27/02/2018, 03:33
El sonido de aquellos pies arrastrándose fue alejándose con lentitud, hasta que el silencio se hizo demasiado insoportable:
—Parece que nos estaban buscando —declaro en voz baja el peliblanco.
—No, solo estaban patrullando: de habernos estado siguiendo, ahora estuviesen rodeando la casa… Aunque eso no significa que estemos a salvo.
La voz del Sarutobi era como el sonido de una solitaria cerilla encendiéndose en la oscuridad, áspera, repentina, efímera.
Ahora parecía que moverse era seguro, por lo que los cuerpos abandonaron sus estáticas e incomodas posiciones preventivas. En aquellas temperaturas despiadadas, el frio engarrotaba con suma rapidez las articulaciones más flexibles, causando más cansancio y malestares de lo que podría esperarse.
—Esta casa resulto ser un buen refugio, pero…
—Ya sé a dónde quieres llegar… —dijo el anciano, advertido hacia donde se encaminaban los pensamientos del Hakagurē—. Sus habitantes debieron de huir en cuanto entendieron que no podían repeler a los reanimados, y es probable que el resto de la calle haya hecho lo mismo.
—Guerra, imposible ocultar, inútil evadir. —La voz de la princesa Seltkalt tenía cierto aire melancólico.
—No se puede hacer nada; una cosa como esta, de simple tablones de madera, no podría soportar la arremetida de un batallón de no muertos…, creo que ningún edificio en este pueblo podría.
—Hay un edificio que podría resistir multitud de ataques y guarecerlos a todos: el Nido de cristal —sentencio el Sarutobi—. Esa extravagante estructura es grande y maciza como una montaña. Si los pobladores han de dirigirse a un lugar para buscar refugio, sin dudas será ese.
—Pobladores, Seltkalt, buscar mismo lugar.
Si, parecía que al final todos habrían de converger en el mismo sitio, todos habrían buscar el final allí…, fuese cual fuese.
—Parece que nos estaban buscando —declaro en voz baja el peliblanco.
—No, solo estaban patrullando: de habernos estado siguiendo, ahora estuviesen rodeando la casa… Aunque eso no significa que estemos a salvo.
La voz del Sarutobi era como el sonido de una solitaria cerilla encendiéndose en la oscuridad, áspera, repentina, efímera.
Ahora parecía que moverse era seguro, por lo que los cuerpos abandonaron sus estáticas e incomodas posiciones preventivas. En aquellas temperaturas despiadadas, el frio engarrotaba con suma rapidez las articulaciones más flexibles, causando más cansancio y malestares de lo que podría esperarse.
—Esta casa resulto ser un buen refugio, pero…
—Ya sé a dónde quieres llegar… —dijo el anciano, advertido hacia donde se encaminaban los pensamientos del Hakagurē—. Sus habitantes debieron de huir en cuanto entendieron que no podían repeler a los reanimados, y es probable que el resto de la calle haya hecho lo mismo.
—Guerra, imposible ocultar, inútil evadir. —La voz de la princesa Seltkalt tenía cierto aire melancólico.
—No se puede hacer nada; una cosa como esta, de simple tablones de madera, no podría soportar la arremetida de un batallón de no muertos…, creo que ningún edificio en este pueblo podría.
—Hay un edificio que podría resistir multitud de ataques y guarecerlos a todos: el Nido de cristal —sentencio el Sarutobi—. Esa extravagante estructura es grande y maciza como una montaña. Si los pobladores han de dirigirse a un lugar para buscar refugio, sin dudas será ese.
—Pobladores, Seltkalt, buscar mismo lugar.
Si, parecía que al final todos habrían de converger en el mismo sitio, todos habrían buscar el final allí…, fuese cual fuese.