26/02/2018, 08:30
(Última modificación: 26/02/2018, 08:30 por Amedama Daruu.)
Siguieron caminando. Sus pies se hundían en la nieve recién caída mientras la tormenta les decía, frío vendaval tras frío vendaval, que había venido para quedarse un rato y no sólo saludar. Tenía los dedos de las manos y de los pies entumecidos y casi al rojo vivo, y no sentía ningún músculo de la cara. Si alguien le hubiese pedido a Daruu que sonriese, el chico le habría dedicado una mueca que no sabía qué quería ser.
Finalmente, sus malheridos pies rozaron los adoquines del primer puente de piedra, que unía las dos orillas de un río cuya superficie, en estos días, estaba totalmente congelada. Allí el frío casi era peor: los postigos de madera dejaban entrever tenues brillos de colores cálidos, y, sumados al humo de las chimeneas de las múltiples casitas, prometían sillones cómodos frente a bondadosas chimeneas con la llama muy grande y muy caliente.
—Sólo un poco más —le dijo Daruu a su compañero—. Conozco un lugar maravilloso donde probaremos una cama de verdad. Y una pizza de verdad.
»En él trabaja Buitonin, el mejor pizzero de todo Oonindo.
Daruu giró unas cuantas calles, se perdió en las siguientes y se encontró en las que venían más tarde. Finalmente, tras cruzar otro de los puentes de piedra, se pararon frente a un letrero que rezaba El Patito Frío, una posada en la que Daruu ya había estado antes, con Ayame y con Kōri. En su última visita a Yukio. A pesar del nombre, Daruu sabía con encantadora certeza que dentro le esperaba el más cálido bienestar.
Empujó la puerta con la mano y se abrió paso al interior.
El lugar era increíblemente acogedor, sin ninguna duda. El interior estaba tapizado completamente por madera. En la parte izquierda había una pequeña recepción, y un agradable olor llegaba desde más allá del umbral de las cocinas, justo detrás de la barra. La parte izquierda era más grande, y la poblaban muchas sillas y mesas. En un día como aquél, no había mucha gente. Sólo el viajero ocasional, como ellos. Justo enfrente de la puerta, al fondo de la planta, una escalera ascendía hacia el piso superior, donde varios dos pasillos en polos opuestos repartían varias habitaciones con varias camas.
Daruu se acercó a la recepción mientras daba respingos por los continuos escalofríos que inundaban su piel con una agradable sensación de calor.
Un muchacho joven, pelirrojo y patizambo se acercó a la recepción y les tomó nota.
—¿Quéh van a deseah ustedeh?
—Un par de pizzas calientes y un par de camas más calientes... ¿Hay hueco para nosotros?
—Por zupuehto que sí. Serán 43 ryōs por cabezah. Puedehn subih a la habitación mientrah lesh hacemoh lah pizzah. Hoy hay pizzah carbonarah.
«¡Bien!»
Daruu miró a Kaido mientras rebuscaba en su bolsillo a la caza de su monedero. Entrecerró los ojos un momento, y finalmente acabó por invitarle. Al menos aquella noche. Seguro que habría alguna más.
Subieron por las escaleras hacia su habitación, una con tres camas. La misma que había ocupado el Equipo Kōri aquél día. Le traía recuerdos alegres y recuerdos tristes, pero por lo general se alegró de volver a pisarla.
Depositó su equipaje a los pies de una de las camas y se sentó, calibrando la comodidad del colchón.
—Viniendo de mí, no te lo vas a creer, pero me apetece más dormir aquí que comerme esa pizza. —Su estómago rugió, como disputándole la razón—. Vale, vale. Igual no —rio.
Finalmente, sus malheridos pies rozaron los adoquines del primer puente de piedra, que unía las dos orillas de un río cuya superficie, en estos días, estaba totalmente congelada. Allí el frío casi era peor: los postigos de madera dejaban entrever tenues brillos de colores cálidos, y, sumados al humo de las chimeneas de las múltiples casitas, prometían sillones cómodos frente a bondadosas chimeneas con la llama muy grande y muy caliente.
—Sólo un poco más —le dijo Daruu a su compañero—. Conozco un lugar maravilloso donde probaremos una cama de verdad. Y una pizza de verdad.
»En él trabaja Buitonin, el mejor pizzero de todo Oonindo.
Daruu giró unas cuantas calles, se perdió en las siguientes y se encontró en las que venían más tarde. Finalmente, tras cruzar otro de los puentes de piedra, se pararon frente a un letrero que rezaba El Patito Frío, una posada en la que Daruu ya había estado antes, con Ayame y con Kōri. En su última visita a Yukio. A pesar del nombre, Daruu sabía con encantadora certeza que dentro le esperaba el más cálido bienestar.
Empujó la puerta con la mano y se abrió paso al interior.
El lugar era increíblemente acogedor, sin ninguna duda. El interior estaba tapizado completamente por madera. En la parte izquierda había una pequeña recepción, y un agradable olor llegaba desde más allá del umbral de las cocinas, justo detrás de la barra. La parte izquierda era más grande, y la poblaban muchas sillas y mesas. En un día como aquél, no había mucha gente. Sólo el viajero ocasional, como ellos. Justo enfrente de la puerta, al fondo de la planta, una escalera ascendía hacia el piso superior, donde varios dos pasillos en polos opuestos repartían varias habitaciones con varias camas.
Daruu se acercó a la recepción mientras daba respingos por los continuos escalofríos que inundaban su piel con una agradable sensación de calor.
Un muchacho joven, pelirrojo y patizambo se acercó a la recepción y les tomó nota.
—¿Quéh van a deseah ustedeh?
—Un par de pizzas calientes y un par de camas más calientes... ¿Hay hueco para nosotros?
—Por zupuehto que sí. Serán 43 ryōs por cabezah. Puedehn subih a la habitación mientrah lesh hacemoh lah pizzah. Hoy hay pizzah carbonarah.
«¡Bien!»
Daruu miró a Kaido mientras rebuscaba en su bolsillo a la caza de su monedero. Entrecerró los ojos un momento, y finalmente acabó por invitarle. Al menos aquella noche. Seguro que habría alguna más.
Subieron por las escaleras hacia su habitación, una con tres camas. La misma que había ocupado el Equipo Kōri aquél día. Le traía recuerdos alegres y recuerdos tristes, pero por lo general se alegró de volver a pisarla.
Depositó su equipaje a los pies de una de las camas y se sentó, calibrando la comodidad del colchón.
—Viniendo de mí, no te lo vas a creer, pero me apetece más dormir aquí que comerme esa pizza. —Su estómago rugió, como disputándole la razón—. Vale, vale. Igual no —rio.