16/03/2018, 11:13
Mientras Eri peleaba con el hombre a quien había soltado una patada —el cuál debería haber estado retorciéndose en el suelo de puro dolor—, el clon de Mogura había ido a enfrentar al segundo hombre, quien se mantenía más reacio a luchar, manteniendo una distancia más prudente con el clon.
Mogura, por su parte, se encontraba cara a cara con el que parecía ser el más experimentado de los tres.
—¡Vaya...! ¡Pensé que mi escondite era perfecto...!
Aquel comentario no le había hecho ninguna gracia al desconocido, quien miraba al chico de Amegakure con ojos enfadados.
—¡Pero ahora que me has encontrado a lo mejor me podrás comentar para que quieren esa ardilla...!
—¿Tanto revuelo por una simple ardilla? ¿Es que los ninjas de hoy en día no tenéis nada mejor que hacer que ayudar a pobres e indefensos animalillos? —se mofó el bandido —. La verdad es que nada, ahora que se ha escapado no sabemos dónde podría estar, por eso... Estábamos esperando a recuperarnos... Ya sabes, para irnos —levantó ambas manos, en un símbolo claro de que le daba igual —. Pero vosotros estáis impidiendo que podamos abandonar estas tierras, ¿qué os pasa? ¿Queréis arrestarnos?
La verdad es que aquello de la palabrería parecía dársele bien. Mientras tanto, Eri comenzaba a impacientarse, incapaz de virar su vista un momento para ver en qué estaba metido su nuevo compañero. Maldijo cuando el hombre le concedió un suave puñetazo en el estómago —que de suave no tenía nada— y volvió a la carga. ¡Si tan solo fuese más fuerte!
Mogura, por su parte, se encontraba cara a cara con el que parecía ser el más experimentado de los tres.
—¡Vaya...! ¡Pensé que mi escondite era perfecto...!
Aquel comentario no le había hecho ninguna gracia al desconocido, quien miraba al chico de Amegakure con ojos enfadados.
—¡Pero ahora que me has encontrado a lo mejor me podrás comentar para que quieren esa ardilla...!
—¿Tanto revuelo por una simple ardilla? ¿Es que los ninjas de hoy en día no tenéis nada mejor que hacer que ayudar a pobres e indefensos animalillos? —se mofó el bandido —. La verdad es que nada, ahora que se ha escapado no sabemos dónde podría estar, por eso... Estábamos esperando a recuperarnos... Ya sabes, para irnos —levantó ambas manos, en un símbolo claro de que le daba igual —. Pero vosotros estáis impidiendo que podamos abandonar estas tierras, ¿qué os pasa? ¿Queréis arrestarnos?
La verdad es que aquello de la palabrería parecía dársele bien. Mientras tanto, Eri comenzaba a impacientarse, incapaz de virar su vista un momento para ver en qué estaba metido su nuevo compañero. Maldijo cuando el hombre le concedió un suave puñetazo en el estómago —que de suave no tenía nada— y volvió a la carga. ¡Si tan solo fuese más fuerte!