26/02/2018, 18:46
Y aquel trayecto le recordó, irónicamente, al momento en el que casi muere congelado allá en lo más alto de la senda del Carámbano. Donde también, la bestia a la que los amejin andaban buscando fue la que le salvó el culo de morir congelado como una mísera merluza que ve su vida entera pasar por los cuatro muros de un congelador. Sin embargo, esa vez no hubo quien le rescatara de las garras invernales de aquella gélida tormenta, sino que él y Daruu tuvieron que hacer acople de toda su fortaleza para atravesar la gruesa capa de nieve que se iba acumulando bajo sus pies.
Aunque más tarde que pronto, su compañero se encontró con la firmeza de un camino de piedras que atravesaba un riachuelo congelado. Detrás de él, se podían divisar las casas que expedían de sus chimeneas un humo que, a la distancia, se veía reconfortante.
—Sólo un poco más. Conozco un lugar maravilloso donde probaremos una cama de verdad. Y una pizza de verdad.
»En él trabaja Buitonin, el mejor pizzero de todo Oonindo.
—Al final me vas a tete-ner tú también frito con las pi piiii-za.
Una serie de serpenteos a través de aledaños callejones les llevó, finalmente, hasta los linderos de un hostal sobre cuyo cartel reposaba el nombre de Patito Frío. Daruu parecía conocer aquel lugar de antes, y Kaido se dejó llevar por la recomendación, adentrándose con él hasta el cálido y acogedor interior. Sintió en súbito cómo el frío se le escurría por las manoplas y, poco después, ya había dejado de tiritar.
—¿Quéh van a deseah ustedeh?
—Un par de pizzas calientes y un par de camas más calientes... ¿Hay hueco para nosotros?
—Por zupuehto que sí. Serán 43 ryōs por cabezah. Puedehn subih a la habitación mientrah lesh hacemoh lah pizzah. Hoy hay pizzah carbonarah.
Luego, Daruu pagó. Por los dos. Y Kaido sonrió malicioso como si se hubiese salido con la suya, tan sólo por haberse ahorrado unos míseros 43 ryōs.
Ya en el confort de la habitación, el escualo se quitó el gorro y los guantes, para después tirarse en su cama.
—Viniendo de mí, no te lo vas a creer, pero me apetece más dormir aquí que comerme esa pizza. —el estómago de Daruu rugió con fuerza—. Vale, vale. Igual no —rio.
—Yo estoy de un seco que te cagas —dijo, mientras se bebía a grandes sorbos toda el agua de su termo azul marino—. ¡uffff! ya soy un Kajitsu renovado. Perdón, que digo, un Hōzuki. ¡Un Hōzuki!
Su rostro se convirtió de pronto en una horrenda mueca que se debatía entre la seriedad y una risa absurda y socarrona.
—¿Muy pronto, verdad? —se disculpó, rascándose la nuca.
Aunque más tarde que pronto, su compañero se encontró con la firmeza de un camino de piedras que atravesaba un riachuelo congelado. Detrás de él, se podían divisar las casas que expedían de sus chimeneas un humo que, a la distancia, se veía reconfortante.
—Sólo un poco más. Conozco un lugar maravilloso donde probaremos una cama de verdad. Y una pizza de verdad.
»En él trabaja Buitonin, el mejor pizzero de todo Oonindo.
—Al final me vas a tete-ner tú también frito con las pi piiii-za.
Una serie de serpenteos a través de aledaños callejones les llevó, finalmente, hasta los linderos de un hostal sobre cuyo cartel reposaba el nombre de Patito Frío. Daruu parecía conocer aquel lugar de antes, y Kaido se dejó llevar por la recomendación, adentrándose con él hasta el cálido y acogedor interior. Sintió en súbito cómo el frío se le escurría por las manoplas y, poco después, ya había dejado de tiritar.
—¿Quéh van a deseah ustedeh?
—Un par de pizzas calientes y un par de camas más calientes... ¿Hay hueco para nosotros?
—Por zupuehto que sí. Serán 43 ryōs por cabezah. Puedehn subih a la habitación mientrah lesh hacemoh lah pizzah. Hoy hay pizzah carbonarah.
Luego, Daruu pagó. Por los dos. Y Kaido sonrió malicioso como si se hubiese salido con la suya, tan sólo por haberse ahorrado unos míseros 43 ryōs.
Ya en el confort de la habitación, el escualo se quitó el gorro y los guantes, para después tirarse en su cama.
—Viniendo de mí, no te lo vas a creer, pero me apetece más dormir aquí que comerme esa pizza. —el estómago de Daruu rugió con fuerza—. Vale, vale. Igual no —rio.
—Yo estoy de un seco que te cagas —dijo, mientras se bebía a grandes sorbos toda el agua de su termo azul marino—. ¡uffff! ya soy un Kajitsu renovado. Perdón, que digo, un Hōzuki. ¡Un Hōzuki!
Su rostro se convirtió de pronto en una horrenda mueca que se debatía entre la seriedad y una risa absurda y socarrona.
—¿Muy pronto, verdad? —se disculpó, rascándose la nuca.