10/03/2018, 12:27
—Estupendo —accedió él, emprendiendo la marcha.
Los dos jóvenes abandonaron el puente sobre el que habían estado charlando y comenzaron a subir unas escaleras que subían en caracol alrededor del titánico tronco del árbol. Y, a cada paso que daba, Ayame no podía sino maravillarse con la arquitectura que les rodeaba, en perfecta simbiosis con el bosque. Durante un instante se preguntó si habría sido más costoso construir la ciudad de aquella manera que si la hubieran alzado de manera tradicional. Claro que, de haber sido así, habrían tenido que talar toda aquella maravilla de la naturaleza. Sin embargo, los pensamientos de Ayame pronto viraron hacia el Uchiha. No podía dejar de preguntarse qué podía querer de ella alguien como él y parecía que el chico no iba a soltar ninguna pista hasta que hubieran llegado al lugar prometido. En cierta manera se sentía algo preocupada, pero la curiosidad la estaba matando por dentro.
Tras varios minutos de ascenso en completo silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos, los dos ninja llegaron al fin a su destino. La plaza que había señalado Ayame se extendía en aquella plataforma suspendida en el aire, sólo sujeta por el tronco del árbol que hacía de huésped.
—Se trata de Aiko —soltó al fin Datsue, y Ayame se volvió hacia él.
«Ah. Era obvio.» Se dijo, asintiendo. Por un momento se había olvidado que ambos estaban saliendo.
El Uchiha se había sentado en una especie de banco que tenía a modo de respaldo un tronco pulido, mucho más pequeño que los que les rodeaban. Quizás, conociendo aquel bosque ni siquiera le sorprendería, ni siquiera fuera un tronco y se tratara en realidad de una rama con el tamaño de un tronco normal.
—¿Sabes…? —preguntó, mirándola directamente con aquellos ojos tan profundos como dos agujeros negros. Unos ojos que, Ayame sabía bien, en cualquier momento podían adquirir el color de la sangre—. ¿Sabes algo de ella? Hace tiempo que no la veo y estoy… preocupado.
Ayame suspiró, hundiendo los hombros.
—Pues... si te digo la verdad... no he vuelto a verla desde el Torneo —se sinceró, y entonces se encogió de hombros—. Tampoco es que fuéramos íntimas, y sólo habíamos intercambiado palabra en una ocasión, cuando se ofreció a ayudarme para aprobar el examen de genin. De hecho, ella ni siquiera parecía recordarme después de aquello, así que no le di más importancia —volvió a mirarle, con gesto apenado—. ¿Has probado a mandarle algún mensaje de alguna forma? O, si quieres, puedo decirle algo la próxima vez que la vea, aunque no sé cuándo podría ser eso...
Los dos jóvenes abandonaron el puente sobre el que habían estado charlando y comenzaron a subir unas escaleras que subían en caracol alrededor del titánico tronco del árbol. Y, a cada paso que daba, Ayame no podía sino maravillarse con la arquitectura que les rodeaba, en perfecta simbiosis con el bosque. Durante un instante se preguntó si habría sido más costoso construir la ciudad de aquella manera que si la hubieran alzado de manera tradicional. Claro que, de haber sido así, habrían tenido que talar toda aquella maravilla de la naturaleza. Sin embargo, los pensamientos de Ayame pronto viraron hacia el Uchiha. No podía dejar de preguntarse qué podía querer de ella alguien como él y parecía que el chico no iba a soltar ninguna pista hasta que hubieran llegado al lugar prometido. En cierta manera se sentía algo preocupada, pero la curiosidad la estaba matando por dentro.
Tras varios minutos de ascenso en completo silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos, los dos ninja llegaron al fin a su destino. La plaza que había señalado Ayame se extendía en aquella plataforma suspendida en el aire, sólo sujeta por el tronco del árbol que hacía de huésped.
—Se trata de Aiko —soltó al fin Datsue, y Ayame se volvió hacia él.
«Ah. Era obvio.» Se dijo, asintiendo. Por un momento se había olvidado que ambos estaban saliendo.
El Uchiha se había sentado en una especie de banco que tenía a modo de respaldo un tronco pulido, mucho más pequeño que los que les rodeaban. Quizás, conociendo aquel bosque ni siquiera le sorprendería, ni siquiera fuera un tronco y se tratara en realidad de una rama con el tamaño de un tronco normal.
—¿Sabes…? —preguntó, mirándola directamente con aquellos ojos tan profundos como dos agujeros negros. Unos ojos que, Ayame sabía bien, en cualquier momento podían adquirir el color de la sangre—. ¿Sabes algo de ella? Hace tiempo que no la veo y estoy… preocupado.
Ayame suspiró, hundiendo los hombros.
—Pues... si te digo la verdad... no he vuelto a verla desde el Torneo —se sinceró, y entonces se encogió de hombros—. Tampoco es que fuéramos íntimas, y sólo habíamos intercambiado palabra en una ocasión, cuando se ofreció a ayudarme para aprobar el examen de genin. De hecho, ella ni siquiera parecía recordarme después de aquello, así que no le di más importancia —volvió a mirarle, con gesto apenado—. ¿Has probado a mandarle algún mensaje de alguna forma? O, si quieres, puedo decirle algo la próxima vez que la vea, aunque no sé cuándo podría ser eso...