20/08/2015, 10:30
(Última modificación: 20/08/2015, 10:35 por Aotsuki Ayame.)
Ayame no pudo evitar reírse entre dientes. El miedo al examen de genin era algo que estaba generalizado entre los alumnos, y no era para menos. Cada uno tendría sus razones para querer superarla, pero aquella prueba era la brecha que separaba el tener que quedarse un año más en aquella academia o comenzar a vivir la vida ninja que todos anhelaban. Para ella misma era la brecha que separaba esa misma vida o el tener que soportar un año más de constante miedo y tristeza. Ahora que se había graduado se sentía libre como un pájaro, aunque el temor a encontrarse con alguno de aquellos abusones seguía instalado en su corazón.
Se sobresaltó cuando Daruu respondió a su pregunta con la misma pregunta. Por un momento se quedó cortada, preguntándose con qué intenciones había soltado aquella respuesta, pero su cuerpo se relajó cuando continuó hablando. Sus motivos para encontrarse allí eran muy similares a los suyos, desde luego.
Ayame se acercó con cautela a la barandilla cuando la invitó a acercarse. No quiso pensar en lo fácil que sería empujarla desde la espalda y hacerla caer al vacío, pero aún así se le encogió el estómago al verse a varias decenas del suelo sin más protección que aquel pasamanos. Aunque no podía restarle atención, y se quedó boquiabierta cuando se atrevió a mirar más allá de la cortina de lluvia que caía impunemente sobre la aldea. Una incontable cantidad de rascacielos de diferentes alturas constituían el paisaje de Amegakure. Los edificios más bajos dejaban ver más allá, y entre medias de algunos alcanzó a ver algún resquicio del Gran Lago que les rodeaba. Pero aún así...
—Es todo muy gris... —murmuró, torciendo ligeramente el gesto. Giró el rostro, y sus ojos comenzaron a buscar algo trazando un recorrido por las concurridas calles—. ¡Mira! ¡Allí está nuestra casa! —señaló un punto en la lejanía.
Puede que fuera un instinto básico. Pero, después de todo, el primer impulso que tenía cualquier persona que se dedicara a contemplar el paisaje desde una altura mínima era buscar su casa.
—Yo no tenía pensado venir, pero la rutina me debe haber traído hasta aquí... Y la nostalgia me ha acabado ganando —se rio entre dientes.
Se sobresaltó cuando Daruu respondió a su pregunta con la misma pregunta. Por un momento se quedó cortada, preguntándose con qué intenciones había soltado aquella respuesta, pero su cuerpo se relajó cuando continuó hablando. Sus motivos para encontrarse allí eran muy similares a los suyos, desde luego.
Ayame se acercó con cautela a la barandilla cuando la invitó a acercarse. No quiso pensar en lo fácil que sería empujarla desde la espalda y hacerla caer al vacío, pero aún así se le encogió el estómago al verse a varias decenas del suelo sin más protección que aquel pasamanos. Aunque no podía restarle atención, y se quedó boquiabierta cuando se atrevió a mirar más allá de la cortina de lluvia que caía impunemente sobre la aldea. Una incontable cantidad de rascacielos de diferentes alturas constituían el paisaje de Amegakure. Los edificios más bajos dejaban ver más allá, y entre medias de algunos alcanzó a ver algún resquicio del Gran Lago que les rodeaba. Pero aún así...
—Es todo muy gris... —murmuró, torciendo ligeramente el gesto. Giró el rostro, y sus ojos comenzaron a buscar algo trazando un recorrido por las concurridas calles—. ¡Mira! ¡Allí está nuestra casa! —señaló un punto en la lejanía.
Puede que fuera un instinto básico. Pero, después de todo, el primer impulso que tenía cualquier persona que se dedicara a contemplar el paisaje desde una altura mínima era buscar su casa.
—Yo no tenía pensado venir, pero la rutina me debe haber traído hasta aquí... Y la nostalgia me ha acabado ganando —se rio entre dientes.