/02/2018, 17:05
El máximo de atención que le dedicaron aquellos hombres a las súplicas de Datsue y al sentimiento patriótico, a las dos cosas juntas, fue un ligero levantamiento de cejas, casi imperceptible. Desafortunadamente, hubo otro levantamiento. De espadas.
El Capitán apareció en escena, y propinó una patada voladora a uno de ellos, que cayó encima del otro. Entre que ya les era difícil mantenerse en pie, y que el barco se movía bajo la inclemente tormenta como una peonza perdiendo el equilibrio, aquellos dos no se levantarían de nuevo.
—¡Vamos, norteño! —dijo—. La única lección que aprenderían estos rufianes es una buena tunda. —Se acercó, le pegó una patada en la cara con la pata de palo a cada uno para dejarlos inconscientes, y se llevó a uno a cuestas, dirigiéndose a la borda.
Entre tanto, Daruu se acercaba sigilosamente al cuerpo que yacía descansando encima del control del barco. Y el cuerpo que estaba en el timón emitió un ronquido terrible y se desequilibró hacia la izquierda, golpeando su cabeza en la cabilla más próxima y haciendo girar la rueda a tope.
El barco hizo FUUUUUUUSHHHHHHHHHHH.
—¡Fuaaaaá! —Daruu salió disparado hacia un lado y se golpeó la cabeza con fuerza contra la borda. Qué mala suerte, ya iban dos golpes en el mismo sitio en dos días. Y dos veces que perdía el conocimiento.
Datsue y el Capitan chocaron en el aire cuando el barco giró y giró. Parecía que nada podía salir peor.
Y entonces cayó el rayo.
La luz del sol le golpeó en la cara como si fuera un mazazo. Se tapó los ojos y gimió. Le volvía a doler la cabeza como si le hubiera pisado un elefante. Se levantó de golpe al recordar todo lo que había sucedido.
¡Estaba en la orilla! ¡Había vuelto a Oonindo!
Entonces pronunció las dos palabras que caracterizan a alguien que se acaba de dar cuenta de que está en la mierda.
—Oh, no.
Estaba en una isla. En una isla en medio del mar. Lejos, muy al horizonte, podía verse la costa del continente. Donde debía estar. Pero donde no estaba.
Miró a su alrededor. Descubrió a Datsue, que estaba recuperando el conocimiento, a apenas tres metros de él, apoyado en una roca. Fue mirándolo a él como descubrió que ya no vestían las esposas supresoras de chakra. Fue una pequeña dose de alegría que agradeció.
El Capitán apareció en escena, y propinó una patada voladora a uno de ellos, que cayó encima del otro. Entre que ya les era difícil mantenerse en pie, y que el barco se movía bajo la inclemente tormenta como una peonza perdiendo el equilibrio, aquellos dos no se levantarían de nuevo.
—¡Vamos, norteño! —dijo—. La única lección que aprenderían estos rufianes es una buena tunda. —Se acercó, le pegó una patada en la cara con la pata de palo a cada uno para dejarlos inconscientes, y se llevó a uno a cuestas, dirigiéndose a la borda.
Entre tanto, Daruu se acercaba sigilosamente al cuerpo que yacía descansando encima del control del barco. Y el cuerpo que estaba en el timón emitió un ronquido terrible y se desequilibró hacia la izquierda, golpeando su cabeza en la cabilla más próxima y haciendo girar la rueda a tope.
El barco hizo FUUUUUUUSHHHHHHHHHHH.
—¡Fuaaaaá! —Daruu salió disparado hacia un lado y se golpeó la cabeza con fuerza contra la borda. Qué mala suerte, ya iban dos golpes en el mismo sitio en dos días. Y dos veces que perdía el conocimiento.
Datsue y el Capitan chocaron en el aire cuando el barco giró y giró. Parecía que nada podía salir peor.
Y entonces cayó el rayo.
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La luz del sol le golpeó en la cara como si fuera un mazazo. Se tapó los ojos y gimió. Le volvía a doler la cabeza como si le hubiera pisado un elefante. Se levantó de golpe al recordar todo lo que había sucedido.
¡Estaba en la orilla! ¡Había vuelto a Oonindo!
Entonces pronunció las dos palabras que caracterizan a alguien que se acaba de dar cuenta de que está en la mierda.
—Oh, no.
Estaba en una isla. En una isla en medio del mar. Lejos, muy al horizonte, podía verse la costa del continente. Donde debía estar. Pero donde no estaba.
Miró a su alrededor. Descubrió a Datsue, que estaba recuperando el conocimiento, a apenas tres metros de él, apoyado en una roca. Fue mirándolo a él como descubrió que ya no vestían las esposas supresoras de chakra. Fue una pequeña dose de alegría que agradeció.