27/02/2018, 00:10
«Tsukuyomi...»
Los ojos del muchacho de pelo largo, recogido en una cola de caballo que le caía por la espalda, estaban fijos en el cielo nocturno. La Luna brillaba con especial intensidad aquella noche, destiñendo el manto oscuro salpicado de estrellas con su fulgor plateado, y su delgada figura se reflejaba en los ojos negros del shinobi que la miraba embelesado. Se había mantenido así durante todo el relato de su compañero, como si la crudeza y la tragedia del mismo —acentuada en su caso— no fueran suficientemente impactantes como para captar su atención.
Hacía tanto frío —especialmente allí, en la orilla— que Akame temblaba de pies a cabeza. Notaba el tacto suave y gélido de la arena bajo su pantalón, y estaba inclinado sobre sus rodillas, a las que abrazaba con ambos brazos. En aquella postura parecía casi más niño de lo que era, o de lo que él mismo estaba acostumbrado a sentir. Su rostro y su cuerpo, salpicados de cicatrices, atestiguaban, sin embargo, la dura vida que llevaba.
Nunca había sido tan consciente de lo que significaba ser un shinobi como en ese preciso momento.
Cuando Datsue terminó, Akame siguió en silencio. No es que no quisiera hablar, claro, sino que se sentía completamente incapaz. Era como si un carámbano de hielo le hubiera atravesado el cuerpo, como si alguien hubiera tomado su garganta y hecho un complicado nudo marinero con ella. Durante el relato de su Hermano las preguntas se le agolpaban en la boca, sin llegar nunca a salir. Y ahora, al final, sentía que carecían de propósito. Aquella certeza prolongaba su agonía y acentuaba su sufrimiento.
Ella ya no estaba. Nunca volvería a verla. Pero es que, ¿nadie había podido impedirlo? ¿Nagisa? ¿Su Hermano? ¿La propia kunoichi? Incluso a sabiendas de que Datsue no mentía, le parecía tan descabellado, tan imposible... Tan repentino. Toda una conversación en su fuero interno estaba teniendo lugar, pero ninguno de aquellos tribulados pensamientos saldría a la luz. En lugar de ello, toda la respuesta que Datsue encontró fue el susurro del viento y el murmullo de las olas en la orilla.
Notó un pinchazo de dolor en la mandíbula —que lo sacó de su ensimismamiento— y se dio cuenta de que llevaba un buen rato apretando los dientes con demasiado ímpetu. Trató de relajarse y aflojó el cierre. Mientras notaba su entumecida mandíbula palpitarle de dolor, fue capaz de murmurar. Lo hizo con la voz tomada, con un deje áspero en su voz que no le sonó como si él estuviese hablando.
—Necesito... Más poder.
Los ojos del muchacho de pelo largo, recogido en una cola de caballo que le caía por la espalda, estaban fijos en el cielo nocturno. La Luna brillaba con especial intensidad aquella noche, destiñendo el manto oscuro salpicado de estrellas con su fulgor plateado, y su delgada figura se reflejaba en los ojos negros del shinobi que la miraba embelesado. Se había mantenido así durante todo el relato de su compañero, como si la crudeza y la tragedia del mismo —acentuada en su caso— no fueran suficientemente impactantes como para captar su atención.
Hacía tanto frío —especialmente allí, en la orilla— que Akame temblaba de pies a cabeza. Notaba el tacto suave y gélido de la arena bajo su pantalón, y estaba inclinado sobre sus rodillas, a las que abrazaba con ambos brazos. En aquella postura parecía casi más niño de lo que era, o de lo que él mismo estaba acostumbrado a sentir. Su rostro y su cuerpo, salpicados de cicatrices, atestiguaban, sin embargo, la dura vida que llevaba.
Nunca había sido tan consciente de lo que significaba ser un shinobi como en ese preciso momento.
Cuando Datsue terminó, Akame siguió en silencio. No es que no quisiera hablar, claro, sino que se sentía completamente incapaz. Era como si un carámbano de hielo le hubiera atravesado el cuerpo, como si alguien hubiera tomado su garganta y hecho un complicado nudo marinero con ella. Durante el relato de su Hermano las preguntas se le agolpaban en la boca, sin llegar nunca a salir. Y ahora, al final, sentía que carecían de propósito. Aquella certeza prolongaba su agonía y acentuaba su sufrimiento.
Ella ya no estaba. Nunca volvería a verla. Pero es que, ¿nadie había podido impedirlo? ¿Nagisa? ¿Su Hermano? ¿La propia kunoichi? Incluso a sabiendas de que Datsue no mentía, le parecía tan descabellado, tan imposible... Tan repentino. Toda una conversación en su fuero interno estaba teniendo lugar, pero ninguno de aquellos tribulados pensamientos saldría a la luz. En lugar de ello, toda la respuesta que Datsue encontró fue el susurro del viento y el murmullo de las olas en la orilla.
Notó un pinchazo de dolor en la mandíbula —que lo sacó de su ensimismamiento— y se dio cuenta de que llevaba un buen rato apretando los dientes con demasiado ímpetu. Trató de relajarse y aflojó el cierre. Mientras notaba su entumecida mandíbula palpitarle de dolor, fue capaz de murmurar. Lo hizo con la voz tomada, con un deje áspero en su voz que no le sonó como si él estuviese hablando.
—Necesito... Más poder.