28/02/2018, 11:31
—Si estás pensando en lo que creo que estás pensando —escuchó de repente una voz junto a ella, y del susto que se llevó poco le faltó para soltar el vaso que sujetaba. Cuando volvió la cabeza; sin embargo, se encontró con una cara conocida que le arrancó una sonrisa—, hay formas más discretas de hacerlo.
—¡Patsue-san! ¡Cuánto tiempo! —exclamó, genuinamente encantada. Aunque enseguida reparó en el significado de las palabras del shinobi de Uzushiogakure y se apresuró a apartarse de las cuerdas de seguridad del puente.
Si no recordaba mal, la última vez que se había encontrado con el Uchiha había sido en otoño, en un concurso musical en Tanzaku Gai en el que ambos habían participado. Sin embargo, él había desaparecido sin dejar rastro hacia el final de la exhibición, por lo que ni siquiera tuvieron ocasión de despedirse en condiciones. Varios meses habían pasado desde entonces; pero, quizás al contrario que ella (que se había dejado crecer un poco el cabello y ya no llevaba la frente cubierta, dejando a la vista su marca de nacimiento), no había cambiado en absoluto y sus ojos de zorro astuto seguían tal y como los recordaba. Si acaso, la única diferencia apreciable que pudo encontrar en él fueron sus ropajes, más elegantes y cuidadas que antaño y... el cigarrillo que llevaba sobre la oreja.
Y Ayame no pudo evitar arrugar la nariz, en un profundo gesto de desagrado, al verlo.
—Menuda coincidencia, ¿no? ¿Qué te ha traído hasta aquí?
—¡Patsue-san! ¡Cuánto tiempo! —exclamó, genuinamente encantada. Aunque enseguida reparó en el significado de las palabras del shinobi de Uzushiogakure y se apresuró a apartarse de las cuerdas de seguridad del puente.
Si no recordaba mal, la última vez que se había encontrado con el Uchiha había sido en otoño, en un concurso musical en Tanzaku Gai en el que ambos habían participado. Sin embargo, él había desaparecido sin dejar rastro hacia el final de la exhibición, por lo que ni siquiera tuvieron ocasión de despedirse en condiciones. Varios meses habían pasado desde entonces; pero, quizás al contrario que ella (que se había dejado crecer un poco el cabello y ya no llevaba la frente cubierta, dejando a la vista su marca de nacimiento), no había cambiado en absoluto y sus ojos de zorro astuto seguían tal y como los recordaba. Si acaso, la única diferencia apreciable que pudo encontrar en él fueron sus ropajes, más elegantes y cuidadas que antaño y... el cigarrillo que llevaba sobre la oreja.
Y Ayame no pudo evitar arrugar la nariz, en un profundo gesto de desagrado, al verlo.
—Menuda coincidencia, ¿no? ¿Qué te ha traído hasta aquí?