6/03/2018, 14:54
Aquellos tres heraldos de la muerte blanca se detuvieron a una distancia prudencial del grupo de sobrevivientes; un gesto de precaución extraño, teniendo en cuenta su obvia superioridad: sin duda sabían acerca de la derrota de uno de sus compañeros, aquel guerrero poderoso y arrogante. Ellos, por su parte, no planeaban correr riesgos innecesarios en un asalto tan importante.
—Se han detenido —susurro alguien entre la multitud.
Aquello no era motivo suficiente como para permitir que emergiera la esperanza, el Sarutobi lo sabía. Les estaban midiendo, como determinando cual sería la forma más eficiente de acabar con ellos.
Mientras las personas se agrupaban al borde de aquella enorme masa de hielo que cubría la puerta, el número de cadáveres animados aumentaba; era como si, movidos por una voluntad colectiva, estuviesen convergiendo hacia un foco de sobreviviente, de sangre caliente. Sin embargo, estos muertos se movían con un poco más de lentitud y torpeza, como si su amos estuviesen utilizando solo el chakra necesario para mantenerlos en movimiento. Sin duda una sabia estrategia al tratarse de tantos súbditos, cientos, que eran los que rodeaban al frágil grupo.
De pronto, movidos por una fatídica orden invisible, el ejército de la muerte alzo la mirada y comenzó un lento y abominable avance, cayendo sobre el grupo de sobreviviente como una ola de cadáveres; primero unos pocos, para luego ir aumentando con cada oleada.
Arrinconados, los shinobis y el resto del grupo no tuvieron más opción que comenzar a combatir. Sin posibilidad alguna de retirada, solo les quedaba luchar para evitar ser aplastados contra el muro de hielo. Los aldeanos también se mantenían a su lado, formando una especie de barrera para quienes no podían luchar. Los no muertos no eran especialmente fuertes como para vencerles al momento, pero eran tantos que con el tiempo terminarían agotándolos y aplastándolos. Los golpes llovían en contra de los atacantes, mientras aquel pequeño contingente trataba de resistir con uñas y dientes; mientras que Keisuke y Kōtetsu se mantenían al frente, resistiendo; mientras los blancos nativos observaban, esperando.
—Se han detenido —susurro alguien entre la multitud.
Aquello no era motivo suficiente como para permitir que emergiera la esperanza, el Sarutobi lo sabía. Les estaban midiendo, como determinando cual sería la forma más eficiente de acabar con ellos.
Mientras las personas se agrupaban al borde de aquella enorme masa de hielo que cubría la puerta, el número de cadáveres animados aumentaba; era como si, movidos por una voluntad colectiva, estuviesen convergiendo hacia un foco de sobreviviente, de sangre caliente. Sin embargo, estos muertos se movían con un poco más de lentitud y torpeza, como si su amos estuviesen utilizando solo el chakra necesario para mantenerlos en movimiento. Sin duda una sabia estrategia al tratarse de tantos súbditos, cientos, que eran los que rodeaban al frágil grupo.
De pronto, movidos por una fatídica orden invisible, el ejército de la muerte alzo la mirada y comenzó un lento y abominable avance, cayendo sobre el grupo de sobreviviente como una ola de cadáveres; primero unos pocos, para luego ir aumentando con cada oleada.
Arrinconados, los shinobis y el resto del grupo no tuvieron más opción que comenzar a combatir. Sin posibilidad alguna de retirada, solo les quedaba luchar para evitar ser aplastados contra el muro de hielo. Los aldeanos también se mantenían a su lado, formando una especie de barrera para quienes no podían luchar. Los no muertos no eran especialmente fuertes como para vencerles al momento, pero eran tantos que con el tiempo terminarían agotándolos y aplastándolos. Los golpes llovían en contra de los atacantes, mientras aquel pequeño contingente trataba de resistir con uñas y dientes; mientras que Keisuke y Kōtetsu se mantenían al frente, resistiendo; mientras los blancos nativos observaban, esperando.